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martes, 7 de octubre de 2008

Una oración como la del cenáculo, el rosario

Hechos, 1, 12-14
Cántico de María, Lc.1, 47-55
Lc. 1, 26-38

‘Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús y con los hermanos...’ Fue después de la Ascensión de Jesús al cielo. Les había dicho que no se alejaran de Jerusalén hasta que se cumpliera la promesa que les había hecho de enviarles el Espíritu Santo. Y ahí están ‘unánimes en la oración’, y allí está ‘María, la Madre de Jesús’.
¿Cómo sería aquella oración con María? Por el corazón de María y de los Apóstoles estaría pasando todo lo sucedido. En su corazón estaría muy presente todo el misterio de Jesús que aún no habían terminado de comprender en toda su totalidad. Había de venir el Espíritu Santo ‘que les enseñaría la verdad plena’. La vida de Jesús en todos sus detalles, sus palabras, sus hechos, sus milagros, su muerte y sus manifestaciones resucitado a los apóstoles y a los discípulos, también a su Madre aunque el evangelio no lo mencione, hasta su Ascensión al cielo. Sería un rumiar una y otra vez todos aquellos acontecimientos, para tratar de ahondar más y más en el misterio de Cristo.
Creo que la oración de María junto a los Apóstoles en el Cenáculo en la espera de Pentecostés nos está enseñando lo que debe ser nuestra oración. En nuestra oración acudimos muchas veces muy preocupados por pedirle muchas cosas a Dios. vamos a la oración como quien va a despachar y lleva una lista de las cosas que tenemos que pedirle a Dios.
De María tenemos que aprender a orar, a escuchar, a contemplar, a rumiar el misterio de Dios. Saborear que nos encontramos en la presencia del Señor. Dejarnos inundar por El, por su amor, por su vida. Gozarnos en que podamos sentirnos amados de Dios. Llenarnos del misterio de Dios, de su vida, de su gracia.
Cuando nos sentimos así en su presencia, sentimos la mirada de Dios sobre nosotros, y al mismo tiempo comenzamos nosotros a mirar de distinta manera nuestra propia vida, las situaciones en que nos encontremos, los problemas que tengamos. Es la luz de Dios que nos ilumina y nos da un nuevo sentido de las cosas. Es la Palabra de Dios que escuchamos allá en lo íntimo del corazón y ya comenzaremos a actuar de distinta manera. Porque es la mirada de Di9os la que tenemos; porque será en el actuar de Dios cómo actuemos.
Esa fue la oración de María en Nazaret cuando llegó hasta ella el ángel de la Anunciación. Ante el saludo del ángel que la llamaba la ‘llena de gracia’, la inundada de la presencia del Señor, ‘el Señor está contigo’, Dios había vuelto su mirada sobre ella, se siente anonada, ‘se turbó y se preguntaba qué saludo era aquel’, que dice el evangelista. ¿Qué hacía María? Rumiaba allá en su interior, en su corazón, todo aquel Misterio de Dios que se le estaba manifestando. Se sentía pequeña, pero reconocía cómo el Señor hacía en ella cosas grandes y maravillosas. Se ponía en las manos de Dios, como la humilde esclava, y aceptaba el plan de Dios para su vida. Era su oración. Oración maravillosa que la hacía llenarse de Dios.
Derrama tu gracia en nuestro corazón, a cuantos hemos llegado a conocer el Misterio de Dios, el Misterio del Dios que se encarna, que se hace carne y presente entre nosotros. Dios que llega a nuestra vida, aunque seamos pequeños, por su gracia. Dios que viene a nosotros para darnos su salvación. Que por la Pasión y la Cruz, por su obra redentora, lleguemos a la Resurrección, a la vida nueva con la intercesión de María.
Intercesión de María, ¿para qué? Para llegar a la vida nueva de la salvación. Es lo que nos viene a ofrecer María. Lo más grande y más hermoso que nos puede dar. ¿Es lo que realmente es nuestra oración y la intercesión que invocamos de María?
Así tiene que ser nuestra oración a María. El Rosario que rezamos invocando a María tiene que ser una oración como la del Cenáculo. Mientras vamos desgranando las Avemarías como saludo a María tenemos que ir sabiendo contemplar todo el Misterio de Cristo, todo el Misterio de nuestra salvación. No es simplemente pasar las cuentas de un instrumento – el rosario – ni simplemente desgranar Avemarías. Tiene que ser algo más.
¿Qué significa el que en cada uno de sus partes vayamos recordando distintos misterios de la vida de Jesús? No es simplemente un enunciado ritual que hacemos antes de comenzar a rezar nuestro Padrenuestros y nuestras Avemarías. Es el Misterio de Cristo que hemos de contemplar, que tenemos que rumiar en ese momento de nuestra oración. Como María y los Apóstoles rumiaban el Misterio de Cristo en el Cenáculo. Y algunas veces cuando llegamos a la cuarta Avemaría ya ni nos acordamos cuál fue el Misterio que enunciamos.
Que de María aprendamos a contemplar y rumiar el Misterio de Dios que se está haciendo presente en nuestra vida. Que de María aprendamos a hacer una profunda y viva oración.

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