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jueves, 17 de noviembre de 2011

Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz…



1Macb. 2, 15-29;

Sal. 49;

Lc. 19, 41-44

Bajando el Monte de los Olivos, hacia la mitad de la ladera, y teniendo enfrente una hermosa panorámica de la ciudad santa de Jerusalén hay una pequeña capilla llamada ‘dominus flevit’, donde Jesús lloró, que nos hace mención a lo escuchado hoy en el evangelio. Lucas nos enmarca el episodio dentro de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. ‘Al acercarse Jesús a Jeerusalén y ver la ciudad le dijo llorando: Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz…’

Para todo buen judío acercarse a Jerusalén o contemplarla como se hacía desde el monte de los olivos era motivo de gran orgullo y emoción. Era la belleza de la ciudad por una parte, con la visión del hermoso templo en primer término, pero era todo lo que significaba la ciudad porque en ella estaba el templo del Señor, era la capital de su territorio y así se convertía en un gran emblema para la nación. Sentían orgullo por su ciudad y la amaban profundamente.

Jesús llora por Jerusalén, porque será destruida. ‘Llegará un día en que tus enemigos te rodearán con trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro y no dejarán piedra sobre piedra…’ Esto tendría que producirle un gran dolor en su corazón que tanto amaba aquella ciudad por todo lo que significaba.

Pero el llanto de Jesús es por algo más. ‘Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz’. Había venido quien traía la paz, pero era rechazado. Llegaba la Palabra viva de Dios, pero no era escuchada. Llegaba quien traía la vida, pero preferían la muerte. Llegaba quien era la luz del mundo, pero preferían las tinieblas. Así era rechazado Jesús. ‘Porque no reconociste el momento de mi venida’, terminará diciéndole Jesús cuando anuncia su destrucción.

Pero todo esto es como un ejemplo y una señal para nosotros. Cuando leemos un texto sagrado, cuando escuchamos la Palabra del Señor no nos contentamos con ver lo que podían significar las palabras de Jesús para otros, en este caso para la ciudad de Jerusalén que no lo aceptaba. Escuchamos la Palabra que el Señor nos dice a nosotros. Y nos tendríamos que preguntar si ese llanto de Jesús no será tambien por nosotros.

No respondemos con nuestro amor a tanto amor cómo el Señor nos manifiesta. No siempre le prestamos toda la atención que deberíamos a su Palabra. Muchas veces nos llenamos de violencia y desamor en nuestros gestos y en nuestras palabras y no caminamos los caminos de la paz que tendríamos que caminar. Y están tantas debilidades nuestras que nos merman en nuestra santidad. Somos cobardes en nuestro interior y no damos la cara por el Señor como tendríamos que hacerlo con una vida de testimonio, de amor, de buenas obras. Nos sentimos tentados y preferimos nuestros caminos que nos llevan por el mal antes que seguir y hacer lo que el Señor nos pide.

Por eso sentimos que esas lágrimas de Jesús son también por nosotros. Pero esto tiene que motivarnos a que pongamos más amor cada día en neustra vida. Son lágrimas de gracia que riegan nuestra vida para que nos despertemos a lo bueno. ‘Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz…’ le decía Jesús a la ciudad de Jerusalén. Sintamos que nos lo dice a nosotros para que busquemos siempre esos caminos que nos conducen a la paz; que busquemos a Jesús, que busquemos su Palabra, que busquemos en verdad esa paz que sintamos en nuestro corazón y con la que regalemos a los demás.

Ojalá sintamos en nosotros esa fuerza y esa gracia del Señor que nos mueva a ser cada día mejores. Es lo que tenemos que pedirle al Señor continuamente.

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