Filp. 3, 17-4,1
Sal. 33
Jn. 12, 24-26
‘Nosotros, por lo contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo...’ Ciudadanos del cielo y tan aferrados como estamos a la tierra. Ciudadanos del cielo y que poca trascendencia le damos a la vida, a lo que hacemos. Ciudadanos del cielo y sólo pensamos en nuestros disfrutes humanos y caducos.
La celebración de los santos, como San Ignacio de Antioquia que hoy estamos celebrando, nos lo recuerda. Su ejemplo y testimonio tendría que hacernos despertar.
Es cierto que vivimos en este mundo, y aquí tenemos una obra que realizar, porque Dios nos lo ha puesto en nuestras manos. Y tenemos que vivir con responsabilidad esta etapa de nuestra vida terrena. Pero, ¿dónde está nuestra meta? ¿dónde podremos alcanzar la verdadera plenitud?
Hoy el evangelio nos ha dicho dos cosas hermosas. ‘Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero su muere, da mucho fruto’. Es la entrega con que hemos de vivir nuestra vida. Es el amor que hemos de poner en lo que hacemos y vivimos. Es el amor el que va a dar verdadera fecundidad a nuestra vida. No podemos vivir encerrados en nosotros mismos.
Por eso nos decía Jesús a continuación: ‘El que ama su vida la perderá; pero el que gasta su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna’. Gastemos nuestra vida en el amor, en el darnos por los demás, en la responsabilidad con que vivimos nuestra existencia, no pensando sólo en una ganancia material. Guardemos nuestra vida para la vida eterna, gastándola por el amor de Dios y a los demás.
Como decía antes, los santos son ejemplo y estímulo. San Ignacio de Antioquia, al que hoy celebramos, fue el segundo obispo de aquella Iglesia después de san Pedro. Fueron tiempos de persecuciones y era llevado preso a Roma porque había sido condenado a morir en las fieras. En el largo recorrido desde Antioquia a Roma, pasó por diversas Iglesias de Asia Menor, y fue dejando una serie de cartas que les dirigía a aquellas Iglesia que conservamos como un testimonio muy hermoso de lo que era la vida de aquellas primeras comunidades cristianas.
En la carta que dirigió a los cristianos de Roma a donde había que llegar les dice cosas muy hermosas de cómo veía él su muerte. No quería que hicieran nada para impedirle el martirio. ‘Permitid que imite la pasión de mi Dios’, les decía. ‘No quiero vivir ya la vida terrena... rogad por mí para que llegue a la meta’.
Es hermoso cómo desea el martirio. No es que desee la muerte por la muerte, por así decirlo, para acabar esta vida de sufrimientos. El quiere unirse a la pasión de Cristo, como ya vimos. Y nos dice algo hermoso. ‘Trigo de Cristo soy: seré molido por los dientes de las fieras a fin de llegar a ser pan de Cristo’. Verdaderamente sublime la espiritualidad de San Ignacio de Antioquia. Por eso decía: ‘Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios’.
¿Dónde encuentra su fuerza para esta donación tan excelsa que hace de sí mismo? ‘Lo que deseo es el Pan de Dios, que es la Carne de Jesucristo... y la bebida de su Sangre, que es la caridad incorruptible...’ En Cristo encuentra su fuerza y su alimento. En Cristo encuentra la capacidad de ese amor sin límites.
Estamos celebrando la Eucaristía. Estamos queriendo alimentarnos también nosotros de Cristo, para que así se fortalezca nuestro amor. ¡Con qué deseos tendríamos que venir cada día a la celebración de la Eucaristía! ¡Con qué intensidad tendríamos que vivirla para alimentarnos de Cristo! No seremos molidos por los dientes de las fieras, pero sí podemos hacer nosotros esa ofrenda de nuestra vida, de lo que somos, de nuestros sufrimientos, de todo nuestro amor.
Caminemos hacia la meta donde tenemos la patria definitiva.
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