Sab. 7, 7-11;
Sal. 89;
Heb. 4, 12-13;
Mc. 10, 17-30
Se cantaba hace unos años una canción que en cierto modo reflejaba lo que eran las aspiraciones normales de la gente ¿la recordáis?, ‘tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor…’ Era algo así lo que decía. Muchas veces escuchamos a la gente decir ‘si yo tengo salud, lo tengo todo…’, pero detrás de esto quizá, unos lo confiesan y otro no, también está lo de aquella película ‘si yo fuera rico…’ porque en el fondo también apetecemos el dinero, la riqueza, la suerte y cosas así.
Con esto que estoy diciendo de alguna forma estoy planteando cuáles son en verdad las aspiraciones que tenemos en la vida. Que no digo que para todos sea eso que hemos dicho de la salud, el dinero o la suerte, pero sí es bueno que con sinceridad, poniendo la mano en el corazón, nos los planteemos. Porque aunque seamos buenos y tengamos buenos ideales o metas en la vida, algunas veces se nos entremezclan otras muchas cosas. Eso es lo que vemos hoy también en la Palabra de Dios.
Efectivamente la Palabra que escuchamos este domingo nos plantea esos interrogantes por dentro y quiere iluminar nuestra vida, como siempre quiere hacerlo la Palabra de Dios. Decir de entrada, con lo que nos ha dicho la Carta a los Hebreos que ‘la Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo… y juzga las intenciones del corazón’. Bueno es que recordemos esto porque algunas veces queremos escuchar una Palabra desangelada y nos molesta cuando toca la fibra más íntima de nosotros mismos en aquello que quizá más nos duele. ¡Que no se meta en esas cosas!, protestamos algunas veces.
Al preguntarnos por nuestras aspiraciones y deseos nos estamos preguntado por la sabiduría de nuestra vida. Sí, la sabiduría no es simplemente las muchas o pocas cosas que hayamos aprendido o sepamos, sino que es algo más hondo que viene a definir el sentido que le hayamos dado a nuestra vida. Por eso nos hemos de preguntar ¿cuál es nuestra sabiduría? ¿qué sabiduría le pediríamos a Dios?
Es proverbial la sabiduría de Salomón en el Antiguo Testamento y hasta Jesús nos dice en el evangelio que la reina del Sur, de Saba, vino a conocer la sabiduría de Salomón, cuya fama había traspasado todas las fronteras del mundo antiguo. Fue lo que le pidió a Dios cuando el Señor le dice que le pida lo que quiera. ‘Da a tu siervo, le responderá Salomón, un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien…’ Lo que fue del agrado de Dios.
Hoy la primera lectura – y es un anticipo que nos prepara para escuchar el evangelio – nos ha hablado de la Sabiduría, ‘del espíritu de Sabiduría, preferida a cetros y tronos y en su comparación tiene en nada la riqueza… todo el oro a su lado es un poco de arena y junto a ella la plata vale lo que el barro… la quise más que la salud y la belleza…’ termina diciéndonos.
Ahí vamos teniendo respuesta a lo que nos planteábamos desde el principio, aunque fuera recordando viejas canciones. Y todo esto nos prepara para el evangelio. Ahí encontramos lo profundo del mensaje. Un mensaje que nos presenta a un hombre inquieto, que es bueno, que se hace preguntas importantes en su interior, que no estaba satisfecho con el mero cumplimiento y aspiraba a algo más, aunque luego sus apegos le impidan dar el paso adelante.
Iban de camino – una vez más se nos presenta esta imagen significativa de ir de camino siguiendo a Jesús - cuando alguien se presenta y pregunta: ‘Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?’ La petición o pregunta es importante. No busca satisfacciones para el momento, pregunta por la vida eterna. Hay que subrayar como algo muy positivo el llegar a hacerse esa pregunta. No todos se la hacen porque vivimos demasiados apegados al presente. Y es que además, a la respuesta de Jesús – ‘ya sabes los mandamientos…’ – él responde que los ha cumplido desde pequeño. Es bueno, pero no se contenta con lo bueno que ya hace. Para él no es sólo cumplir. Aspira a más. ‘Jesús le mira con cariño’, se emociona, nos dice el evangelista.
Viene lo difícil, la meta alta que Jesús propone. Más tarde nos dirá que ‘para los hombres es imposible, pero no para Dios’. Luego, contando con Dios, dejándonos conducir por El, con la fuerza de su Espíritu no es algo irrealizable. Más nos dirá Jesús cuando nos señala que para quien lo ha dejado todo ‘en la edad futura tiene asegurada la vida eterna’.
‘Una cosa te falta, le dice Jesús, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme’. Desprenderse de todo, de estos tesoros materiales, para tener un tesoro en el cielo. Desprenderse de todo para compartir con los pobres, para seguir, liberados de todo apego, a Jesús.
‘A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico’. Quien venía con ilusión de algo grande, no fue capaz de dar el paso que le pedía Jesús. Sus riquezas, sus posesiones, sus cosas estaban muy apegadas a su corazón. ‘¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!’ Pero los ricos no son sólo los que tienen muchos bienes o riquezas, sino los que tienen muchos apegos de los que no saben desprenderse.
¿Eres pobre o eres rico? Quizá te consideres pobre porque no tienes grandes riquezas ni bienes, pero analiza bien cuántos apegos tienes en tu corazón. Cuántas cosas de las que no te quieres desprender. Cuántas cosas sin las cuales no te puedes pasar porque, dices, serías un infeliz. Cuántos sueños y cuántos castillos en el aire construidos en tu mente y tu pensamiento que no te llevan a nada. Cuántas cosas que te quitan el sueño sin ser realmente importantes. Cuántas rutinas que no te dejan levantar el vuelo. Cuántas cosas que te atan a una vida monótona y te impiden plantearte qué más puedes hacer. Cuánto quedarte sólo en el cumplimiento y en el vacío interior… Mucho más podríamos decir.
Despréndete, despójate de cosas innecesarias; interrógate por dentro y no temas dar el paso a más. Seguir a Jesús no es quedarnos en una vida ramplona y rutinaria. Encuentra en Jesús la verdadera sabiduría que dé auténtico sentido y valor a tu vida.
Con esto que estoy diciendo de alguna forma estoy planteando cuáles son en verdad las aspiraciones que tenemos en la vida. Que no digo que para todos sea eso que hemos dicho de la salud, el dinero o la suerte, pero sí es bueno que con sinceridad, poniendo la mano en el corazón, nos los planteemos. Porque aunque seamos buenos y tengamos buenos ideales o metas en la vida, algunas veces se nos entremezclan otras muchas cosas. Eso es lo que vemos hoy también en la Palabra de Dios.
Efectivamente la Palabra que escuchamos este domingo nos plantea esos interrogantes por dentro y quiere iluminar nuestra vida, como siempre quiere hacerlo la Palabra de Dios. Decir de entrada, con lo que nos ha dicho la Carta a los Hebreos que ‘la Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo… y juzga las intenciones del corazón’. Bueno es que recordemos esto porque algunas veces queremos escuchar una Palabra desangelada y nos molesta cuando toca la fibra más íntima de nosotros mismos en aquello que quizá más nos duele. ¡Que no se meta en esas cosas!, protestamos algunas veces.
Al preguntarnos por nuestras aspiraciones y deseos nos estamos preguntado por la sabiduría de nuestra vida. Sí, la sabiduría no es simplemente las muchas o pocas cosas que hayamos aprendido o sepamos, sino que es algo más hondo que viene a definir el sentido que le hayamos dado a nuestra vida. Por eso nos hemos de preguntar ¿cuál es nuestra sabiduría? ¿qué sabiduría le pediríamos a Dios?
Es proverbial la sabiduría de Salomón en el Antiguo Testamento y hasta Jesús nos dice en el evangelio que la reina del Sur, de Saba, vino a conocer la sabiduría de Salomón, cuya fama había traspasado todas las fronteras del mundo antiguo. Fue lo que le pidió a Dios cuando el Señor le dice que le pida lo que quiera. ‘Da a tu siervo, le responderá Salomón, un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien…’ Lo que fue del agrado de Dios.
Hoy la primera lectura – y es un anticipo que nos prepara para escuchar el evangelio – nos ha hablado de la Sabiduría, ‘del espíritu de Sabiduría, preferida a cetros y tronos y en su comparación tiene en nada la riqueza… todo el oro a su lado es un poco de arena y junto a ella la plata vale lo que el barro… la quise más que la salud y la belleza…’ termina diciéndonos.
Ahí vamos teniendo respuesta a lo que nos planteábamos desde el principio, aunque fuera recordando viejas canciones. Y todo esto nos prepara para el evangelio. Ahí encontramos lo profundo del mensaje. Un mensaje que nos presenta a un hombre inquieto, que es bueno, que se hace preguntas importantes en su interior, que no estaba satisfecho con el mero cumplimiento y aspiraba a algo más, aunque luego sus apegos le impidan dar el paso adelante.
Iban de camino – una vez más se nos presenta esta imagen significativa de ir de camino siguiendo a Jesús - cuando alguien se presenta y pregunta: ‘Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?’ La petición o pregunta es importante. No busca satisfacciones para el momento, pregunta por la vida eterna. Hay que subrayar como algo muy positivo el llegar a hacerse esa pregunta. No todos se la hacen porque vivimos demasiados apegados al presente. Y es que además, a la respuesta de Jesús – ‘ya sabes los mandamientos…’ – él responde que los ha cumplido desde pequeño. Es bueno, pero no se contenta con lo bueno que ya hace. Para él no es sólo cumplir. Aspira a más. ‘Jesús le mira con cariño’, se emociona, nos dice el evangelista.
Viene lo difícil, la meta alta que Jesús propone. Más tarde nos dirá que ‘para los hombres es imposible, pero no para Dios’. Luego, contando con Dios, dejándonos conducir por El, con la fuerza de su Espíritu no es algo irrealizable. Más nos dirá Jesús cuando nos señala que para quien lo ha dejado todo ‘en la edad futura tiene asegurada la vida eterna’.
‘Una cosa te falta, le dice Jesús, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme’. Desprenderse de todo, de estos tesoros materiales, para tener un tesoro en el cielo. Desprenderse de todo para compartir con los pobres, para seguir, liberados de todo apego, a Jesús.
‘A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico’. Quien venía con ilusión de algo grande, no fue capaz de dar el paso que le pedía Jesús. Sus riquezas, sus posesiones, sus cosas estaban muy apegadas a su corazón. ‘¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!’ Pero los ricos no son sólo los que tienen muchos bienes o riquezas, sino los que tienen muchos apegos de los que no saben desprenderse.
¿Eres pobre o eres rico? Quizá te consideres pobre porque no tienes grandes riquezas ni bienes, pero analiza bien cuántos apegos tienes en tu corazón. Cuántas cosas de las que no te quieres desprender. Cuántas cosas sin las cuales no te puedes pasar porque, dices, serías un infeliz. Cuántos sueños y cuántos castillos en el aire construidos en tu mente y tu pensamiento que no te llevan a nada. Cuántas cosas que te quitan el sueño sin ser realmente importantes. Cuántas rutinas que no te dejan levantar el vuelo. Cuántas cosas que te atan a una vida monótona y te impiden plantearte qué más puedes hacer. Cuánto quedarte sólo en el cumplimiento y en el vacío interior… Mucho más podríamos decir.
Despréndete, despójate de cosas innecesarias; interrógate por dentro y no temas dar el paso a más. Seguir a Jesús no es quedarnos en una vida ramplona y rutinaria. Encuentra en Jesús la verdadera sabiduría que dé auténtico sentido y valor a tu vida.
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