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miércoles, 20 de junio de 2012


Tu Padre que ve en lo escondido te recompensará
2Reyes, 2, 1.6-14; Sal. 30; Mt. 6, 1-6.16-18
‘Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres… tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará… tu Padre, que está en lo escondido… que ve en lo escondido, te recompensará’. 
¿Qué buscamos? ¿nuestra gloria o la gloria de Dios? Mira cómo somos los hombres que nos dejamos consentir por la vanidad; halagos, reconocimientos, alabanzas humanas, orlas y títulos… cuánto nos halagan, cómo hacen resurgir la vanidad en el corazón, cómo se nos cae la baba, por decirlo de una forma vulgar. 
Es cierto que necesitamos estímulos humanos y una palabra dicha a tiempo quizá nos estimule en nuestro esfuerzo por el crecimiento personal y para el desarrollo de todas nuestras cualidades y valores. Pero no puede ser lo única, la única razón por la que hagamos el bien o desarrollemos todas nuestras capacidades en bien de los demás, en bien de esa sociedad en la que vivimos y a la que todos hemos de contribuir para mejorar cada día más, en bien de esa comunidad de la que participamos y que entre todos hemos de hacer crecer. Pero no son las glorias humanas las que hemos de buscar. 
Jesús nos habla en el evangelio hoy haciendo referencia a un conjunto de acciones en el orden de la religión y de nuestra relación con Dios como puede ser la oración, el ayuno y la limosna. Quiere salir Jesús al paso de unas actitudes que se ven habitualmente en algunos sectores de la sociedad judía, como podía ser el grupo de los fariseos que eran cumplidores estrictos de lo que mandaba la ley de Moisés, pero que hacían alarde delante de los demás de sus cumplimientos, desvalorizando todo lo bueno que podrían realizar.
La tentación entonces como la tentación hoy de la ostentación, de la vanagloria y de la vanidad. Oraban delante de todos para que todos los vieran, hacían ruidos con sus monedas cuando las echaban al cepillo de tal manera que sonaban como campanillas que llamaba a la gente, para que vieran que eran generosos; ponían cara de circunstancias cuando ayunaban para que dijeran de ellos lo bueno que eran y la gente se deshiciera en alabanzas hacia ellos. Pero no son las actitudes buenas. 
De ahí las recomendaciones del Señor. De nada nos vale la ostentación externa, si en el interior no llevamos nada, porque hacemos las cosas solo por aparentar. Hazlo en lo escondido, en lo secreto sin que nadie se entere, porque lo importante es el culto y la gloria que des al Señor, lo que seas capaz de compartir generosamente con los demás o el sacrificio que puedas ofrecer a Dios siempre para su gloria.
En otro momento del evangelio Jesús nos dirá que las gentes vean vuestras buenas obras para que den gloria al Padre del cielo; pero lo importante es que el ejemplo que nosotros podamos dar no es buscando nuestra gloria sino que todos lleguen a dar de verdad gloria a nuestro Padre celestial. Porque tenemos que iluminar no para nuestra gloria sino para la gloria de Dios; mostramos las cosas buenas que hagamos para que los demás se sientan estimulados a realizar esas buenas obras dando gloria al Señor. 
Y damos gracias a Dios porque el Señor nos haya dado un corazón grande capaz de hacer muchas obras buenas. Reconocemos así la acción de Dios en nosotros, como hijo María cuando el ángel vino a ella y cuando entonó el cántico del Magnificat. ‘El Señor ha hecho en mí obras grandes…’ el Señor a través de mi vida, pobre, pequeña, sencilla, humilde quiere seguir haciendo obras grandes para su gloria, y para que todos reconozcan las maravillas que hace el Señor y que se vale de nuestra pequeñez. Pero sepamos también nosotros reconocer las maravillas que el Señor hace en los demás y a través de los demás, reconociendo sus obras buenas y estimulando con nuestras palabras y nuestras buenas actitudes que todos sean capaces de poner en servicio todos sus valores y cualidades.
¡Bendito sea el nombre del Señor! Sabemos que el premio lo tenemos en el Señor. Pero nosotros lo hacemos por el amor del Señor, para la gloria del Señor. 

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