Sab. 18, 6-9;
Sal. 32;
Heb. 11, 1-2.8-19;
Lc. 12, 32-48
‘No temas, pequeño rebaño…’ comienza diciéndonos Jesús hoy. ‘No temas…’ podíamos decir que es una invitación pascual a la esperanza y a la alegría a pesar de tantas incertidumbres y angustias que nos pudieran afectar. Los que creemos en Jesús estamos siempre invitados a la esperanza y con un optimismo nacido de la fe nos enfrentamos a la vida. En varios momentos del evangelio escuchamos esa invitación.
Pero quizá los temores y las angustias del mundo que nos rodea nos afectan y pudieran llevarnos también a nosotros a un desencanto y desesperanza. Sin embargo hemos de escuchar aquel hermoso texto del concilio Vaticano II en el que nos decía que ‘los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son los gozos y las esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo’. Pero nosotros tenemos motivos de esperanza desde nuestra fe en Jesús. Por eso nunca nos podrá el temor ni la desesperanza.
La carta a los Hebreos que hemos escuchado en la segunda lectura nos ofrece un hermoso testimonio haciéndonos una hermosa lectura del testimonio de los antiguos Patriarcas. ‘Por su fe, son recordados los antiguos… con fe murieron sin haber recibido lo prometido…’ pero no les faltó la esperanza. Es lo que nosotros hemos de aprender.
Como decíamos son muchos los nubarrones que oscurecen la vida en los tiempos que vivimos. Decimos que son momentos de crisis en tantos aspectos de la vida, aunque de entrada nos encandile la crisis económica con toda la secuela de pobreza y de miseria que están viviendo tantos hermanos nuestros.
Pero creo que es algo más amplio y más hondo lo que sucede. Se ha perdido para muchos la esperanza y cuesta para muchos ver la salida o algún rayo de luz al final del túnel. Pero es que ha habido muchos valores que se han perdido en nuestra sociedad cuando nos acostumbramos a una vida fácil y sin sacrificio, donde la austeridad era una palabra maldita que no se quería oír, donde nadie sabía negarse nada en todos los sentidos y sólo sabíamos dejarnos llevar, donde los valores espirituales quedaban oscurecidos u ocultos desde el materialismo o sensualismo en que se vivía.
Y esto nos afecta a todos y a todos puede hacernos daño. Todos podemos caer en esas redes de desesperanza, de materialismo, de ansias de confort y pasarlo bien, dejando a un lado valores importantes para la persona. Y muchas veces vemos en los cristianos señales de esa desesperanza y desilusión, de ese cansancio y de falta de ideales. Nos parece ver negras también las cosas en el seno de la iglesia por tantos problemas en que nos vemos envueltos, por una pérdida de la religiosidad en nuestra sociedad, por la ausencia de la gente de nuestras celebraciones o por la falta de vocaciones, por citar algunas cosas.
La palabra de Jesús en el evangelio ha tenido y sigue teniendo una validez total para el camino del hombre, para el camino de nuestra vida. Palabra de aliento, de ánimo y de esperanza. Palabras que nunca nos pueden llevar a la pasividad, sino todo lo contrario. Palabras que hemos de escuchar con un corazón abierto.
‘Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas…’ nos dice Jesús. Como el criado que espera la llegada del amo, como el dueño de casa que tiene que cuidarla y estar vigilante para que no le entre el ladrón, como el administrador que tiene que cumplir su tarea y su responsabilidad. Nos está hablando Jesús de responsabilidad y de fidelidad, de disponibilidad y generosidad, de trascendencia. Son cosas que no podemos olvidar, que hemos de tener muy presentes. Con mucha esperanza y con mucha confianza puesta totalmente en el Señor. ‘Nosotros aguardamos al Señor… es nuestro auxilio y escudo… que tu misericordia venga sobre nosotros como lo esperamos de ti’ rezábamos en el salmo.
Con esa fe y esa esperanza no cabe, pues, los temores. Seremos un pequeño rebaño, como nos llama hoy Jesús, y un rebaño pequeño y débil porque también nosotros los cristianos sentimos la debilidad en nuestra vida que muchas veces incluso llevado al pecado, pero tenemos la certeza del amor del Señor que no nos deja, no nos falla nunca. Estará siempre a nuestro lado con la fuerza de su Espíritu que nos sana, nos fortalece, nos llena de la salvación del Señor. ‘Vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino’, nos decía Jesús.
Por eso llenamos de trascendencia nuestra vida. Y el tesoro que queremos ganar no son ganancias terrenas sino que queremos que sea ‘un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla’. Es ese tesoro en el que queremos poner nuestro corazón.
Esperamos al Señor que viene a nuestra vida. Queremos mantener íntegra y firme nuestra fe y nuestra esperanza. Es el cimiento verdadero de nuestra vida. No nos puede faltar. Igual que Abrahán, como hemos escuchado en la segunda lectura, que por fe obedeció y se puso en camino. Por eso nos ponemos en las manos del Señor con una disponibilidad total dispuestos incluso al sacrificio, como Abrahán estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac, el hijo de la promesa. Nos ponemos en camino, nos sentimos peregrinos, nos dejamos conducir por nuestra fe en el Señor, buscando la verdadera patria pero sin olvidar esta tierra que pisamos, en la que vivimos, con la que nos sentimos comprometidos a hacerla mejor.
Con esa fe nos enfrentamos a esa tarea y responsabilidad que tenemos también ahora en la construcción de nuestro mundo, agobiado por tantas crisis, pero que sabemos que podemos irlo transformando según esos valores del Reino de Dios en el que creemos y por el que luchamos. No nos importa el sacrificio, la entrega de nosotros mismos y el poner lo nuestro a disposición del bien de los demás con generosidad total. Lo que nos decía Jesús en el evangelio para alcanzar el verdadero tesoro. Unos valores que tenemos que recordar y rescatar para nuestro mundo.
Un mundo que tenemos que llenar de esperanza pero esperanza de la verdadera, de la trascendente, que le de auténtica profundidad a lo que hacemos y vivimos. Tenemos los pies en esta tierra pero miramos hacia arriba, más allá de lo que ahora somos y vivimos porque tenemos una esperanza que veremos cumplida en el Señor.
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