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martes, 27 de marzo de 2012

Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que soy yo


Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que soy yo

Núm. 21, 4-9; Sal. 101; Jn. 8, 21-30
El camino del desierto se le hacía largo y costoso al pueblo de Israel. Ese camino hacia la tierra prometida estaba lleno de pruebas y dificultades pero que fueron haciendo madurar al pueblo, constituirse como pueblo, aunque en ocasiones, como nos narra el texto de hoy, estaban exhaustos por el camino. Surgían desesperanzas, perdían el ánimo, se encontraban sin fuerzas, todo les resultaba pesado y monótono y se rebelaban contra el Señor.
Nos sucede en los caminos de la vida; nos sucede en el camino de superación que como personas hemos de ir realizando día a día que en ocasiones se nos hace cuesta arriba; nos sucede en el esfuerzo que hemos de ir realizando en nuestra vida cristiana para superar obstáculos y tentaciones, para mantener firme el ritmo de nuestra fe y de nuestro amor, para superar rutinas y frialdades que nos aparecen como tentaciones continuamente.
‘No tenemos pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo’, protestaban contra Dios y contra Moisés. Tenían incluso la tentación de volverse a Egipto aunque allí vivieran sin libertad. ‘El pueblo habló contra Dios y contra Moisés’. Como nos sucede tantas veces a nosotros. Nos pudiera parecer en nuestra debilidad que no tiene sentido lo que hacemos o el esfuerzo de cada día por superarnos. Hasta pensamos en ocasiones que otros tenían que ser hasta los mandamientos o las normas morales de nuestra vida.
Moisés levantará en medio del campamento el estandarte con la serpiente de bronce que será una señal para Israel de que, a pesar de su rebeldía, Dios sigue estando con ellos y les ayuda. Es también para nosotros una señal. Esta Palabra que estamos escuchando nos conforta en la lucha de nuestra vida, nos anima y nos hace crecer en nuestra fe y en nuestros deseos de ser cada día mejores y más fieles.
Será la imagen y la señal que nos ofrecerá Jesús también a nosotros. Tenemos que mirar a lo alto, tenemos que mirar a quien va a ser levantado también en lo alto de la cruz y que será para nosotros la gran señal de que Dios nos ama. Así se lo dijo Jesús a Nicodemo – ‘como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así ha de ser levantado el Hijo del hombre para que todo el que cree en El tenga vida eterna’ – y así nos lo repite hoy en el evangelio. ‘Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que soy yo, y que no hago nada por mi cuentas, sino que hablo como el Padre me ha enseñado’.
Los judíos, como escuchamos hoy en el evangelio, no terminan de conocer a Jesús y comprender quién es. No entienden sus palabras y hacen sus propias interpretaciones. Ahora le preguntan ‘¿Quién eres tú?’ Pero Jesús no viene a condenar sino a salvar. ‘Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo’, les dice. Pero no comprenden que Jesús viene del Padre; no comprenden la salvación que nos viene a ofrecer Jesús. Y habla de ser levantado en lo alto y entonces le conocerán. Es que cuando sea levantado en lo alto de la cruz está manifestándonos todo lo que es el amor que Dios nos tiene y podremos conocer a Jesús y podremos conocer a Dios.
Sigamos buscando a Jesús; sigamos mirando a lo alto de la cruz y conoceremos a Dios. ‘No hay amor más grande que el de quien da la vida por los que ama’. Y eso lo aprenderemos mirando a la cruz de Cristo, porque vemos su amor, porque vemos su entrega hasta el extremo de dar su vida por nosotros. Miramos a la Cruz de Jesús y en El ponemos toda nuestra fe y toda nuestra esperanza. Miramos a la cruz de Cristo y nuestra vida se llena de nuevo de esperanza. Miramos a la cruz de Cristo y sentimos su fuerza y su gracia para nuestro esfuerzo y para nuestra lucha. Miramos a la cruz de Cristo y vemos las metas altas a las que tenemos que aspirar.
Miramos a la cruz de Cristo y ahí vemos la gran señal de nuestra salvación. Miramos a la cruz de Cristo y nos sentimos impulsados al arrepentimiento, a la conversión, al amor. No puede ser otra nuestra respuesta. Es la respuesta que con entusiasmo, con firmeza y seguridad queremos ir dando estos días en la medida en que nos acercamos a la celebración de la Pascua. No temamos mirar a la cruz de Cristo; no temamos subir con Jesús hasta la cruz. Ahí está nuestra vida y nuestra salvación.

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