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jueves, 1 de diciembre de 2011

El hombre sabio y prudente construye sobre el verdadero cimiento de la Palabra de Dios


Is. 26, 1-6;

Sal. 117;

Mt. 7, 21.24-27

El hombre sabio y prudente no hace las cosas así porque sí, aunque sean cosas buenas que haga siempre. Será una persona reflexiva, que se plantea seriamente las cosas, revisa lo que hace y siempre está en el deseo de hacer las cosas mejor, darle una mayor profundidad y sentido a todo lo que hace, con deseos de crecimiento. Todo esto realizado en cualquier aspecto humano es algo que desde el sentido cristiano adquiere por así decirlo un mayor grado aún de exigencia.

El que quiere vivir con autenticidad su vida cristiana no se contenta con decir que ya es bueno, porque haga en determinados momentos cosas buenas e incluso porque rece pidiendo a Dios ayuda. Ha de actuar con las características antes mencionadas y el deseo de crecimiento interior es, si cabe, más intenso. No se contenta con el hecho de hacer algunas cosas en algunos momentos, porque sabe que el ser cristiano, la vida cristiana es algo que tiene que envolver todo su ser y en todo momento se ha de manifestar como tal.

Nos encontramos a veces con personas que dicen que son buenas, y por supuesto no lo negamos, pero que ellos no necesitan quizá el venir a la Iglesia o rezar sino hacer siempre lo bueno o hacer el bien. Por otro lado nos encontramos con quienes toda su vida cristiana la reducen a hacer unas oraciones, son muy rezanderos como se suele decir, pero eso no les repercute en el resto de su vida, viviendo sin mayores compromisos o deseos de cosas buenas.

Nos damos cuenta que unos y otros que estamos mencionando andan como cojos en lo que llaman su vida cristiana. Es necesario algo mas profundo para no quedarnos en lo superficial o lo aparente. Como nos enseña hoy Jesús en el evangelio es necesario poner unos buenos cimientos a nuestra vida, no sea que el edificio de nuestra fe y nuestra vida cristiana se nos venga abajo ante el primer vendaval de dificultades o problemas que nos aparezca.

Hemos de rezar, es cierto, y no se podrá sustentar nuestra vida sin esa necesaria unión con el Señor por la oración. Pero a esa oración hemos de darle hondura, nos viene a decir Jesús. No nos basta decir, Señor, Señor, sino que es necesario algo más. ‘No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en cielo’, nos dice Jesús tajantemente.

Esa oración tiene que llevarnos a la vida, a una vida que hemos de vivir buscando y realizando siempre lo que es la voluntad del Padre del cielo. No puedo decir es que yo hago promesas y las cumplo, le llevo flores a la Virgen y voy a visitarla, llevo colgadas al cuello no se cuántas medallas – ahora ha entrado la moda de ponerse como collares los rosarios -, o tengo no cuantas imágenes en mi casa o en mi habitación. Pero, esos actos de piedad, esos actos religiosos, ¿me llevan a buscar siempre por encima de todo lo que es la voluntad del Señor para mi vida y para lo que tengo que hacer por los demás?

Tendría quizá que preguntarme como vivo la realidad y la situación de mi vida - y ahí tendría que pensar en lo que son todas las responsabilidades que tengo en la vida -, cómo me enfrento a los problemas o a las limitaciones que me aparecen desde la enfermedad, desde mis discapacidades y limitaciones por mis años o por lo que sea.

En esa oración pediré, es cierto, al Señor que se haga presente en mi vida y me ayude en los problemas a los que tenga que enfrentarme, pero en esa oración he de saber escuchar al Señor en lo hondo de mi corazón para ir descubriendo lo que es su voluntad para mi vida y luego eso llevarlo a la práctica de cada día. Escuchar al Señor, descubrir su voluntad, abrirme a la Palabra de Dios que me haga reflexionar, ahondar dentro de mi mismo para verla reflejada en mi vida, en mis actos, en mis actitudes, en todo lo que voy haciendo.

Nos dice Jesús que si no plantamos así su palabra en nuestra vida llevándola a la práctica de cada día, seremos como el hombre necio que construyó un edificio ruinoso porque lo cimentó sobre arena. Oremos, reflexionemos, plantemos la Palabra de Dios en nuestro corazón, llevémoslo a la práctica de la vida. Que en nuestra vida, en nuestras obras se vea bien cómo llegamos a vivir una auténtica vida cristiana.

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