1Cron. 19, 3-4.15-16; 16, 1-2
Sal. 26
Lc. 11, 27-28
Sal. 26
Lc. 11, 27-28
La festividad de la Virgen del Pilar que hoy estamos celebrando nos recuerda la tradición secular de la presencia de María junto al Apóstol Santiago a la hora de la primera evangelización de nuestras tierras hispanas.
La columna, el Pilar de Zaragoza da testimonio de esa tradición inmemorial y tiene que seguir siendo columna importante en la tarea de la nueva evangelización que sigue necesitando nuestra tierra. Nueva porque siempre hemos de sentir la novedad del evangelio, Buena Nueva, y nueva porque necesitamos reavivar nuestra fe cristiana muchas veces y en muchos tan debilitada. Es lo que continuamente hemos venido escuchando en la voz del Papa, ya con Juan Pablo II y ahora de nuevo repetidamente con Benedicto XVI. Y María es importante en esa tarea para nuestro pueblo, porque así quiso también Jesús asociarla en su obra redentora.
Lo cierto es que María ha estado siempre presente en la historia del cristianismo en España, en la historia de la Iglesia Española. No sólo es el Pilar de Zaragoza, sino, cual otros pilares que nos han ayudado a mantener la fe cristiana en nuestra tierra, tantas y tantas Iglesias dedicadas a María en cualquiera de los rincones de nuestra tierra con tan múltiples advocaciones que no son otra cosa que piropos a María tal como cada lugar la ha contemplado y la ha amado.
Hoy recordamos de manera especial esta hermosa advocación del Pilar, porque en la firmeza de aquel pilar asentado a las orillas del Ebro sentimos como nuestra fe se fortalece, se afianza nuestra esperanza y crece más y más nuestro amor.
Es lo que hoy hemos pedido con fervor en la oración de esta liturgia y es lo que María nos ayuda con su intercesión poderosa de Madre, pero es en lo que en ella nos vemos estimulados porque ella es la primer testigo de esa fe. La mujer que se fió de Dios y lo supo escuchar en lo hondo de su corazón, y de lo que es el más hermoso modelo y ejemplo que tenemos que copiar en el camino de nuestra vida cristiana.
María camina delante de nosotros en ese camino de la fe y del amor. Es el faro que nos lleva a buen puerto en medio de los mares tenebroso de la vida que tenemos que cruzar. Si nos dejamos guiar por ese faro de luz, que es María, no erraremos la travesía, el camino. Ella es como aquella columna de nube que guiaba en el desierto al pueblo de Dios peregrino, luminosa en la oscuridad de la noche, pero produciendo la brisa refrescante de su sombra en el bochorno del camino del desierto durante el día.
¡Cómo no va a ser esa brisa refrescante como lo es siempre una madre para su hijo! En los momentos más difíciles allí está la madre que acompaña; en medio de los problemas que nos agobian, allí está la madre siempre presente a nuestro lado; en los momentos de incertidumbres, allí está la madre con su sonrisa, su palabra alentadora con su sabio consejo que nos conforta y anima; en los momentos felices y de dicha, allí está la madre que con nosotros siempre se alegra y se siente feliz al vernos a nosotros contentos y dichosos. Así María siempre a nuestro lado.
Hoy la contemplamos y la celebramos. Hoy pedimos, en este día nacional de nuestra patria, por España y todos sus habitantes; por la fe de nuestro pueblo, para que no se debilite, para que nos sintamos fuertes y no perdamos la esperanza en estos tiempos difíciles de crisis en muchos sentidos; para que esa proverbial hospitalidad de nuestra tierra no se vea menguada por ningún atisbo de insolidaridad ni de racismo; para que nuestra generosidad no tenga límites y siempre seamos capaces de descubrir y ayudar a tantos pueblos y personas que aún lo están pasando peor que nosotros.
Lo que decíamos: fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor; y que nunca perdamos la trascendencia de nuestra vida para que un día lleguemos a gozar, junto con María, de la plena visión de Dios por toda la eternidad.
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