Is. 29, 17-24;
Sal. 26;
Mt. 9, 27-31
La carencia de algunos sentidos corporales produce mucho sufrimiento en la persona que lo padece y realmente uno no sabe bien cuál de ellos será el que más incomodidad y discapacidad produce en la persona. Normalmente las personas invidentes sienten mucho dolor y sufrimiento por dicha carencia: la falta de la luz, el no poder ver el rostro de las personas queridas o simplemente de aquel con quien se habla, no poder apreciar los colores o la belleza que nos ofrece la naturaleza, el sentirse desorientado y no saber por donde caminar con seguridad podíamos decir que son algunas de las cosas que hacen sufrir.
En el evangelio vemos con frecuencia la presencia de invidentes que se acercan a Jesús buscando la luz para sus ojos, como hoy mismo escuchamos en el evangelio. Personas que en su incapacidad para ver se ven abocadas a una pobreza extrema, por lo que suele hablarnos el evangelio de los ciegos que están junto al camino implorando una limosna para su pobreza y necesidad.
Pero las curaciones de los ciegos, los milagros que Jesús realiza para curarlos se convierten además para nosotros en unos hermosos signos que nos quieren decir muchas cosas. El relato de la curación de estos dos ciegos que nos hace hoy el evangelio, junto con los otros textos de la Palabra y las antífonas de la liturgia, nos dan la clave para profundizar en su mensaje que escuchamos mientras vamos haciendo este camino de Adviento.
‘Mirad, el Señor llega con poder e iluminará los ojos de los ciegos’, nos decía la antífona del aleluya antes del Evangelio. Viene el Señor con poder; es la esperanza que está animando nuestra vida y nuestro camino de Adviento. Viene el Señor con su luz – ‘El Señor es mi luz y mi salvación’, hemos repetido en el salmo – y viene a iluminar nuestros ojos ciegos, nuestros ojos que necesitan luz.
En ese sentido nos ha hablado también el profeta que nos anuncia un tiempo nuevo con imágenes de felicidad. ‘El Líbano se convertirá en vergel y el vergel en un bosque…’nos dice. ‘Aquel día oirán los sordos las palabras del libro; sin tinieblas ni oscuridad verán los ojos de los ciegos…’Algo nuevo surge que nos llena de alegría. Y una señal serán los ojos del ciego que se llenan de luz. Ya no habrá confusión ni desorientación; ahora todo es una vida nueva de gracia y de gloria. Podremos descubrir las acciones del Señor, las maravillas que Dios realiza con su salvación en nosotros y podremos cantar la gloria del Señor.
¡Qué distinto es todo cuando nuestros ojos se llenan de luz, cuando nuestro espíritu es iluminado por la luz del Señor! Descubrimos las maravillas del Señor. Andamos con los ojos cerrados y no llegamos a descubrir con toda plenitud todo lo que es el amor del Señor que se manifiesta de tantas maneras. Necesitamos que venga Jesús a nosotros, que venga con su luz y con su salvación.
Reconozcamos nuestra pobreza, reconozcamos que necesitamos esa luz que el Señor nos regala. Reconozcamos que necesitamos avivar nuestra fe, despertarla porque algunas veces se nos adormece; esa fe que Dios pone en nuestro corazón y que es la luz de nuestra alma. Con fe humilde y sincesa nos acercamos al Señor. Como los ciegos de los que nos habla hoy el evangelio también nosotros con fe le gritamos: ‘Ten compasión de nosotros, hijo de David’.
Con fe y con la seguridad que la luz verdadera la vamos a encontrar en Jesús acudimos a El. Este camino de Adviento es un camino en búsqueda de esa luz. Es nuestra esperanza. Sabemos, Señor, que tú puede darnos tu luz, iluminar nuestra vida, hacer crecer nuestra fe. A ti acudimos, y en ti nos confiamos. Eres nuestra luz y nuestra salvación y teniéndote a ti ya nada temeremos, porque tú nos das tu luz, tú nos llenas de la dicha y de la felicidad más grande. Que pueda ver, Señor, que pueda reconocerte. Que con tu luz encuentre los verdaderos caminos para seguirte. Que sea capaz también de llevar tu luz a los demás. ‘Ellos al salir hablaron de Él por toda la comarca’.
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