Rom. 4, 1-8
Sal. 31
Lc. 12, 1-7
Sal. 31
Lc. 12, 1-7
‘Cuidado con la levadura de los fariseos…’ les dice Jesús a los discípulos. ¿Qué querrá decir? Ya sabemos la función de la levadura; un pequeño puñado de levadura se mezcla con toda la masa y la hace fermentar. Para la cantidad grande que es la masa, el puñado de levadura apenas se nota, es insignificante; sin embargo mira cómo la transforma.
Pues Jesús advierte a los discípulos de la levadura de los fariseos, y especifica de forma concreta, de la hipocresía, de la falsedad, de la mentira, de la doblez de corazón. Es como contagiosa. Cómo apenas sin darnos cuenta se nos infiltra en nuestro corazón y cambiamos
Jesús habló entonces de la levadura de los fariseos y hoy nos hablaría de la levadura del mundo en el que vivimos. Somos nosotros los que tenemos que transformar el mundo con la semilla del Reino de Dios, pero cómo se infiltra en nuestra vida el espíritu del mundo. Casi sin darnos cuenta comenzamos a pensar a la manera del mundo. ‘Tú piensas como los hombres, no como Dios le decía Jesús a Pedro’. Y nos pasa a nosotros.
Sutilmente se nos va metiendo en nuestra vida. Es que todo el mundo lo hace, todo el mundo piensa así, nos dicen. Es que las cosas han cambiado, nos dicen otros. Y se nos introduce el materialismo en la vida; y sentimos apegos desorbitados por una sensualidad que nos está invitando a gozar y disfrutar y a pasarlo bien de la forma que sea. Y nos dicen que todas las religiones son buenas, y nosotros nos lo creemos y renunciamos a la verdad del Evangelio y su salvación. Y así no sé cuantas cosas.
Vendrá la frialdad, seguirá la indiferencia, todo nos parece igual, ya no nos merece la pena esforzarnos tanto, desatendemos la vigilancia necesaria en la vida y vamos cayendo como por una pendiente sin darnos cuenta, donde al final casi abandonamos todo.
Hace unos días reflexionábamos en lo que Salomón le pidió al Señor. Sabiduría. Saber gobernar recta y sabiamente a su pueblo, y saber discernir el mal del bien. Necesitamos de esa sabiduría. Porque nos mezclan las cosas de tal manera y de tal manera nos las presentan que todo nos parece igual de bueno, y las cosas no tienen importancia, y al final nos vemos enredados en las redes de la tentación y el pecado.
A continuación Jesús les decía ‘no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a los que tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar en el fuego…’ Quien nos puede matar la vida divina en nosotros, quien nos hace perder la gracia y rodar por las honduras del pecado, quien nos puede engañar para llevar por el mal camino, quien nos puede llevar a la condenación eterna, a esos son a los que hay que temer. Es la vigilancia necesaria de la que hablábamos, es el cuidado de la mala levadura que nos transformará para mal.
Pero al mismo tiempo Jesús nos dice que no hay que temer. Nos puede parecer contradictorio pero no lo es. No tememos porque tenemos a un Dios que nos ama y que nos cuida. A un Dios que está a nuestro lado y nos ilumina y fortalece con su gracia. A un Dios que nos conoce profundamente, pero cuida del más pequeño detalle de nuestra vida. Porque no nos tiene que mover el temor sino el amor. Y sintiendo lo que es el amor que Dios nos tiene hemos de estar seguros. Pero hemos de saber aprovechar esa gracia; no dejar que caiga en saco roto.
Es el camino por el que nos quiere llevar Jesús. Es el camino que nos conduce a la santidad. Es el camino hermoso del amor de Dios, que tiene que ser también nuestro amor.
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