Ez. 9, 1-7; 10, 18-22;
Sal. 112;
Mt. 18, 15-20
Toda la vida de la Iglesia, toda la vida del cristiano debe estar siempre informada por el amor, por la caridad. Es nuestro distintivo. Es el único mandato que nos dejó Cristo. Es lo que tiene que conformar toda nuestra vida. En nuestras relaciones con los demás. En nuestra forma de relación con Dios.
Amamos y queremos y buscamos siempre el bien. Quien ama no querrá nunca dañar ni humillar al hermano. Quien ama le duele enormemente en el alma el mal que pueda estar haciendo o viviendo el hermano. Por eso buscamos siempre lo bueno, queremos siempre lo bueno para el hermano. Porque eso, somos hermanos. Es una dicha poder sentirnos así. No todos pueden sentirlo; no todos saben apreciarlo. Nosotros podemos desde la fe que tenemos en Jesús, desde todo el regalo de amor que en Jesús Dios nos ha hecho.
Eso entraña una relación humilde y llena de sinceridad. Nunca podemos ser altivos ni creernos superior al otro. Y desde ese amor y con esa humildad nos acercamos al otro que significa también un respeto grande. Como de la misma manera con ese amor y con la misma humildad dejamos que el otro se acerque a nosotros. Nos cuesta hacerlo. En ocasiones no nos es fácil tanto por un lado como por el otro. Cuanta delicadeza nos exige el amor. A todos.
Como nos enseña san Pablo ‘el amor es paciente y bondadoso, no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia. No es grosero ni egoísta, no se irrita ni lleva cuentas del mal, no se alegra con la injusticia sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta’. Es hermoso lo que nos dice san Pablo y a tener muy en cuenta en nuestro trato y en nuestra relación con los demás.
Jesús hoy en el evangelio nos habla de la corrección fraterna. Nos corregimos porque nos amamos. Nos dejamos corregir porque sentimos el amor de los demás sobre nosotros que siempre buscan el bien. Corregimos con amor y con humildad. Nos dejamos corregir con amor y con humildad. Nos cuesta hacerlo y nos cuesta aceptarlo. Si todos fuéramos más humildes resplandecería mucho más el amor entre nosotros.
Pero decíamos que el amor debe conformar también nuestra forma de relación con Dios. Es nuestro Padre. Ante El nos sentimos hijos. Como hermanos nos acercamos a El unidos unos y otros. Es lo que nos dice Jesús hoy en el evangelio cuando nos habla del valor de la oración en común. Una garantía de que Dios nos escucha mejor.
‘Os aseguro, nos dice Jesús, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo en mi nombre, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’. Nos escucha nuestro Padre del cielo. Es que Jesús nos asegura que El estará en medio de nosotros. El estará rogando al Padre también por nosotros.
Hacemos nuestra oración personal, porque necesitamos siempre ese encuentro personal con Dios para escucharle y sentirle en lo hondo de nuestro corazón, para sentirle como está presente en nuestra vida. Pero Jesús nos dice también que nos pongamos de acuerdo para orar juntos cuando queremos pedir algo al Padre. Es el valor de la oración comunitaria. Es la fuerza que tiene nuestra oración comunitaria, cuando la hacemos en comunión con los demás, cuando la hacemos en comunión de Iglesia. Jesús está en medio nuestro.
Son nuestra celebraciones sagradas y litúrgicas, la Misa o cualquiera de los sacramentos. Pero son también esos momentos en que nos unimos para orar juntos. Nos unimos porque queremos sentirnos en comunión los unos con los otros. Nos unimos porque nos sentimos conformados por el amor. Como decíamos toda la vida de la iglesia, toda la vida del cristiano tiene que estar informada por la caridad, por el amor. también nuestra oración. Qué importante que sepamos comprenderlo y sepamos vivirlo.
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