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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Por el Reino de Dios que construimos ponemos al servicio de los demás los dones recibidos


2Macb. 7, 1.20-31;

Sal. 16;

Lc. 19, 11-28

‘El que no trabaja que no coma’. Seguramente habremos escuchado esta frase en más de una ocasión y hasta la habremos utilizado ante situaciones diversas. Nos la recoge san Pablo en la carta a los Tesalonicenses, como lo habremos escuchado más de una vez, desde una situaciones y problemas que se habían ido presentando en aquella comunidad porque ante el anuncio de la Palabra del Señor que nos habla de su segunda venida, habían surgido algunos que ya ni siquiera querían trabajar, si eran tan inminente la venida del Señor.

En el evangelio de hoy, antes de proponernos el evangelista la parábola de los talentos, que hemos escuchado y meditado recientemente, nos dice que ‘Jesús les dijo una parábola y el motivo era que estaba cerca de Jerusalén y se pensaban que el Reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro’. ¿Sucedía como iba a suceder luego con los cristianos de Tesalónica? Ya vemos cuál es la motivación de esta parábola, como nos dice san Lucas. Era el anuncio del Reino que Jesús iba haciendo en la predicación de la Buena Nueva unido a la esperanza de la pronta llegada del Mesías que palpitaba en el pueblo, con su manera de entender el sentido del Mesías.

Volvemos hoy a escuchar esta parábola en la que aquel hombre noble al marcharse a un país lejano reparte diez onzas de oro entre sus empleados con la misión de que las negocien y les hagan dar fruto. Hay una diferencia de matices, en las cantidades que reparte a cada uno, entre la parábola tal como nos la cuenta Mateo y como aquí nos la cuenta Lucas, pero en el fondo el mensaje sigue siendo el mismo. Los dones que hemos recibido del Señor tenemos que hacerlos fructificar. Y precisamente en nombre de ese Reino de Dios en el que creemos y que queremos vivir.

Algunas veces han querido achacar a los cristianos que porque pensamos en la vida eterna y en el cielo nos desentendemos de este mundo y sus problemas. Nada más lejos de la verdad, aunque pudiera ser una tentación para muchos. Vivimos en este mundo y esta sociedad Dios nos la ha puesto en nuestras manos. Y precisamente desde esa fe que tenemos en Dios nos sentimos más obligados, más corresponsables de la situación de nuestro mundo para mejorarlo y hacer un mundo mejor.

Quizá algunos quieren achacar a la iglesia un excesivo espiritualismo que le hace desentenderse de este mundo concreto. Quizá a algunos les moleste lo espiritual, porque vivan tan metidos en un materialismo en la vida, que les impida darle una trascendencia profunda a la vida que le dé autentico valor y sentido. Pero hablar así de la Iglesia por otra parte significa una ceguera enorme para no ser capaz de ver las obras que realiza la Iglesia y ha realizado a través de los siglos en favor de los hombres, en beneficio de la humanidad.

Cuántas obras y cuanto trabajo en la atención a los problemas de los hombres, de la cultura, de la enseñanza, del cuidado y atención a enfermos, discapacitados, ancianos abandonados. No hay peor ciego que el que no quiere ver y eso sucede a muchos en nuestro mundo, que en su fanatismo no quieren reconocer la obra de la Iglesia y la obra de los cristianos.

No ha enterrado la Iglesia los talentos que Dios le confió; no entierran tantos cristianos comprometidos los dones recibidos del Señor. Hoy se habla mucho en la sociedad de voluntariado y de servicios de atención a los necesitados, pues seamos capaces de ver y reconocer ese ejército innumerable, y tenemos que decir así innumerable, de personas que desde su fe, en el ámbito de la Iglesia y en el ámbito de la sociedad trabajan por los demás en tantos campos y tantas acciones.

Un reconocimiento de todo esto para darle gracias al Señor nos tiene que llevar a nosotros a ver también qué es lo que podemos hacer, porque esos talentos, esas onzas de oro que el Señor nos ha confiado en nuestros valores y cualidades que valen mucho más que unas onzas de oro materiales, hemos de saber ponerlas a disposición de los demás en nuestra generosidad y en nuestro espíritu de servicio. Que no nos presentemos con las manos vacías delante del Señor.

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