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sábado, 11 de octubre de 2008

Tus pensamientos y tus deseos son vida para mí

Gál. 3, 22-29
Sal. 104
Lc. 11, 27-28

‘¡Dichoso el vientre que te llevó los pechos que te criaron!’ Fue la exclamación entusiasta de una mujer anónima en medio del gentío al escuchar a Jesús y ver sus obras. La voz popular suele tener esas expresiones espontáneas cuando ve algo en alguien que le entusiasma. Pero fue una alabanza a María, la Madre de Jesús.
Ella proféticamente ya lo había cantado en su visita a su prima Isabel. ‘Dichosa me llamarán todas las generaciones’ cuando reconocía las maravillas que el Señor había hecho en su pequeñez y humildad. Y allí estaba ese primer grito espontáneo, aunque ya antes María había recibido algunas felicitaciones.
Dichosa la había llamado también el ángel de la Anunciación en Nazaret. ‘Alégrate, la llena de gracia’, alégrate, llénate de alegría, sé dichosa porque estás llena de la gracia del Señor. Dichosa porque Dios está contigo. Dichosa porque Dios ha puesto en ti sus ojos. Dichosa porque el Hijo que va a nacer de ti, ‘será grande, será el Hijo del Altísimo’.
También la había llamado dichosa su prima cuando la recibió en su casa. Dichosa se sentía ella y dichosa la llamaba porque era la Madre de su Señor. ‘¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Dichosa por tu fe, porque dijiste sí y se van a realizar cosas grandes en ti.
Pero ahora será su propio Hijo Jesús el que la va a llamar dichosa. ‘¡Dichosa porque escucha la Palabra de Dios y la cumple!’ Dichosa porque plantó la Palabra de Dios en su corazón. Allí estaba en sus entrañas se plantó la Palabra de Dios, el Verbo de Dios, para hacerse carne. Dichosa María, porque no sólo en aquel momento ella supo acoger la Palabra de Dios en su vida, sino que era una constante de su existir. Ella rumiaba en su corazón todo lo que el Señor le había ido manifestando. Por eso ella es dichosa también.
Pero estas palabras de Jesús que perfectamente fueron dichas por su madre, fueron dichas también por todos aquellos que acogen la Palabra de Dios en su vida y la llevan a la práctica. ‘Mejor, diría Jesús como réplica a la mujer anónima y espontánea, ¡dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!’. Esa dicha, esa bienaventuranza de Jesús es para todos lo que la escuchan.
Cuando un día vinieron a decirle que allí estaban su madre y sus hermanos, Jesús se pregunta ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’. Lo hemos reflexionado muchas veces. Somos la familia de Jesús porque acogemos en nuestro corazón su Palabra. Como María. También cuando decimos sí a la Palabra, estamos siendo llamados dichosos. Dichosos también nosotros por nuestra fe. Dichosos porque también Dios ha vuelto su rostro sobre nosotros y nos ha llenado de su gracia.
Por el bautismo nosotros nos hemos unido a Cristo. Nos hemos hecho una sola cosa con Cristo, porque nos hemos llenado de su vida para en El ser también hijos de Dios. Nos lo ha dicho hoy también san Pablo. ‘Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el Bautismo, os habéis revestido de Cristo’. Revestidos de Cristo, llenos de la vida de Cristo, para ser otros Cristos. Por eso nos continuará diciendo ‘ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús’. Unidos a Jesús en su propia vida. Plantando así en nosotros su Palabra de vida para dar fruto. Acogiendo así su Palabra y haciéndola vida de nuestra vida.
¿Qué es lo que se dicen dos enamorados? Tus pensamientos y deseos son órdenes para mí. Nosotros queremos darle también nuestro sí y nuestro amor al Señor. Sus pensamientos, sus deseos, su voluntad son para nosotros órdenes, mandatos que vamos a cumplir en nuestra vida. No a regañadientes, sino brotando de la voluntad y el querer libre de nuestro amor. Queremos que su Palabra sea nuestra vida, nuestro norte, nuestra razón de ser.
Gocémonos en esa dicha de la fe, de ser cristiano, de vivir la vida de Cristo, de estar así revestidos de Cristo. A eso nos lleva la Palabra de Dios escuchada y plantada en nuestro corazón.

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