La gloria de Dios es el bien del hombre
1Sam. 17, 32-33.37.40-51; Sal. 143; Mc. 3, 1-6
La gloria de Dios es el bien del hombre. Quizá alguno
podría pensar que buscar la gloria de Dios es algo que solo atañe o hace
referencia a la divinidad y nada tiene que ver con el hombre, con la
persona, con su bien. Es una confusión
demasiado frecuente. Lo vemos en aquellos que quieren ser profundamente
religiosos pero se desentienden totalmente de aquellas personas que están a su
alrededor, con quienes conviven o los que están sufriendo cada día a su lado
miles de problemas. No es ese el sentido de Jesús, de vida, de lo que hace o de
lo que es su mensaje.
Podríamos comenzar por recordar aquello que nos dice el
evangelio de san Juan, que tanto era el amor que Dios nos tiene que nos entrega
a su Hijo único. ¿Para qué nos ha entregado a Jesús? ¿Para qué Dios se ha hecho
hombre? En el credo confesamos que ‘por
nosotros, los hombres, y por nuestra salvación se hizo hombre’, por nuestra
salvación. Esa salvación que el Señor viene a ofrecernos es la gloria de Dios.
Luego lo que Jesús quiere siempre es el bien del hombre, el bien de la persona.
No podemos desentendernos nunca del bien de la persona,
porque digamos que estamos buscando la gloria de Dios. Es más, el buscar la
gloria de Dios nos obligará mucho más a buscar el bien de la persona, de toda
persona. Es lo que vemos hacer a Jesús a lo largo del Evangelio. Cura, sana,
llena de esperanza los corazones, busca y quiere la felicidad para todos, no
quiere que haya sufrimiento de ningún tipo en nadie, va sembrando paz en los
corazones, nos ofrece continuamente su perdón y nos enseña cómo nosotros hemos
de hacer lo mismo con los demás, nos enseña cómo tenemos que amarnos buscando
siempre el bien del amado, porque eso es verdadero amor, llegará hasta el amor
supremo de dar su vida por aquellos a quienes ama, por nosotros. ¿Qué más
pruebas queremos de que siempre quiere el bien del hombre, el bien de toda
persona?
Es lo que hoy hemos escuchado también en el evangelio.
Se crea el conflicto en algunos muy legalistas
para quienes el sábado, día del Señor, era tan sagrado, que les impedía
realizar cualquiera cosa buena incluso en bien de los demás. Hoy nos puede
resultar difícil de entender este episodio del evangelio, pero quizá mucho de
esto pueda quedar aún en nuestro corazón.
Era un sábado y fue como de costumbre a la sinagoga.
Era la hora de la oración y de la escucha de la Ley y los Profetas que cada
sábado en la sinagoga se proclamaban. Ya iba siendo habitual que estando Jesús
fuera El quien hiciera la proclamación de la Palabra y su comentario. Pero en esta ocasión le estaban acechando,
pendientes de lo que ya había hecho en otras ocasiones. Donde estuviera un
hombre lleno de sufrimiento, con sus
enfermedades o limitaciones, allí estaba Jesús manifestando su poder y curando
de toda dolencia y enfermedad. En esta ocasión hay un hombre con parálisis en
un brazo. ¿Qué hará Jesús?
Jesús lo que quiere siempre es el bien del hombre.
Allí, en el bien del hombre, estaba la gloria del Señor. Por eso notando que
estaban esperando su reacción porque ya comenzaban a haber cosas en Jesús que a
algunos no les gustaban, como a los
fariseos y otros grupos afines, Jesús le dice al hombre del brazo paralítico
que se ponga en medio y hace la pregunta. ‘¿Qué
está permitido en sábado? ¿hacer lo bueno o lo malo? ¿salvarle la vida a un
hombre o dejarlo morir?’
No tenían nada que decir. No se atrevían. Y Jesús curó
a aquel hombre. Así se estaba dando gloria a Dios. Aprendamos la lección. Lo
que siempre tenemos que hacer es buscar el bien de la persona, de toda persona,
sea quien sea. No es la muerte sino la
vida lo que tenemos que buscar; y buscar la vida es buscar el bien, hacer el
bien, amar con toda generosidad y desprendimiento, como lo hizo Jesús y como
tiene que ser nuestra vida siempre. Es el estilo de la vida de Jesús y será el
estilo que ha de tener nuestro amor si en verdad nos llamamos sus discípulos.
Que con las obras buenas que vayamos haciendo en cada
momento, vayamos dando gloria al Señor. Démosle el sentido más hondo a nuestra
religiosidad y vivamos intensamente el amor de nuestra vida cristiana.
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