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sábado, 17 de octubre de 2009

Una ofrenda de fe para ser convertidos en pan de Cristo

Rom. 4, 13.16-18
Sal.104
Lc. 12, 8-12


‘Abrahán creyó a Dios y le fue computado como justicia’. La carta a los Romanos que estamos leyendo estos días nos hace reflexionar sobre la fe y Pablo de manera especial se fija en la fe de Abrahán como modelo de nuestra fe.
‘Abrahán creyó a Dios…’ Dios le llama y Abrahán se pone en camino; Dios le llama y deja atrás tierra y parentela para ir a donde Dios le llevara. Se fía de dios, confía totalmente en el Señor. Su respuesta siempre es la fe.
Dios le promete descendencia numerosa, y Abrahán creyó. ‘Cuenta si puedes las estrellas del cielo… pues tu descendencia será más numerosa que las estrellas del cielo y que las arenas del mar’. Y Abrahán creyó, era viejo, no tenía hijos, pero siguió confiando en la promesa de Dios. ‘Te hago padre de muchos pueblos’.
Dios le da un hijo en la vejez y tiene la esperanza de que de él saldría esa descendencia numerosa, pero Dios le pide en sacrificio a su hijo. Y Abrahán está dispuesto al sacrificio y sigue creyendo en Dos. ‘Apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia’. Confía en el regalo de Dios, porque todo es benevolencia del Señor. ‘Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia…’
Un ejemplo para nosotros. ¿Será así nuestra fe en el Señor? ¿Seguimos creyendo en El y en El esperando, cuando nos parece que se ha perdido toda esperanza? ¿Seguimos con nuestra fe en Dios, aunque nos parezca que Dios no nos escucha, o no hace lo que le pedimos y como nosotros se lo pedimos? ¿Sigue firme nuestra fe en el Señor a pesar de las dificultades, nuestros achaques o debilidades, las enfermedades o el sufrimiento que aparecen en nuestra vida, a pesar de la muerte que nos acecha?
Ojalá sea así firme nuestra fe y de ella demos testimonio en todo momento. Tenemos que ser testigos de la fe que profesamos con nuestra vida, con nuestras actitudes, con nuestra paciencia, con nuestra esperanza. ‘Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del Hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios’, nos decía Jesús hoy en el evangelio. Vendrán las tentaciones o las persecuciones, pero no hemos de temer. ‘El Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir’.
Celebramos hoy a san Ignacio de Antioquia, el testigo de una fe que le lleva al martirio en Roma. Es hermoso lo que nos dice en sus cartas. Cuando escribe a la Iglesia de Roma a donde va a llegar prisionero por el Señor, les dice cómo está deseando ser triturado por las fieras. No quiere que hagan nada por librarlo del tormento y del martirio. Es más el mismo dice que azuzará a la fieras para que le devoren. El quiere ser trigo de Dios triturado por los dientes de las fieras para ser pan blanco de Dios. Así quiere él hacer la ofrenda de su vida al Señor.
¿Querremos nosotros ser ese trigo de Cristo triturado para hacer ese pan de la ofrenda a Dios con nuestra vida? No seremos triturados por los dientes de las fieras, pero quizá los problemas o las dificultades, los sufrimientos o los achaques de nuestra vida, las incomprensiones o las críticas que suframos de los demás sea lo que nos triture para ser ese pan blanco de Cristo. Es la ofrenda que hemos de saber hacer en todo momento al Señor. Y si todas esas cosas que nos suceden, buenas o malas, las miramos con espíritu de fe, pueden ser ese modo en el que seamos triturados para Dios, en el que hagamos esa ofrenda de nuestra fe, de nuestra obediencia al Señor.

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