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jueves, 5 de noviembre de 2009

Jesús se acerca a todos y todos se acercan a Jesús

Rom. 14, 7-12
Sal. 26
Lc. 15, 1-10


Jesús se acerca a todos y todos se acercan a Jesús. No hace ninguna discriminación. ‘Su gozo es estar con los hijos de los hombres’, como dice la Escritura.
Lo vemos a la orilla del lago con los pescadores o caminando los caminos de Palestina. Le veremos en la casa de la suegra de Pedro, yendo a la casa de Jairo, comiendo a la mesa de un fariseo, u hospedándose en la casa del publicano Zaqueo.
Todos le buscan y quieren escucharle. Todos quieren tocarle o que El ponga su mano sobre ellos. La mujer pecadora se atreverá a introducirse en casa de Simón, el fariseo, y poner a sus pies para lavárselos con sus lágrimas y ungirlo con caros perfumes, o Mateo hará un banquete con sus amigos los publicanos para invitar también a Jesús. Los niños llegan hasta El porque sus madres los traen para que los bendiga o aquellos hombres se atreverán a romper la terraza para bajar hasta los pies de Jesús al paralítico.
Es Dios con nosotros que camina en medio nuestro y siente como suyas nuestras preocupaciones y anhelos, nuestras debilidades y flaquezas, y para todos tiene un corazón acogedor y misericordioso para impulsarnos a que vayamos hasta El porque en El vamos a encontrar nuestro descanso y nuestra paz. Muchos textos y páginas del evangelio podríamos recorrer y recordar en este sentido.
Como sucede siempre surgirá la envidia o el puritanismo de algunos que se creen más puros o más merecedores que nadie y a quienes no les gustará esa actitud abierta y misericordiosa de Jesús para con todos y en especial para los pecadores. Nos lo dice hoy el evangelio.
‘Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos’. No será sólo en esta ocasión donde contemplemos esa actitud discriminatoria y despreciativa de los fariseos y los letrados.
No importa que ellos se pongan a murmurar así, porque esto dará ocasión y motivo para que Jesús nos deje hermosas y bellas parábolas y el rico mensaje del amor y la salvación que Dios ofrece para todos.
Nos hablará hoy del ‘pastor que tiene cien ovejas y se le pierde una, o de la mujer que pierde la moneda preciosa’, para indicarnos cómo Dios nos busca hasta que nos dejemos encontrar por su amor, pero también para hablarnos de ‘la alegría del cielo por un solo pecador que se convierta’.
Es un gozo el mensaje que nos deja Jesús. Nos manifiesta una vez más el rostro misericordioso de Dios que tanto nos ama y que nos busca y espera nuestro regreso. Nos busca hasta encontrarnos y nos lleva sobre sus hombres para curar nuestras heridas. Nos busca para lavarnos de nuestras manchas y miserias y para vestirnos del traje nuevo de fiesta, de la gracia y de la vida nueva, como nos dirá más adelante en la otra parábola que todos conocemos como la del hijo pródigo o que podemos llamar también del padre misericordioso.
Dios sigue buscándonos y ofreciéndonos su amor. Su Palabra sigue llamándonos y nos invita una y otra vez para que vayamos hasta El para vestirnos de su gracia. Sigue llamándonos y ofreciéndonos el traje de fiesta de la gracia en los sacramentos donde podemos experimentar una y otra vez ese gozo del reencuentro y del perdón, esa alegría honda del perdón recibido, esa fiesta del banquete del Reino de Dios, cuando en la Eucaristía se nos da y se nos ofrece como comida, como alimento de gracia donde le comemos a El mismo que así se quiere hacer vida para nosotros.
No nos olvidemos y nos cansemos de darle gracias a Dios por tanto amor, por el perdón que nos ofrece, por la vida nueva que nos da. Que nosotros también por nuestra misericordia y amor para con todo hermano manifestemos ese rostro de amor de Dios.

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