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lunes, 20 de enero de 2014



Seguir a Jesús no es hacer remiendos sino comenzar a vivir una vida nueva

1Sam. 15, 16-23; Sal. 49; Mc. 2, 18-22
La  presencia de Jesús, su mensaje, sus obras y palabras van provocando diversas reacciones en aquellos que le contemplan y le escuchan. Ya vemos por una parte el entusiasmo de quienes le siguen llevando sus enfermos para que los cure o queriendo estar cerca de El para no perderse ni una palabra  de su mensaje que les va enardeciendo por dentro, sembrando esperanza de algo nuevo que anuncia y por ese mundo nuevo del que va hablando cuando anuncia la llegada del Reino de Dios.
Pero también vamos viendo que en otros se produce un desconcierto ante lo nuevo que va proponiendo y que va realizando, incluso por la manera cómo se va presentando. El que haya llegado a tocar con su mano a un leproso, que haya ofrecido primero que nada el perdón de los pecados al paralítico que le llevaron para curar atribuyéndose poderes divinos o se siente a la mesa rodeado de publicanos y pecadores serán cosas que muchos no entenderán y les hará surgir dudas e interrogantes en su interior.
Acostumbrados a oír hablar quizá de la vida extremadamente rigurosa  de los esenios que vivían entre penitencias y ayunos allá en el desierto en las orillas del mar Muerto, o recordando la figura del Bautista que había surgido allá junto al Jordán también con una vida austera y penitencial, y estando por otra parte la vida exigente en normas y preceptos y en ayunos rigurosos de los fariseos allí mismo en Jerusalén o a través de toda Palestina el estilo nuevo que Jesús va impregnando en aquellos que le siguen más de cerca, sus discípulos, hará que vengan hasta Jesús preguntando, como hoy hemos escuchado, por qué sus discípulos no ayunan como lo hacían los discípulos de Juan o lo hacen los discípulos de los fariseos.
‘¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos?’ Es una referencia que pone como ejemplo a lo que eran las fiestas de las bodas en la que el novio estaba rodeado de todos sus amigos en días felices para él y en los que precisamente lo que tenía que predominar era la fiesta y la alegría. Eso significa la presencia de Jesús. Con Jesús a nuestro lado nuestro corazón se tiene que llenar de fiesta y de alegría. Es la alegría de la fe, de la que tantas veces hemos hablado.
Es el gozo que sentimos en nuestro corazón cuando nuestra vida está impregnada por la fe y sentimos tan de cerca la presencia del Señor. El cristiano, el verdadero creyente en Jesús, tiene que tener siempre cara de fiesta. La fe que tenemos en Jesús es una riqueza grande para nuestra vida y nos hace mirar las cosas y la vida misma con un sentido nuevo del que tiene que estar alejada para siempre la tristeza y la amargura. No sé si esto lo habremos entendido bien muchos cristianos que parece que vamos por la vida siempre con cara de funeral.
Es por lo que a continuación Jesús nos habla de que no podemos andar con remiendos en la vida ni usando recipientes o estilos viejos, que no nos valdrían para nada. Es un vestido nuevo el que tenemos que vestir cuando nos revestimos de Cristo. Porque es un sentido nuevo de la vida lo que tenemos con El. Demasiadas veces vamos queriendo hacer componendas,  arreglitos por aquí y por allá, pero no llegamos a ser ese hombre nuevo de la gracia que tendríamos que ser a partir de nuestro Bautismo. Por algo Jesús le hablará a Nicodemo de nacer de nuevo, aunque a Nicodemo le cueste entender.
Nos habla hoy Jesús de vestido nuevo, no de remiendos, y de odres nuevos para el vino nuevo de la gracia que recibimos en nuestra vida. Si el vino nuevo lo queremos poner en odres viejos, estos se reventarán y de nada nos servirá el vino nuevo porque se  perderá. Es lo que muchas veces nos sucede en nuestra vida  cristiana, en nuestra vida de fe. No terminamos de entender y aceptar el mensaje de Jesús. Por algo ha comenzado su predicación invitándonos a la conversión; y la conversión no son unos arreglitos que tenemos que hacer en nuestra vida, sino un darle la vuelta al completo a nuestra vida, para vivir la vida nueva de la gracia. ‘A vino nuevo, odres nuevos’, nos dice el Señor.

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