Is. 11, 1-10;
Sal. 71;
Lc. 10, 21-24
Un tronco reseco del que brota un renuevo lleno de vida y de flor. Sugerente imagen. Desconcertante, en cierto modo. Pero, ¿quién no ha visto en el duro invierno las ramas de un árbol frutal desprovistas de hojas, ennegrecidas por el frío, que nos pudieran hacer pensar que aquel árbol ya se nos ha perdido? Sin embargo cuando llega la primavera comienzan a recobrar vida sus yemas y pronto veremos brotar un renuevo lleno de vida prometedor de primaverales flores y hermosos frutos de verano. Reverdece también la esperanza en nuestro corazón.
El profeta nos habla de un tronco reseco de donde va a brotar la vida. Quiere también hacer brotar los renuevos de esperanza en su pueblo. Allí estará el Espíritu del Señor para llenarlo todo de vida. Todo se va a transformar. Hará su aparición la justicia y la paz; la violencia será desterrada porque comienza una vida nueva fecundada por el Espíritu divino. Va a florecer de verdad la justicia y la paz será sobreabundante para todos.
‘Sobre él se posará el Espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor; le llenará el espíritu del temor del Señor’. Palabras que nos recuerdan lo proclamado en la sinagoga de Nazaret por el propio Jesús.
Justicia, fidelidad, paz, armonía serán las vestiduras del hombre nuevo. Todo estará envuelto por la justicia y el amor. Todo se transformará a imagen de esa descripción del nuevo paraíso donde habrá armonía en toda la creación, de manera que ya ni los animales será enemigos unos de los otros. ‘Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos, muchacho pequeño los pastorea…’
Son las imágenes del mundo nuevo a partir de que aceptemos el Reino de Dios. Es el mundo nuevo que el Señor nos ofrece con su salvación. Es el mensaje lleno de la sabiduría de Dios que tenemos que aprender a escuchar. Sólo los que caminan con un corazón humilde y sencillo podrán entender el mensaje divino que Dios nos revela. Cuando en nuestras autosuficiencias queremos buscarle explicaciones a todo no seremos capaces de entender el mensaje de los sencillos.
‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla’. Es una sabiduría nueva la que el Señor nos trasmite que sólo desde la humildad y el amor podremos entender.
A cualquiera que se considerara medianamente entendido le podría parecer un contrasentido que de un tronco reseco pudiera brotar un renuevo lleno de flor y de frutos. Sólo quienes se dejan guiar, los que saben confiar y creer en la Palabra serán capaces de entenderlo. Sólo los humildes que se confían totalmente en el Señor saben que su corazón puede cambiar y que la gracia divina puede hacer maravillas en nosotros. Nuestro corazón se ha endurecido muchas veces con el pecado, pero sabemos cómo la gracia de Dios lo ablanda y lo transforma.
Por eso, nos vamos a dejar guiar en este camino de Adviento para que el Señor realice su obra en nosotros. Tenemos la esperanza de la vida nueva. Esperamos con ansia la gracia salvadora del Señor. Queremos en verdad caldear nuestro corazón con el fuego divino de su Espíritu. Le damos gracias, ya desde ahora, por tanta gracia que el Señor derrama y seguirá derramando sobre nosotros.
Como diría Jesús en Nazaret, después de leer el pasaje de Isaías, ‘esta Escritura se cumple hoy aquí’. En nosotros también se va a cumplir esta Escritura. Dejémonos conducir por la mano del Señor y podremos al final cantar las maravillas de Dios.
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