Gál. 4, 22-23.26-27.31 – 5, 1
Sal. 112
Lc. 11, 29-32
‘Resumiendo, hermanos, no somos hijos de esclava, sino de la mujer libre...’ Así les dice san Pablo a los Gálatas. Ha hecho previamente la comparación entre el hijo de la mujer libre Ana y los de la esclava, Agar. Viene a compararnos la Antigua y la Nueva Alianza.
Nosotros somos los hijos de la Nueva Alianza. Porque ‘para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado’, nos dice. Para eso Cristo vino como Salvador y murió por nosotros, para en su sangre derramada en la cruz establecer la Nueva Alianza, para darnos la libertad, la liberación de todos nuestros males y pecados.
Recordamos que cuando Jesús comenzó su vida pública, allá en la Sinagoga de Nazaret proclamó la profecía de Isaías que venía a ser como el programa de su vida. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres... para anunciar la liberación a los cautivos... la libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor’. La liberación, la libertad, el año de gracia, la amnistía de todas las deudas y pecados.
A través de todo el evangelio lo vemos ir realizando multitud de signos, sus milagros, de esa liberación que quiere para nosotros. Y el gran signo, la gran muestra de su amor infinito por nosotros, fue su entrega a muerte en la Cruz como sacrificio para el perdón de nuestros pecados.
Pero nos previene el apóstol: ‘Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de los esclavos...’ No someternos de nuevo a la esclavitud, cuando ya hemos sido liberados. No volver de nuevo a la situación de pecado. No volver de nuevo a la esclavitud de nuestro capricho, de nuestro egoísmo, de nuestro orgullo, de nuestras pasiones, de nuestras violencias, de la maldad de nuestro corazón. Hemos de vivir liberados de una vez para siempre que para eso Cristo murió por nuestros pecados.
‘Líbranos de todo mal’, le pedimos tantas veces al Señor en nuestra oración. Como decimos en la oración litúrgica ‘líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de todo pecado y protegidos de toda perturbación mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’.
‘No endurezcáis vuestro corazón, escuchad la voz del Señor’, hemos dicho con la antífona del Aleluya antes del Evangelio. No endurecer nuestro corazón. Tantas veces que volvemos al pecado dejándonos arrastrar por la tentación.
En el evangelio vemos una queja de Jesús contra la gente de su generación. No terminaban de escucharle y reconocerle y una y otra vez seguían pidiendo señales. No les bastaba la Palabra de Jesús. No les bastaba todos los signos y milagros que continuamente realizaba. ‘Pide un signo, pero no se les dará más signo que el de Jonás’.
¿Qué significaba? ¿cuál era ese signo al que Jesús se refería? Ya sabemos que Jonás recibió la misión del Señor de predicar en Nínive la conversión. Después de muchas turbulencias – no vamos a entrar en ello ahora - al final va a Nínive y predica la conversión. Y el pueblo se convirtió. Todos se vistieron de sayal y ceniza para convertir su corazón al Señor y merecieron así el perdón al castigo que merecían. Esa es la señal, Jonás fue escuchado y el pueblo se convirtió, y ¿no había ahora alguien que era más que Jonás?.
‘Cuando sea juzgada esta generación los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás’. Lo mismo les dirá de la Reina del Sur -¿la reina de Saba? – que vino a escuchar la Sabiduría de Salomón. ‘Y aquí hay uno que es más que Salomón’.
Reconocer la Sabiduría de Jesús, de la Palabra viva de Dios. Reconocer en Jesús a quien es nuestra Salvación. ¿Acaso Jesús podrá tener esa misma queja de nosotros que no terminamos de creer con toda nuestra vida en El y convertirnos ante su Palabra? ¿No nos sucede que teniendo la Salvación que Jesús nos ha ganado y nos ofrece, endurecemos nuestro corazón y volvemos a la esclavitud del pecado?
Reconozcamos la salvación que Jesús nos ofrece y vivamos ya para siempre liberados de nuestro pecado.
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