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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Buscamos a Jesús pero El viene a nuestro encuentro y nos invita a seguirle


- San Andrés -

Rom. 10, 9-18; Sal. 18; Mt. 4, 18-22

‘Todo el que invoca el nombre del Señor se salvará… si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás…’ Afirmaciones rotundas de fe que nos propone el apóstol Pablo en su carta a los Romanos. Fe que nosotros queremos proclamar también con toda rotundidad, con toda nuestra vida, en esta fiesta del Apóstol san Andrés que hoy celebramos. No son sólo palabras, sino que es algo salido de lo más hondo del corazón y que transforma toda nuestra vida.

Queremos confesar nuestra fe en Jesús, queremos seguir a Jesús. Lo buscamos como Andrés, - ‘Maestro, ¿dónde vives?’, fue su pregunta y petición en su primer encuentro – pero es Jesús el que viene a nuestro encuentro y nos llama, y nos invita a seguirle.

Desde el primer momento que Andrés escuchó hablar de Jesús, que le vio pasar ante él y que el Bautista lo señalaba como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, ya se sintió cautivado. Hay ocasiones en que suceden cosas así; la personalidad de quien pasa a nuestro lado nos cautiva, nos está diciendo en el corazón que allí hay algo bueno que buscar y que desear. Quiso Andrés ir tras Jesús, sin sospechar todo lo que iba a pasarle; que Jesús lo invitara a estar con El y que ya desde entonces sintiera que su vida iba a ser distinta.

Será Jesús el que pasando junto al lado, y al ver aquellos pescadores con sus barcas y con sus redes, les invitará a irse con El. Allí estaban Simón y su hermano Andrés; más adelante los otros hermanos con su padre y los jornaleros. Jesús que pasa a su lado e invita. Fueron sus palabras de invitación, pero fue toda la personalidad de Jesús la que los estaba llamando. ‘Venid conmigo, os haré pescadores de hombres’.

Ya Andrés sabía de ser pescador de hombres, porque cuando se había encontrado con su hermano Simón tras aquella primera tarde y noche con Jesús, ya lo estaba invitando. ‘Hemos encontrado al Mesías’, y lo llevó a Jesús. Volverá en otra ocasión en el evangelio a ser mediador, a ser pescador, para llevar a alguien hasta Jesús, cuando aquellos gentiles preguntaban por Jesús y querían conocerlo. En esta ocasión Felipe y Andrés los llevaron a Jesús.

Queremos nosotros también irnos detrás de Jesús, sentirnos cautivados por El, estar con El y conocerle. Este camino de Adviento que hacemos es un camino que nos lleva también hasta Jesús. Nos atrevemos a pedirle a Jesús, preguntarle ‘Maestro, ¿dónde moras?’, queremos estar contigo, queremos ir hasta ti porque queremos conocerte cada día más para más amarte. Nosotros lo buscamos, pero tenemos que sentir mejor cómo El viene hasta nosotros; El nos invita a seguirle, a estar con El. El nos quiere descubrir también a nosotros los secretos de su corazón. Es más bien Jesús el que quiere venir a morar en nosotros, a meterse en nuestra vida, vivir en nosotros. Para que le conozcamos, para que nos empapemos de su vida, para que le vivamos a El.

Sigamos dejándonos cautivar y conducir por su Palabra. Abramos de par en par las puertas de nuestro corazón, los oídos del alma para recibirle, para escucharle. Toda la riqueza de la Palabra de Dios que vamos escuchando ahora en el Adviento tenemos que saber aprovecharla bien. ¡Cómo lo harían los apóstoles! ¡Cómo lo haría Andrés cuando les hablaba en el lago, o por los caminos, cuando lo escuchaban allá en el sermón del monte, o cuando El les explicaba en casa con mayor detalle, con mayor detenimiento todas las cosas para que fueran entendiendo bien lo que era el Reino de Dios que estaba anunciando!

Y seamos mediaciones también para llevar a los demás hasta Jesús, pescadores de hombres. Porque si vamos conociendo a Jesús cada vez con mayor hondura, no nos lo podemos quedar para nosotros, sino que de Jesús tenemos que hablar enseguida a los demás, como hizo Andrés. ‘Hemos encontrado al Mesías’, hemos encontrado a quien es nuestra luz y nuestra salvación; hemos encontrado a Jesús que es el amor de nuestra vida, que es el Señor y que es nuestro Salvador. Confesemos con ardor nuestra fe en Jesús con toda nuestra vida, con los labios y con el corazón, para ser testigos ante los demás, ante el mundo. Llevemos a los demás hasta Jesús.

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