Ez. 9, 1-7; 10, 18-22;
Sal. 112;
Mt. 18, 21-19, 1
Una consecuencia más para una vida que está totalmente informada por la caridad, como decíamos ayer. Hoy nos habla Jesús del perdón por las ofensas o por las injurias que hayamos recibido. Quizá tendríamos que recordar de nuevo lo que nos decía san Pablo en la carta a los Corintios. Entre otras cosas ‘el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta’. Todo lo excusa, todo lo perdona, porque siempre el amor está por encima de todo.
Quizá Pedro, después de escuchar a Jesús hablar de las características del amor que nos tiene que llevar a buscar y querer siempre lo bueno para los demás, ayudándoles a superar también las propias limitaciones o fallos que se tengan, se plantea y pregunta, y ¿si me ofenden a mí? ¿hasta donde tiene que llegar mi amor? ¿a perdonarle? Pero, ¿cuántas veces?
‘Señor, si mi hermano me ofende; ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿hasta siete veces?’ Ya hemos escuchado la respuesta de Jesús con ese juego de números del setenta veces siete para en el fondo decirnos que tenemos que perdonar siempre. Y para ello Jesús nos propone una parábola que lo que viene a plantearnos es que si nosotros hemos recibido misericordia, cómo no vamos también nosotros a tener misericordia con los demás. Eso es lo que quiere realmente Jesús enseñarnos.
Creo que es algo en lo que hemos de detenernos a reflexionar hondamente. Considerar lo generoso que es Dios con nosotros que siempre nos está ofreciendo el perdón cuando hemos sido nosotros los que le hemos ofendido. Entregó a su propio Hijo para darnos y manifestarnos su amor y su perdón. Cuánta es la generosidad de Dios. Qué grande es su amor.
Duro y mezquino tiene que ser el corazón del hombre que ha experimentado en sí la misericordia de Dios que le perdona, para no ser capaz él de tener misericordia también con el hermano y perdonar con la misma generosidad. Porque es cuestión de amor, es cuestión de generosidad. Sin embargo la parábola nos está reflejando lo que es la triste realidad que vivimos; no hace otra cosa sino contar lo que habitualmente nosotros hacemos. Cuánto nos cuesta perdonar. Qué fáciles somos para guardar rencor y resentimiento eterno por lo que nos hayan podido hacer. Qué generosidad nos hace falta en el corazón. Quita esa espina de tu corazón que tanto daño te hará.
Uniría al comentario a este texto algo en lo que ya en otra ocasión hemos reflexionado. Y es recordar la recomendación que Jesús nos hace en el sermón del monte cuando nos habla del amor a los enemigos. ‘Habéis oído que se dijo: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persigan. De este modo seréis hijos de vuestro Padre celestial que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos…’ Esta es una buena clave para perdonar; ésta tiene que ser una hermosa práctica para llegar a ser generosos en nuestro perdón para con los demás. Ora por ellos, reza a Dios por aquel que te haya ofendido o te haya hecho mal. Sentirás la fuerza y la gracia del Señor.
Y finalmente recordemos la bienaventuranza. ‘Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia’. Que merezcamos esa dicha y esa felicidad porque siempre pongamos misericordia en el corazón y seamos capaces de perdonar generosamente siempre al hermano.
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