Is. 63, 16-17.19; 64, 2-7;
Sal. 79;
1Cor. 1, 3-9;
Mc. 13, 33-37
‘Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve’. Así hemos repetido en el salmo responsorial. Y esta súplica puede expresarnos bien el sentido de este tiempo litúrgico que comenzamos y de esta primera celebración del Adviento.
Decir que los textos que nos ofrece la liturgia, ya sea la propia Palabra de Dios que se nos proclama, como todas las oraciones, antífonas o signos que se nos ofrecen en la celebración, no están ahí como por azar, sino que todos ellos nos quieren ayudar a vivir con hondo sentido toda la celebración.
‘Restáuranos…,’ hemos pedido repetidamente con el salmo. Creo que entendemos lo que es restaurar, volver algo a su primigenio y original esplendor; restauramos una imagen que se ha estropeado, un edificio que ha perdido su esplendor para hacerlo volver a su estado de belleza original. Reconocemos que aquel objeto o aquel edificio están mal porque se ha estropeado, se le han realizado arreglos y añadidos no apropiados y es necesario restaurarlo.
Le pedimos al Señor que nos restaure; sí, empezamos, entonces, por reconocer que necesitamos esa restauración, necesitamos la salvación que el Señor nos ofrece porque el pecado ha destruido nuestra vida, nos ha hecho perder la gracia que el Señor nos había regalado. Pedimos al Señor que venga a nosotros, como dice el salmo, ‘que brille su rostro y nos salve’.
Estamos iniciando el tiempo del Adviento. Solemos decir que el Adviento es tiempo de preparación para la celebración de la solemnidad del Nacimiento del Señor. Es cierto, pero hemos de saber entenderlo bien. Tanto el Adviento como la Navidad tienen un profundo sentido, un hermoso y rico sentido. Porque la navidad no es simplemente la fiesta de un recuerdo, del recuerdo del nacimiento de Jesús en Belén. Porque para muchos se queda ahí algunas veces se pueden convertir los días de la navidad en días nostálgicos y hasta tristes. Si nos quedamos en recuerdos y en las ausencias quizá de los que amamos todo se nos puede volver nostalgia y tristeza. Les pasa a muchos y eso lo tenemos que cuidar.
Lo que celebramos es mucho más. Celebramos que el Señor viene con su salvación; viene y viene ahora y hoy; viene como vino en el momento maravilloso de la Encarnación de Dios en las entrañas purísimas de María y en el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios al mismo tiempo verdaderamente hombre para nuestra salvación; pero viene porque esperamos que vendrá en su gloriosa venida en plenitud al final de los tiempos. Y mientras vamos haciendo este camino donde seguimos necesitando, ansiando, esperando que llegue a nosotros con su salvación. Por eso decimos que es mucho más que un recuerdo. Es lo que queremos celebrar y es lo que tiene que ser nuestra preparación del Adviento que hoy iniciamos.
La Palabra de Dios nos ayuda. Nos sentimos así con aquellos sentimientos del profeta que hemos escuchado en la primera lectura. Nos sentimos como extraviados y desorientados; nos parece sentirnos fracasados por nuestras culpas y pecados porque no seguimos el camino de rectitud y santidad que el Seños nos pedía; nos parece algunas veces, en nuestras dudas y pensamientos pesimistas y deprimentes, que estamos como abandonados de todos y hasta de Dios.
Pero suplicamos con confianza: ‘Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero, somos todos obra de tus manos… vuélvete por amor a tus siervos… ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia… sales a nuestro encuentro y nos traes la salvación’.
Pero, ¿será en verdad ésa la súplica que hacemos al Señor en este camino de Adviento que queremos realizar? ¿Cuáles son las expectativas y los deseos más hondos que llevamos en el corazón? ¿En verdad tendremos esos deseos y esperanzas de restauración? Nos miramos a nosotros con sinceridad pero miramos también a cuantos nos rodean y a quienes vemos envueltos en tantos sufrimientos y desesperanzas por los problemas que vivimos, momentos en que nos cuesta tanto encontrar solución, con tantos agobios que hacer perder la paz en el corazón, con muchas desilusiones porque parece que lo vemos todo negro alrededor. En medio de todas esas turbulencias de la vida ¿todavía seguimos volviendo nuestra mirada al Señor esperando una respuesta, esperando una salvación para nuestra vida?
Es algo hermoso lo que celebramos y queremos vivir. Nosotros, es cierto, buscamos a Dios, pero lo importante no son esos pasos que nosotros queremos dar hasta Dios, sino la iniciativa de amor de Dios que quiere venir a nosotros y nos va a ofrecer mucho más de lo que nosotros pedimos o podemos desear. Es el Señor el que se vuelve hacia nosotros y viene a traernos la salvación.
Viene el Señor y en El encontramos respuestas a nuestros interrogantes; viene el Señor y es luz que disipa tinieblas y oscuridades; viene el Señor y es amor que nos llena de salvación transformando nuestros corazones para que vivamos en su mismo amor; viene el Señor y en El nos sentimos comprometidos a llevar esa luz, y esa salvación, y ese amor, y esa gracia a nuestro mundo para hacerlo mejor, para que haya menos sufrimiento, para que encuentren la paz los que no la tienen, para que sepan gustar lo que es la alegría y felicidad más plena.
Y lo vamos haciendo y viviendo ahora en este mundo, pero con la esperanza de que lo podremos vivir en plenitud cuando con El nos encontremos definitivamente. Como nos decía san Pablo, ‘El os mantendrá firmes hasta el final… Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y el es fiel!’ Es nuestra confianza y nuestra esperanza.
Es camino de adviento, que es camino de esperanza, pero que es camino de vivencias hondas y comprometidas. Es camino de Adviento que nos lleva al encuentro con Jesús, y celebramos, es cierto, su nacimiento en Belén, pero vamos a celebrar cómo viene hoy a nosotros, en este hoy concreto que vivimos con nuestros problemas y nuestras luchas, con esa misma salvación, que un día podremos alcanzar en plenitud.
Es Adviento ahora en este tiempo litúrgico concreto, pero el sentido del Adviento, como ese camino que hemos señalado, es algo que tenemos que vivir siempre, porque nunca nos puede faltar la esperanza, porque siempre viviremos esperando la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo como decimos siempre que celebramos en todo tiempo la Eucaristía.
Por eso la vigilancia a la que nos invita Jesús en el evangelio ha de ser una constante en nuestra vida. ‘Vigilad… velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto del gallo o al amanecer, no sea que venga inesperadamente y os encuentre desprevenidos… lo digo a todos ¡velad!’
Que se avive, pues, nuestro deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, para que un día colocados a su derecha merezcamos poseer el Reino eterno, como pedíamos en la oración litúrgica.
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