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viernes, 18 de noviembre de 2011

En la barca de la Iglesia nunca vamos solos

Hechos, 28, 11-16.30-31;

Sal. 97;

Mt. 14, 22-33

Los dos textos que nos ofrece la Palabra de Dios nos hacen clara referencia a la celebración de la Dedicación de las Basílicas de san Pedro y San Pablo en Roma. Hace pocos días la liturgia nos ofrecía la celebración de la Dedicación de san Juan de Letrán, Archibasílica de El Salvador, la catedral de Roma y el 5 de agosto celebramos la dedicación de la cuarta Basílica santa María la Mayor.

La primera lectura, final del libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla de la llegada de san Pablo a Roma, a donde era conducido preso desde Jerusalén para ser juzgado ante el emperador, y tras las múltiples peripecias de un viaje muy accidentado a través del Mediterráneo. Ahora se establece en Roma, allí predicará, aunque esté preso, porque se lo permiten; allí mas tarde entregará su vida, mártir de Cristo y en la Basílica de San Pablo Extramuros, llamada así por estar fuera de la ciudad en la vía que conducía al puerto romano de Ostia, y la Basílica guarda su tumba.

El Evangelio nos hace referencia a San Pedro, cuyo martirio fue en la colina Vaticano, y sobre cuya tumba se edificó la Basílica cuya dedicación, el 18 de noviembre de 1626, hoy conmemoramos, y junto a la cual está los palacios apóstolicos residencia del Papa y todos los organismos centrales de la Iglesia.

Vamos a fijarnos en este relato evangélico para nuestra reflexión y alimento espiritual. Después de la multiplicación de los panes allá en el descampado ‘Jesús apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente…’

Ahí contemplamos la bella y significativa imagen de la barca atravesando el lago con el grupo de los discípulos, no sin dificultades porque ‘era sacudida por las olas, y el viento era contrario’. En esta celebración con profundo sentido eclesial que queremos vivir hoy en esta fiesta de la dedicación de las mencionadas basílicas de san Pedro y san Pablo puede servirnos muy bien de imagen de la Iglesia en medio del mundo, conducida por los sucesores de Pedro y de los Apóstoles, no sin dificultades también.

Olas que sacuden y vientos en contra encontramos fácilmente porque ni todos aceptan el mensaje del evangelio que predicamos, ni siempre es bien considerada y comprendida por todos la obra y la misión de la Iglesia. El poder del infierno no la derrotará le prometió Jesús a Pedro cuando le confió la misión de ser piedra sobre la que se fundamentaría la Iglesia, pero como decía Pablo VI el rabillo del diablo se mete por medio enredando y poniéndonos dificultades.

Ahí es la misión de los pastores, del Papa, de los Obispos para conducir la nave de la Iglesia. Nos pudiera parecer que caminamos solos, porque son tentaciones a las que todos estamos sometidos, como los apóstoles que creían ir solos en medio del mar embravecido. Pero Cristo no nos abandona. Es bien significativo que mientras ellos luchaban con la barca en medio de las olas, el estaba en la montaña orando. ‘Después de despedir a la gente subió al monte para orar’, nos dice el evangelista. Y luego aparecerá en medio del mar al lado de ellos, caminando sobre las aguas, aunque se confundieran y pensaran que era un fantasma.

Pedro quiere ir hasta Jesús caminando también sobre el agua, aunque duda y le parece que va a hundirse, por lo que grita al Señor para que lo salve. Pero ahí está la mano y la palabra de Jesús. ‘¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?’ Con Jesús se apaciguan las tormentas, todo vuelve a la calma, nos llenamos de paz. ‘En cuanto subieron a la barca amainó el viento’.

‘Realmente eres Hijo de Dios’, es la proclamación de fe que todos hacen. Es la proclamación de fe que nosotros hemos de hacer también. No podemos dudar, aunque nos llegue el agua al cuelo, porque el Señor está siempre con nosotros y si nos fiamos de El no nos vamos a hundir. Sabemos bien que cuántas veces nos hemos hundido, hemos fracasado, hemos caído, es porque confiamos demasiado en nosotros mismos y pusimos poca confianza en El. Que no nos falta nunca la fe. En la barca de Pedro, en la barca de la Iglesia nunca vamos solos.

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