Seguir a Jesús no es hacer remiendos sino comenzar a vivir una vida nueva
1Sam. 15, 16-23; Sal. 49; Mc. 2, 18-22
La presencia de
Jesús, su mensaje, sus obras y palabras van provocando diversas reacciones en
aquellos que le contemplan y le escuchan. Ya vemos por una parte el entusiasmo
de quienes le siguen llevando sus enfermos para que los cure o queriendo estar
cerca de El para no perderse ni una palabra
de su mensaje que les va enardeciendo por dentro, sembrando esperanza de
algo nuevo que anuncia y por ese mundo nuevo del que va hablando cuando anuncia
la llegada del Reino de Dios.
Pero también vamos viendo que en otros se produce un
desconcierto ante lo nuevo que va proponiendo y que va realizando, incluso por
la manera cómo se va presentando. El que haya llegado a tocar con su mano a un
leproso, que haya ofrecido primero que nada el perdón de los pecados al
paralítico que le llevaron para curar atribuyéndose poderes divinos o se siente
a la mesa rodeado de publicanos y pecadores serán cosas que muchos no
entenderán y les hará surgir dudas e interrogantes en su interior.
Acostumbrados a oír hablar quizá de la vida
extremadamente rigurosa de los esenios
que vivían entre penitencias y ayunos allá en el desierto en las orillas del
mar Muerto, o recordando la figura del Bautista que había surgido allá junto al
Jordán también con una vida austera y penitencial, y estando por otra parte la
vida exigente en normas y preceptos y en ayunos rigurosos de los fariseos allí
mismo en Jerusalén o a través de toda Palestina el estilo nuevo que Jesús va
impregnando en aquellos que le siguen más de cerca, sus discípulos, hará que
vengan hasta Jesús preguntando, como hoy hemos escuchado, por qué sus
discípulos no ayunan como lo hacían los discípulos de Juan o lo hacen los
discípulos de los fariseos.
‘¿Es que pueden ayunar
los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?’ Es una referencia que pone como
ejemplo a lo que eran las fiestas de las bodas en la que el novio estaba
rodeado de todos sus amigos en días felices para él y en los que precisamente
lo que tenía que predominar era la fiesta y la alegría. Eso significa la
presencia de Jesús. Con Jesús a nuestro lado nuestro corazón se tiene que
llenar de fiesta y de alegría. Es la alegría de la fe, de la que tantas veces
hemos hablado.
Es el gozo que sentimos en nuestro corazón cuando
nuestra vida está impregnada por la fe y sentimos tan de cerca la presencia del
Señor. El cristiano, el verdadero creyente en Jesús, tiene que tener siempre
cara de fiesta. La fe que tenemos en Jesús es una riqueza grande para nuestra
vida y nos hace mirar las cosas y la vida misma con un sentido nuevo del que
tiene que estar alejada para siempre la tristeza y la amargura. No sé si esto
lo habremos entendido bien muchos cristianos que parece que vamos por la vida
siempre con cara de funeral.
Es por lo que a continuación Jesús nos habla de que no
podemos andar con remiendos en la vida ni usando recipientes o estilos viejos,
que no nos valdrían para nada. Es un vestido nuevo el que tenemos que vestir
cuando nos revestimos de Cristo. Porque es un sentido nuevo de la vida lo que
tenemos con El. Demasiadas veces vamos queriendo hacer componendas, arreglitos por aquí y por allá, pero no
llegamos a ser ese hombre nuevo de la gracia que tendríamos que ser a partir de
nuestro Bautismo. Por algo Jesús le hablará a Nicodemo de nacer de nuevo,
aunque a Nicodemo le cueste entender.
Nos habla hoy Jesús de vestido nuevo, no de remiendos,
y de odres nuevos para el vino nuevo de la gracia que recibimos en nuestra
vida. Si el vino nuevo lo queremos poner en odres viejos, estos se reventarán y
de nada nos servirá el vino nuevo porque se
perderá. Es lo que muchas veces nos sucede en nuestra vida cristiana, en nuestra vida de fe. No
terminamos de entender y aceptar el mensaje de Jesús. Por algo ha comenzado su
predicación invitándonos a la conversión; y la conversión no son unos
arreglitos que tenemos que hacer en nuestra vida, sino un darle la vuelta al
completo a nuestra vida, para vivir la vida nueva de la gracia. ‘A vino nuevo, odres nuevos’, nos dice
el Señor.
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