Nuestra vida entre la responsabilidad del momento presente y la esperanza de la vida eterna
2Jn. 4-9; Sal. 118; Lc. 17, 26-37
La vida del cristiano transcurre entre la
responsabilidad del momento presente y
la esperanza de la vida futura, la vida eterna. Para algunos pudiera parecer
una paradoja y algo imposible porque quizá piensan que si tenemos puesta
nuestra esperanza en la vida eterna en su plenitud iríamos a abandonar este
momento presente que vivimos, o si estamos caminando con los pies sobre la tierra
responsabilizándonos de esta vida que ahora vivimos no necesitaríamos pensar en
una vida futura y eterna. Sin embargo es lo que nosotros queremos vivir, lo que
nos enseña nuestra fe y lo que queremos asumir con claridad y con
responsabilidad.
Quieren achacarnos los que realmente no conocen nuestra
fe que porque pensamos en el cielo y en su plenitud nos desentendemos de
nuestro mundo, lo cual no es nada cierto. Nos enseña Jesús, como tantas veces
habremos escuchado en sus parábolas en el evangelio, que ha puesto unos
talentos en nuestras manos que no podemos enterrar sino que tenemos que
negociarlos y hacerlos en verdad producir lo que mejor que podamos y si es
posible hasta el ciento por uno.
Esos talentos que son nuestros valores o que es nuestra
vida misma, que es ese lugar y responsabilidad que ocupamos aquí en esta
sociedad que formamos los humanos, y que es la riqueza de la vida misma que
poseemos o lo que es el mismo mundo en el que vivimos que tenemos que
desarrollar con responsabilidad para hacer también que nuestra vida aquí en la
tierra sea cada día mejor y así podamos contribuir al bien de todos. Ya
escucharemos próximamente estas parábolas del evangelio.
No nos podemos desentender de esta vida ni de este
mundo, que es para nosotros un don de Dios y del que un día también hemos de
dar cuentas. Pero eso no nos hará olvidar esa vida en plenitud que es nuestra
esperanza. Porque nuestra vida no se acaba con nuestra existencia terrena y por
eso creemos en la vida eterna junto a Dios que tenemos prometida. Ahora
caminamos como en un peregrinar sabiendo donde está nuestra patria definitiva
en esa plenitud de Dios; pero ese camino terreno y ese peregrinar lo vamos
viviendo en total responsabilidad buscando siempre el bien y lo mejor para
nosotros y para nuestro mundo, que ahora por nuestras limitaciones humanas no
lo podremos vivir en total perfección; pero tenemos la esperanza de que si
ahora cultivamos bien esa semilla de nuestra vida un día podremos disfrutar de
sus frutos en plenitud en la gloria del cielo junto a Dios.
Es cierto que vivimos en la incertidumbre de cuando
llegará ese momento en que terminado este camino por este mundo entremos en esa
plenitud de Dios. Pero eso hace por una parte más fuerte nuestra esperanza, se
mantienen más vivos esos deseos de Dios y de su plenitud, pero al mismo tiempo
nos hace vivir con mayor seriedad ese momento presente sin bajar la guardia de
nuestra responsabilidad, sino más bien esforzándonos más y más, desde nuestras
posibilidades y desde nuestros talentos y cualidades, por hacer cada día ese
mundo mejor para nosotros mientras aquí vivimos, pero también en bien de los
que con nosotros conviven o de los que seguirán el camino detrás de nosotros.
Jesús hoy en el evangelio con un lenguaje un tanto
enigmático y en cierto modo apocalíptico nos habla de esa parusía final, de la
venida del Hijo del Hombre que será cuando menos lo esperemos. Podemos pensar
en la hora de nuestra muerte o en el fin del mundo. Nos pone como ejemplos
momentos vividos a lo largo de la historia de la salvación que sucedieron
cuando menos se lo esperaba la gente, pero que para aquellos que estaban
preparados fueron momentos de gracia y de salvación. Fue Noé que se salvó del
diluvio universal, o fue Lot el que se libró de la destrucción de Sodoma y
Gomorra; habían vivido su vida en rectitud y se dejaron conducir por el Señor
que fue para ellos su salvación.
Es la rectitud con que hemos de vivir nosotros nuestra
vida, nuestro momento presente, atentos siempre a la voz y a la llamada del
Señor. ¿Cuándo será el final de nuestro peregrinar por este mundo? No sabemos,
pero eso nos hace vivir con mayores exigencias de rectitud y de fidelidad para
que esa llamada del Señor al final de nuestros días nos encuentre preparados y
podamos pasar a esa vida en plenitud que El nos tiene reservada para los que
queremos ser fieles.
No podemos esperar a estar resolviendo los problemas de
nuestra vida en el último momento sino que siempre hemos de vivir en esa
fidelidad y esa acogida a la gracia del Señor. Ya nos dice que ‘si uno está en la azotea y tiene sus cosas
en casa que no baje por ellas; si uno está en el campo que no vuelva’, para
indicarnos cómo siempre tenemos que estar preparados. Siempre hemos de estar preparados para ese
encuentro definitivo con el Señor que sea siempre para la plenitud de la vida
en Dios, para vivir en plenitud en la gloria del Señor.
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