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viernes, 14 de noviembre de 2014

Nuestra vida entre la responsabilidad del momento presente y la esperanza de la vida eterna

Nuestra vida entre la responsabilidad del momento presente y la esperanza de la vida eterna

2Jn. 4-9; Sal. 118; Lc. 17, 26-37
La vida del cristiano transcurre entre la responsabilidad del momento presente  y la esperanza de la vida futura, la vida eterna. Para algunos pudiera parecer una paradoja y algo imposible porque quizá piensan que si tenemos puesta nuestra esperanza en la vida eterna en su plenitud iríamos a abandonar este momento presente que vivimos, o si estamos caminando con los pies sobre la tierra responsabilizándonos de esta vida que ahora vivimos no necesitaríamos pensar en una vida futura y eterna. Sin embargo es lo que nosotros queremos vivir, lo que nos enseña nuestra fe y lo que queremos asumir con claridad y con responsabilidad.
Quieren achacarnos los que realmente no conocen nuestra fe que porque pensamos en el cielo y en su plenitud nos desentendemos de nuestro mundo, lo cual no es nada cierto. Nos enseña Jesús, como tantas veces habremos escuchado en sus parábolas en el evangelio, que ha puesto unos talentos en nuestras manos que no podemos enterrar sino que tenemos que negociarlos y hacerlos en verdad producir lo que mejor que podamos y si es posible hasta el ciento por uno.
Esos talentos que son nuestros valores o que es nuestra vida misma, que es ese lugar y responsabilidad que ocupamos aquí en esta sociedad que formamos los humanos, y que es la riqueza de la vida misma que poseemos o lo que es el mismo mundo en el que vivimos que tenemos que desarrollar con responsabilidad para hacer también que nuestra vida aquí en la tierra sea cada día mejor y así podamos contribuir al bien de todos. Ya escucharemos próximamente estas parábolas del evangelio.
No nos podemos desentender de esta vida ni de este mundo, que es para nosotros un don de Dios y del que un día también hemos de dar cuentas. Pero eso no nos hará olvidar esa vida en plenitud que es nuestra esperanza. Porque nuestra vida no se acaba con nuestra existencia terrena y por eso creemos en la vida eterna junto a Dios que tenemos prometida. Ahora caminamos como en un peregrinar sabiendo donde está nuestra patria definitiva en esa plenitud de Dios; pero ese camino terreno y ese peregrinar lo vamos viviendo en total responsabilidad buscando siempre el bien y lo mejor para nosotros y para nuestro mundo, que ahora por nuestras limitaciones humanas no lo podremos vivir en total perfección; pero tenemos la esperanza de que si ahora cultivamos bien esa semilla de nuestra vida un día podremos disfrutar de sus frutos en plenitud en la gloria del cielo junto a Dios.
Es cierto que vivimos en la incertidumbre de cuando llegará ese momento en que terminado este camino por este mundo entremos en esa plenitud de Dios. Pero eso hace por una parte más fuerte nuestra esperanza, se mantienen más vivos esos deseos de Dios y de su plenitud, pero al mismo tiempo nos hace vivir con mayor seriedad ese momento presente sin bajar la guardia de nuestra responsabilidad, sino más bien esforzándonos más y más, desde nuestras posibilidades y desde nuestros talentos y cualidades, por hacer cada día ese mundo mejor para nosotros mientras aquí vivimos, pero también en bien de los que con nosotros conviven o de los que seguirán el camino detrás de nosotros.
Jesús hoy en el evangelio con un lenguaje un tanto enigmático y en cierto modo apocalíptico nos habla de esa parusía final, de la venida del Hijo del Hombre que será cuando menos lo esperemos. Podemos pensar en la hora de nuestra muerte o en el fin del mundo. Nos pone como ejemplos momentos vividos a lo largo de la historia de la salvación que sucedieron cuando menos se lo esperaba la gente, pero que para aquellos que estaban preparados fueron momentos de gracia y de salvación. Fue Noé que se salvó del diluvio universal, o fue Lot el que se libró de la destrucción de Sodoma y Gomorra; habían vivido su vida en rectitud y se dejaron conducir por el Señor que fue para ellos su salvación.
Es la rectitud con que hemos de vivir nosotros nuestra vida, nuestro momento presente, atentos siempre a la voz y a la llamada del Señor. ¿Cuándo será el final de nuestro peregrinar por este mundo? No sabemos, pero eso nos hace vivir con mayores exigencias de rectitud y de fidelidad para que esa llamada del Señor al final de nuestros días nos encuentre preparados y podamos pasar a esa vida en plenitud que El nos tiene reservada para los que queremos ser fieles.
No podemos esperar a estar resolviendo los problemas de nuestra vida en el último momento sino que siempre hemos de vivir en esa fidelidad y esa acogida a la gracia del Señor. Ya nos dice que ‘si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa que no baje por ellas; si uno está en el campo que no vuelva’, para indicarnos cómo siempre tenemos que estar preparados.  Siempre hemos de estar preparados para ese encuentro definitivo con el Señor que sea siempre para la plenitud de la vida en Dios, para vivir en plenitud en la gloria del Señor.

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