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sábado, 25 de enero de 2014



Como san Pablo, nosotros también instrumentos elegidos para anunciar el nombre de Jesús a todos los pueblos

Hechos, 22, 3-16; Sal. 116; Mc. 16, 15-18
Hemos escuchado el relato de su encuentro con el Señor y su conversión en sus propios labios. Por tres veces nos narra el libro de los Hechos de los Apóstoles este acontecimiento que hoy estamos celebrando, la conversión de Saulo, la conversión de san Pablo.
‘Este es un instrumento elegido para llevar mi nombre a todas las naciones, a sus gobernantes y al pueblo de Israel; yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre’ es lo que el Señor le dice a Ananías cuando le pide que vaya a ver a un tal Saulo de Tarso, ante la resistencia de Ananías ‘porque he oído a muchos hablar del daño que ese hombre ha hecho en Jerusalén a los que creen en ti’. Con esas intenciones Saulo, como era su nombre original que más tarde cambiará por el más romano de Pablo, iba a Damasco ‘con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a cuantos invocan el nombre de Jesús’. Saulo no lo conocía y ahora le sale al encuentro a las puertas de la ciudad. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... ¿quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues’.
Fue suficiente ese encuentro con el Señor. Qué importante es encontrarse de verdad con el Señor.  viene a nuestro encuentro tantas veces y de tantas maneras y nosotros no lo conocemos. También alguna vez llegamos a preguntarnos, aunque quizá muchas veces ignoremos su presencia, ‘¿Quién eres, Señor?’. Sería importante y necesario que nos hiciéramos la pregunta, porque sería señal de que algo nos está sucediendo y comenzamos a darnos cuenta.
No vamos ahora a entretenernos a describir una vez más lo que ya hemos escuchado de la conversión de Saulo y cómo su vida cambió. Era un elegido del Señor y él respondió a la voz del Señor; y respondió a las expectativas que Dios tenía de él. ‘El Dios de nuestros padres te ha elegido, le dice Ananías, para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído’. Y recibió el bautismo y comenzó a ser de verdad un hombre nuevo, como él más tarde nos enseñaría en el mensaje de sus cartas que tenía que ser nuestra vida a partir del momento de nuestro encuentro con Jesús y de poner toda nuestra fe en El.
‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio’, hemos escuchado que fue el mandato de Jesús y lo hemos ido repitiendo con el salmo. Es lo que hizo Pablo. Testigo para siempre ante todos los hombres recorrería los caminos del mundo anunciando el  Evangelio, anunciando el nombre de Jesús ante el que hemos de doblar toda rodilla porque es el Señor, porque el único nombre en quien encontramos salvación.
Saquemos conclusiones para nuestra vida. Es necesario que nos dejemos encontrar por el Señor. Viene a nosotros, se nos manifiesta en acontecimientos, sale a nuestro paso en los caminos de la vida allí donde estamos con nuestras alegrías y con nuestros sufrimientos, nos deja su Palabra que quiere llegar a nuestro corazón, nos ofrece su gracia sacramental que quiere llenarnos de vida. ¿Seremos capaces de dejarnos encontrar por El? ¿Seremos capaces de ver las señales que va poniendo a nuestro paso de su presencia y de su gracia que son llamadas para nosotros? Abramos los ojos y los oídos del corazón. Seamos sensibles a esas llamadas del Señor y no huyamos, no nos cerremos, no tengamos miedo a lo que nos pueda decir o nos pueda pedir. Con nosotros estará siempre la fuerza de su Espíritu.
Hay algo que se repite en todos los textos oracionales de la liturgia de este día; nos recuerda que nosotros tenemos que ser testigos ante el mundo de esa fe que ilumina nuestra vida; que ‘nos ilumine el Espíritu Santo con la luz de la fe que impulsó siempre al apóstol San Pablo a la propagación de tu Evangelio’, pediremos en una de las oraciones. Que por la gracia de los sacramentos que estamos celebrando ‘se encienda en nosotros el fuego del amor que abrasaba el corazón de san Pablo y le impulsaba, solícito, al servicio de todas las Iglesias’.
Ha de ser nuestra oración, para que nos encendamos en el fuego de ese amor y para que todas las Iglesias vivamos en la unidad y comunión, como pedimos en esta semana de oración que hoy concluimos.

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