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lunes, 28 de noviembre de 2011

Permanecer alertas a la venida del Hijo de Dios

Is. 2,1 5;

Sal. 121;

Mt. 8, 5-11

‘Concédenos permanecer alertas a la venida de tu Hijo…’ comenzamos pidiendo casi desde el primer día de nuestro tiempo de Adviento. Es la invitación que ya ayer nos hacía Jesús en el evangelio, ‘velad… vigilad… pues no sabéis cuál es el momento’. Lo seguiremos escuchando estos días.

‘Cuando llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza’, concluíamos hoy la petición. Con el evangelio hemos de decir que es una vigilancia en la fe. Como la de aquel centurión que se confiaba con toda certeza a Jesús. Merecerá la alabanza de Jesús. ‘No he encontrado en nadie tanta fe’, exclamará Jesús. Aquel hombre fue valiente. No le acobardaron los temores ni respetos humanos. No tenía complejos porque fuera un gentil, era un centurión romano, y podía ser rechazado por los judíos o por el mismo Cristo. Se acercó a Jesús con toda fe y toda confianza.

Es la fe con que tenemos que esperar al Señor. Vamos también hasta Jesús con nuestras necesidades e inquietudes. Aquel hombre tenía en cama un criado paralítico que sufría mucho y se confiaba totalmente a Jesús para que lo curara. Vamos hasta Jesús con nuestro mal, nuestro pecado, nuestras debilidades, tantas flaquezas que hay en nuestra vida no sólo en lo físico sino también en lo moral y espiritual.

Vamos a Jesús con nuestras desesperanzas, tantas negruras de nuestra vida que nos atan, no nos dejan caminar con libertad, nos llenan de miedos y desconfianzas. Algunas veces los respetos humanos también nos coartan y nos echamos para detrás. Nos sentimos acomplejados y pensamos que a nosotros no nos va a escuchar porque no lo merecemos, porque somos tan pecadores.

‘Voy yo a curarlo’, dice Jesús. Viene Jesús a curarnos, a restaurarnos como decíamos ayer con el salmo, a levantarnos de nuestro postración, a darnos la luz que necesitamos para nuestras oscuridades. Viene el Señor a curarnos y viene con su salvación. Es la esperanza con que estamos viviendo estos días; son los deseos más hondos de nuestro corazón; es el camino que queremos hacer en este tiempo de adviento. Pero más que nosotros ir, es el Señor el que viene a nosotros. Es lo que vamos a celebrar. Es la verdadera navidad que tiene que realizarse en nuestra vida.

‘Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur a sentarse en la mesa del reino de los cielos’. Queremos formar parte de ese cortejo, de esa muchedumbre de los que con fe vamos hasta Jesús, dejando atrás nuestros miedos y complejos. ‘Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, nos invitaba el profeta: El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas’. Es lo que queremos hacer. Nos queremos dejar instruir por la palabra del Señor, queremos caminar por sus caminos de fe para seguirle, para escucharle, para llenarnos de su vida, para alcanzar su salvación.

Viene el Señor que nos cura, que nos instruye, que nos pone en camino, que nos hace alcanzar su salvación. Hacemos el camino de Adviento con toda sinceridad, queremos llegar al nacimiento del Señor para sentir esa renovación y salvación en nuestra vida. Que cuando llegue y llame el Senor a nuestra puerta nos encuentre llenos de fe, nos encuentre velando en oración, nos encuentre cantando la alabanza del Señor. Permanezcamos alertas a la venida del Señor.

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