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jueves, 9 de octubre de 2008

Al que llama a la puerta de Dios, siempre se le abre

Gál. 3. 1-5
Cántico de Zacarías, Lc. 1, 69-75
Lc. 11, 5, 13

Ayer escuchábamos que un discípulo le pedía a Jesús que les enseñase a orar. Y Jesús nos dejó lo que tenía que ser el modelo de nuestra oración. Ya reflexionábamos ayer sobre ello. Pero hoy, en estos versículos que son una continuación literal, Jesús nos insiste en la oración hablándonos de la perseverancia y de la confianza.
Algunas veces parece que la oración no nos dijera nada. Nos sentimos fríos, sin entusiasmo ni fervor, nos parece que no somos escuchados ni atendidos por el Señor, y hasta tenemos la tentación de dejar a un lado la oración. Pero Jesús nos dice que tenemos que ser perseverantes. Y nos propone el ejemplo del amigo que acude a su amigo para pedir ayuda. Sólo la insistencia logrará que el amigo le preste la ayuda que necesita. ‘Al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite’.
No se trata ya de la importunidad sino de la confianza. Sabemos que a quien acudimos es a Dios que es nuestro Padre, un Padre más bueno que todos los padres de la tierra juntos. Y si nuestro padre terreno nos dará lo que necesitemos, cuánto más lo hará Dios con nosotros.
Muchas veces en la oración no es que Dios no nos responda, sino que quizá nosotros no sabemos pedir o no sabemos descubrir el modo de respondernos Dios. La puerta de Dios que se abre para que entremos a estar con El algunas veces puede abrirse de una manera imperceptible que si no estamos lo suficiente atentos no nos daremos cuenta. Nada nos puede distraer para oír su voz, para sentir su presencia, para gozarnos de su amor. El nos dará siempre y nos dirá lo mejor que nosotros necesitemos.
‘Pues yo os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre...’ El Señor siempre abre sus puerta para que vayamos a estar con El. El Señor siempre escucha nuestra oración. El Señor siempre quiere regalarnos con su presencia.
Dejemos a un lado apegos, intereses, preocupaciones, afectos del corazón, caprichos, cosas que nos distraigan y nos impidan escuchar a Dios. Si llenamos el corazón de muchas cosas, no le daremos cabida a Dios. Y tenemos el corazón tan ocupado, nos afanamos por tantas cosas... Es necesario vaciar el corazón para ir hasta Dios.
Muchas veces nos sucede también que una situación de debilidad o de pecado de la que nos cuesta arrancarnos y con la que queremos andar como a dos velas, nos va a impedir tener libre el corazón totalmente para Dios. Liberémonos. Arranquemos esos apegos de nuestro corazón. No tratemos de estar nadando a dos aguas. Si buscamos a Dios, que sea sólo Dios el que llene nuestro corazón. Y así podremos encontrarnos con El, y El nos escuchará.
‘Llamad y se os abrirá... porque al que llama...’ el Señor siempre le abre.

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