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miércoles, 8 de octubre de 2008

Una oración que es compromiso

Gál. 2, 1-2.7-14
Sal. 116
Lc. 11, 1-4

Enséñanos a orar, Señor, como Juan enseñó a sus discípulos...’ Jesús estaba orando en cierto lugar y un discípulo se acerca para hacerle la petición. Lo hemos meditado y reflexionado quizá muchas veces. Hoy lo hacemos con el texto de san Lucas, que tiene unas ligeras diferencias al texto paralelo de san Mateo, pero que en su contenido fundamental es el mismo.
Mucho tenemos que pedirle al Señor que nos enseñe a orar. No con oraciones aprendidas de memoria, sino para que oremos con su mismo espíritu. Porque Jesús lo que quiere darnos es un estilo y un sentido de la oración. Hubieran valido los salmos que eran la oración del pueblo creyente. Pero los discípulos quieren algo más y Jesús quiere darnos un nuevo sentido. Una mayor profundidad.
El nos concede el don del Espíritu, el Espíritu que nos hace hijos, para que podamos llamar a Dios ‘Abba’, Padre. Por ahí comienza Jesús. Es la primera palabra que nos enseña a pronunciar, como el niño pequeño que es la primera palabra que comienza a pronunciar cuando se siente hijo: ‘Abba’. Y ya con esa palabra nos está enseñando a entrar en una nueva relación con Dios. Somos hijos. Dios es nuestro Padre.
En el texto que nos ofrece san Lucas de la oración que nos enseña Jesús podemos diferenciar como tres partes, o tres momentos: los intereses de Dios, las necesidades de los hombres, y un camino de rectitud y justicia.
Los intereses de Dios: la gloria del Señor siempre y por encima de todo. A El la gloria, el honor... ‘Santificado sea tu nombre... venga tu reino...’ El nombre del Señor es santo y nosotros hemos de santificarlo y glorificarlo. Es el Señor, pertenecemos a su Reino y en su Reino queremos vivir.
Las necesidades de los hombres. ‘Danos cada día el pan del mañana...’ Ahí estamos con nuestras necesidades, el pan, la vida, todo lo necesario para subsistir. Todo nos viene de Dios. A El nos confiamos y acudimos, porque es nuestro Padre providente.
Un camino de rectitud y justicia. El Señor nos santifica para que podamos realizarlo. Sin El nada somos ni nada podemos hacer. El nos librará de todo mal, comenzado por nuestro pecado. ‘Perdónanos nuestros pecados... y no nos dejes caer en la tentación...’
Todo siempre entonces para la gloria de Dios. Gloria al Dios tres veces santo. Y santificamos el nombre del Señor con nuestra santidad. Mal diremos que queremos santificar el nombre del Señor si nosotros no queremos ser santos. Por eso esta oración al buscar la gloria del Señor nos compromete. No la podemos decir de cualquier manera. Tenemos que buscar la santidad. Tenemos que poner por nuestra parte todo lo que sea necesario para que podamos vivir esa santidad de Dios.
Decir que venga el Reino de Dios, es decir que nosotros queremos pertenecer al Reino de Dios con todas sus consecuencias. Que queremos también que todos puedan pertenecer a ese Reino de Dios, que en todos se den esas condiciones para la pertenencia al Reino de Dios. Nos compromete a vivir en sus características, en sus valores, en ese reconocimiento del Señorío de Dios en nuestra vida, en su anuncio.
Si pedimos que nos dé ‘cada día nuestro pan del mañana’, estamos comprometiéndonos a mucho. No es sólo mi pan, sino nuestro pan. Queremos el pan para todos los hombres, y pedir el pan para todos los hombres es que todos puedan vivir en dignidad, con una vida digna, con todo lo necesario no sólo para su subsistencia sino también para el desarrollo personal de cada uno pero también para el crecimiento justo de nuestro mundo. Lo pedimos no para que se nos dé milagrosamente sino de forma comprometida para hacerlo realidad para todos los hombres. De ahí nace la responsabilidad de nuestra vida y de nuestro trabajo, nuestras relaciones justas, nuestra solidaridad, que nos aleja de todo tipo de egoísmo e injusticia.
La gloria del Señor exige nuestra santidad, decíamos. Pero ya sabemos cómo somos y cuánta debilidad y pecado hay en nuestra vida. Por eso pedimos ‘perdónanos nuestros pecados’. Y el Seños nos perdona y nos purifica, que es ponernos en un camino de actitudes nuevas, de sentimientos nuevos; actitudes y sentimientos que pasan por el amor y por el perdón, por dar nosotros generosamente también nuestro perdón, por la búsqueda del bien y de la justicia, por el compromiso por crear esa civilización nueva, que Juan Pablo II llamaba ‘la civilización del amor’.
Y no lo hacemos solos, sino confiando en la fuerza y en la gracia del Señor. Nos sentimos tentados tantas veces a la vuelta atrás. Por eso pedimos que no nos falte nunca esa fuerza del Señor, ‘no nos dejes caer en la tentación’.
‘Enséñanos a orar’, le pedíamos al Señor. Y nos propone Jesús un hermoso modelo de oración, una forma comprometida de orar.

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