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viernes, 9 de diciembre de 2011

El que te sigue tendrá la luz de la vida


Is. 48, 17-19;

Sal. 1;

Mt. 11, 16-19

‘Yo, el Señor, te enseño para tu bien, te guío por el camino bueno…’ La enseñanza del Señor nos conduce siempre por el camino recto y lo que el Señor nos pide siempre nos llenará de las satisfacciones más hondas.

Quiere siempre el Señor el bien del hombre. Si en verdad buscarámos en todo lo que es la voluntad del Señor, los que son los caminos del Señor no sólo seríamos más felices nosotros sino que haríamos felices también a los que están a nuestro lado. Un fruto siempre sería la buena convivencia y armonía entre todos.

Como decíamos en el salmo ‘el que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida’. Cuando seguimos los caminos del Señor nos sentiremos llenos de las bendiciones de Dios. Como dice, ‘tendrá la luz de la vida’. Las imágenes que nos propone el texto profético que estamos comentado de eso quieren hablarnos, de esas bendiciones del Señor. ‘Si hubieras atendido a mis mandatos sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar’, que nos dice el profeta.

La fecundidad y la numerosa descendencia eran consideradas en los pueblos antiguos como una bendición del Señor. El hombre y la mujer que se ven prolongados en una descendencia numerosa se consideran bendecidos por el Señor. Recordemos cómo la bendición de Dios a Abrahán es una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y como las arenas del mar. Desde un razonamiento natural incluso podemos comprenderlo si consideramos cómo en aquellos tiempos no era muy habitual llegar a largas edades e incluso era normal la muerte de muchos infantes. Quien pudiera contemplar, pues, una descendencia numerosa se sentía bendecido por el Señor. Así decía el profeta ‘tu progeníe sería como arena, como sus granos los vástagos de tus entrañas’.

Por otra parte Jesús nos dice que andamos como niños caprichosos que no sabemos lo que queremos y que parece que siempre fuéramos a la contra de todo. ‘¿A quién se parece esta generación?’ Y nos dice que somos como los niños que juegan en la plaza y mientras unos proponen un juego los otros estarán proponiendo siempre lo contrario.

¿Por qué dice eso Jesús? Hace referencia a lo que sucedía con la aceptación de Juan y con lo que sucedía con El mismo. Unos lo aceptan y otros lo rechazan. Unos son capaces de aceptar el mensaje que se les propone, y siempre habrá por otro lado quien se opone o le parece mal lo que se les enseña.

Nos sucede a nosotros en el mundo de hoy. Cuánto nos cuesta aceptar el camino bueno que se nos propone. Cuánto cuesta aceptar lo que es el magisterio de la Iglesia, cuánto rechazo, cuántos nos están diciendo continuamente es que la Iglesia tiene que adaptarse a los tiempos, que si de esto no debe hablar o tiene que modernizarse y así no se cuántas cosas más. Cuántos quizá sólo se fijan en las debilidades que pudiera haber en los miembros de la Iglesia para desautorizarlo todo y rechazar la misión y la enseñanza de la Iglesia.

Quizá muchas veces en el fondo lo que está es que nos cuesta aceptar los caminos del bien y de la recta moral porque lo que están haciendo es denunciar de alguna manera esas cosas no tan buenas que podamos tener en nuestra vida. Y cuando nos señalan que no estamos siguiendo el camino recto y se nos hace ver que tenemos que cambiar y corregir muchas cosas en nosotros afloran nuestros orgullos, aparece nuestro amor propio y ya no somos capaces de aceptar con humildad. Cuánto nos cuesta dejarnos enseñar.

Como recordábamos con el profeta al principio, el Señor nos dice ‘Yo, el Señor, te enseño para tu bien, te guío por el camino bueno…’ Dejémonos conducir por el Señor. Dejemos que el Espíritu del Señor nos guíe allá en lo más profundo de nosotros. El que sigue al Señor, tendrá la luz de la vida, como decíamos en el salmo. Que en verdad sea siempre nuestro gozo la ley del Señor y la meditemos día y noche rumiándola allá en el corazón.

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