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jueves, 16 de octubre de 2008

Unas bendiciones de Dios para cantar la mejor alabanza y bendición

Efes. 1, 1-10
Sal. 97
Lc. 11, 47-54

‘Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales...’
Hemos comenzado a leer en la lectura continuada la carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso, que continuaremos durante un par de semanas. Una comunidad donde Pablo había anunciado el evangelio y en la que había permanecido durantes largas temporadas, y en la que finalmente dejaría a su discípulo Timoteo como Obispo de aquella comunidad. Una ciudad importante en el Asia Menor, de gran riqueza y de gran sabiduría. Pero lo que nos importa ahora es la Sabiduría divina que se nos manifiesta en la carta del Apóstol.
Tras los saludos iniciales – ‘la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo’ - el apóstol entona un cántico de bendición a Dios, por todas las bendiciones que de El hemos recibido en Cristo y que todo ha de redundar al mismo tiempo desde la respuesta de nuestra vida en alabanza de nuevo al Señor. ‘Con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales...’ dice el apóstol.
Y como nos dice a continuación es que ‘en la persona de Cristo nos eligió para que fuésemos santos e irreprochables... nos ha destinado a ser sus hijos... y por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados... dándonos a conocer el Misterio de su voluntad...’ y ¿cuál era el proyecto de Dios para nosotros? ‘Cuando llegase el momento culminante recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra’.
Cristo es el centro de todo. De El todo lo recibimos, y con El todo tiene que ser para la gloria de Dios. ‘Redunde en alabanza suya’. Tenemos que pensar en todo lo que en Cristo recibimos y al mismo tiempo a lo que estamos llamados y destinados. El perdón y la redención. Ser hijos de Dios. Vivir una vida santa e irreprochable.
Pero ¿por qué todo eso? ¿Por merecimiento nuestro? No, por el puro amor de Dios. Desde siempre – ‘antes de crear el mundo’ -, ‘por pura iniciativa suya’, por su sangre derramada, por el amor que nos tiene nos regala Dios con tantas bendiciones. ‘El tesoro de su gracia , sabiduría y prudencia ha sido un derroche para nosotros...’ ¿No es justo, entonces, que nosotros respondamos bendiciendo y alabando a Dios?
Un texto, este cántico del principio de la carta a los Efesios, que nos daría para largas y hondas reflexiones. Aquí sólo quedan apuntadas las líneas de fuerza del texto. Nos quedaría para nuestra reflexión personal ver todas esas bendiciones y gracias con las que el Señor ha adornado nuestra vida. Verlo de una forma concreta en nuestra historia personal. Y al ir desgranando en nuestro pensamiento y en nuestro corazón cada una de esas gracias del Señor, hacer que surja esa alabanza, esa bendición y esa acción de gracias a Dios, que nos quiere hijos, que nos quiere puros y limpios de pecados, que nos quiere santos.
Todo siempre para la gloria del Señor. Si en Cristo hemos recibido todas esas bendiciones, Cristo tiene que ser entonces el centro de nuestra vida y de nuestra historia. Por eso lo llamamos el Señor, lo proclamamos el Reino del hombre y del universo.

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