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sábado, 23 de junio de 2012


El amor providente de Dios hace que podamos vivir cada día en paz
2Crón. 24, 17-25; Sal. Sal. 88; Mt. 6, 24-34

En la vida en muchas ocasiones pretendemos, como suele decirse, nadar entre dos aguas; no tomamos partido claramente por algo y no es necesariamente porque no sepamos siempre lo que tenemos que hacer, sino por indecisión, por cobardía y podríamos decir que hasta en ocasiones por maldad, porque pretendemos aprovecharnos de un lado y de otro, arrimando el ascua a nuestra sardina según nos convenga. 
Claro que un corazón así anda dividido y hasta en el plano psicológico y de madurez humana una persona así deja mucho que desear. Pero esa inmadurez, indecisión, cobardía y maldad, se manifiesta muchas veces en nuestro ser de cristianos no siendo consecuentes con nuestra fe y los principios que de ella se derivan para nuestro vivir. Lo malo sería que hasta nos creyéramos que hacemos bien y que somos más listos o sagaces que los demás. Ya nos dice Jesús en una ocasión que los hijos de este mundo son más sagaces que los hijos de la luz. 

De entrada hoy en las palabras de Jesús está la radicalidad de lo que significa ser cristiano y seguir su camino. Esa postura de nadar entre dos aguas está bien lejana de lo que sería el espíritu del evangelio y el sentido cristiano. ‘Nadie puede estar al servicio de dos amos’, nos dice Jesús. Y apunta claramente a un tema concreto siguiendo con la postura de desprendimiento y de confianza en Dios de la que nos venía hablando. ‘No podéis servir a Dios y al dinero’. Recordemos que nos había dicho que donde estuviera nuestro tesoro estaría nuestro corazón. 

Y es que si Dios es el único Señor de nuestra vida en El hemos de poner toda nuestra confianza y nuestra vida ha de estar en sus manos. No podemos pretender buscar otros apoyos y otras seguridades, porque nuestro apoyo total hemos de ponerlo en Dios. Nos está invitando Jesús a poner nuestra confianza en la providencia de Dios que es un Padre amoroso que nos ama y cuida de nosotros. 

La confianza que ponemos en Dios y en su providencia no nos exime del cumplimiento de nuestras responsabilidades, del trabajo de cada día y de la búsqueda del bien, de lo bueno, de la justicia. Poner la confianza en Dios no significa estar esperando el milagro fácil que me resuelva los problemas sin que yo haga nada. Es confiar en el Señor y confiar en la fuerza que El nos da; es confiar en el Señor para dejarme iluminar por su luz y sentir el impulso y la inspiración del Espíritu en cada momento de mi vida para saber cómo he de actuar, confiando que es el Padre bueno que no me abandona y no me dejará sin su gracia que me auxilia en todo momento. 

Decimos que confiar en Dios no es estar esperando ese milagro fácil que todo me lo resuelva, pero sí descubrir el milagro de la vida de cada día que Dios me da, que hace salir el sol para todos y nos va regalando con tantas cosas hermosas que de la naturaleza podemos recibir y aprovechar. Cuantos milagros de amor Dios va realizando continuamente en los pasos de mi vida; lo que necesito es tener esos ojos de fe para descubrir en todo eso que acontece en mi vida o alrededor la mano amorosa de Dios que ahí se nos manifiesta. 

Por eso la vida no la podemos vivir como un agobio, aunque tengamos que vivirla con seria responsabilidad. Sepamos vivir la vida de cada día con intensidad y aprovechemos cuanto de bueno en ella encontramos. Por tres veces hoy nos dice Jesús que no nos agobiemos. ‘A cada día le bastan sus disgustos’, nos termina diciendo Jesús. 

La fe que ponemos en el Señor, la confianza que tenemos en su providencia tiene que hacernos vivir en paz y serenidad cada momento de la vida, aunque algunas veces haya momentos que no sean fáciles. Pero Dios, Padre bueno, está ahí a nuestro lado. Cuida de los pájaros del cielo, de las flores del campo, ¿cómo no va a cuidar de nosotros a quienes ha querido hacernos sus hijos y a los que tanto ama?

El amor providente de Dios hará que cada día lo podamos vivir en paz.

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