Gén. 17, 3-9; Sal. 104; Jn. 8, 51-59
‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá
lo que es morir para siempre’.
No entienden los judíos las palabras de Jesús y hacen sus propias interpretaciones.
¿Cuál es ese morir y ese vivir del que nos habla Jesús? No entienden cuál es la
vida para siempre que Jesús nos da porque no quieren aceptar a Jesús. El
misterio de la persona de Jesús que se les revela en sus palabras y en su
actuar les desborda sus propios pensamientos. Sólo desde la fe, sin prejuicios,
es como podemos ir hasta Jesús y llegar a conocerle.
Jesús les está hablando de vida eterna para quienes
creen en El y aceptan su palabra. Ya hubo momentos a lo largo del evangelio y
de la predicación de Jesús en que lo rechazaban y consideraban dura la doctrina
que enseñaba Jesús. Es que en Jesús se está manifestando Dios y todo su plan de
salvación para con nosotros. Y en ese plan de salvación nos ofrece mucho más de
lo que nosotros podemos imaginar porque el amor que el Señor nos tiene no lo
podemos encorsetar en medidas y limites humanos, porque es un amor infinito
como infinito es Dios.
En momentos así Pedro dejándose llevar por su
entusiasmo por Jesús que es una forma de decir también que se dejaba conducir
por lo que el Espíritu le revelaba en su interior llega a decir de Jesús ‘Señor, ¿A dónde vamos a acudir si tú tienes
palabras de vida eterna?’. Nos recuerda lo que Jesús nos está diciendo
ahora ‘quien guarda mi palabra no sabrá
lo que es morir para siempre’. Un día también dejándose llevar por lo que
el Padre le revelaba en su corazón haría una hermosa confesión de fe en Jesús
proclamándolo como el Mesías y el Hijo de Dios. ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’, diría entonces.
Ese decir de Pedro que Jesús tenía palabras de vida
eterna fue proclamado precisamente después que en la sinagoga de Cafarnaún
Jesús había anunciado vida eterna y resurrección para quien creyera en El de
tal manera que llegara a comerle. ‘Mi
carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida, había dicho; quien
come mi carne y bebe mi sangre vivirá para siempre’. Nos hablaba del Pan de
vida que quien lo comiera viviría por El. ‘El
que me come vivirá por mí… el que coma de este pan vivirá para siempre… tiene
vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’.
Comer a Cristo para vivir por El y resucitar en el
último día, nos decía en Cafarnaún. Hoy nos dice que el que guarda su palabra
no sabrá lo que es morir para siempre. Ha venido Jesús para que tengamos vida y
vida en abundancia. Ha venido Jesús a arrancarnos de todo lo que sea muerte
para conducirnos a la vida. Ha venido Jesús y quiere que vivamos con El y por
El.
Es el regalo de su amor. Es la prueba y manifestación
de su entrega. Para eso se nos da, para eso muere por nosotros, para eso
derrama su sangre como vamos a celebrar con toda intensidad en estos días. Es
la Eucaristía en la que quiere seguir dándosenos para que escuchándole y
comiéndole podamos tener vida eterna. Es el regalo pascual de quien se ha entregado
en su pasión y muerte y quiere que comiéndole nos llenemos de su vida para
siempre.
La Eucaristía que celebramos y vivimos es siempre
celebración pascual de la muerte y resurrección del Señor. Estamos haciendo
presente el sacrificio pascual de Cristo, memorial de la pasión, muerte y
resurrección del Señor. Por eso, como decimos en una de las aclamaciones de la
plegaria eucarística y recordando además palabras del apóstol Pablo en sus
cartas, ‘cada vez que comemos de este pan
y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas’.
Vivamos con hondo
sentido la Eucaristía guardando la palabra de Jesús y estaremos seguros que
somos llamados a la vida eterna.
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