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jueves, 21 de junio de 2012


Cuán grandes son los misterios que encierra la oración del Señor
Eclesiástico, 48, 1-15; Sal. 96; Mt. 6, 7-15
‘Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis’. 
Así ha comenzado Jesús a hablarnos de cómo ha de ser la oración de su discípulo. Realmente en versículos anteriores ya nos habla de la interioridad de nuestra oración, alejando de nosotros actitudes de apariencia y vanagloria. Hoy va a dejarnos un modelo de oración. Un modelo de oración en el que tenemos mucho que reflexionar y meditar, porque aún a los cristianos nos sigue pasando lo que ya anteriormente nos señala Jesús que hemos de evitar, las muchas palabras, las muchas repeticiones.
San Cipriano en su tratado sobre el padrenuestro – estos días los que hacemos la liturgia de las horas tenemos sus textos en el oficio de lectura – ya nos señala en su comienzo en lo primero que hemos de tener en cuenta cuando nos disponemos a la oración. ‘Las palabras del que ora han de ser mesuradas y llenas de sosiego, nos dice. Pensemos que estamos en la presencia de Dios’. Es la primera predisposición para que cuando vamos a invocar al Señor y llamarlo Padre, seamos en verdad conscientes de su presencia que nos llena y que nos invade totalmente, que nos hace rebosar de su Espíritu en nuestro espíritu.
‘¡Cuán importantes y cuán grandes son los misterios que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras y tan rica en la eficacia espiritual! Ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones…’ Nos dice más adelante san Cipriano. Hermosura y belleza de la oración. Sabiduría que nos ayuda a conocer a Dios porque nos acerca a Dios, nos llena de Dios.
Por eso nos dice a continuación ‘cuán grande es la benignidad del Señor, cuán abundante la riqueza de su condescendencia y de su bondad para con nosotros, pues ha querido que, cuando nos ponemos en su presencia para orar, lo llamemos con el nombre de Padre y seamos nosotros llamados hijos de Dios, a imitación de Cristo, su Hijo; ninguno de nosotros se hubiera atrevido a pronunciar este nombre en la oración, si El no nos lo hubiese permitido. Por tanto, hermanos muy amados, debemos recordar y saber que, pues llamamos Padre a Dios, tenemos que obrar como hijos suyos, a fin de que El se complazca en nosotros, como nosotros nos complacemos de tenerlo por Padre’.
Qué hermoso si consideráramos bien todo esto cuando nos disponemos a rezar con la oración que Jesús nos enseñó. Seguro que la interiorizaríamos mucho más y no la rezaríamos nunca de una forma superficial. Es una oración para saborear. Y cuando saboreamos una cosa no nos la comemos así a la carrera sino que nos detenemos tomándole bien su sabor, deleitándonos en la riqueza de sus sabores. Así tenemos que deleitarnos en el espíritu cuando rezamos el padrenuestro.
Mucho tendríamos que meditar y reflexionar todo esto. Rezar la oración que Jesús nos enseñó, orar a la manera como Jesús nos enseñó nos compromete muy fuertemente. Porque no es decir palabras; hay que comenzar por sentir siempre la presencia del Señor y caer bien en la cuenta de que estamos hablando con Dios, y que además a través de esas mismas palabras allá en nuestro interior nos está hablando también a nosotros. 
Por eso hemos de estar atentos a su voz, para que haya en verdad ese diálogo de amor que tiene que ser siempre nuestra oración con el Señor. No vamos simplemente a despachar con El, como quien va ante alguien poderoso al que le vamos a presentar una lista de peticiones; vamos a encontrarnos con el Dios que nos ama porque es nuestro Padre y vamos a disfrutar de su presencia, aunque muchas veces hasta nos quedemos en silencio ante El.
Muchas más cosas podríamos entresacar de las enseñanzas de san Cipriano sobre la oración del padrenuestro; ya tendremos ocasión de recoger más cosas de sus enseñanzas para que en verdad vayamos creciendo en nuestra oración, en nuestro conocimiento de Dios y en nuestra espiritualidad, que bien que lo necesitamos.

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