Is. 5, 1-7; Sal. 79; Filip. 4, 6-9; Mt. 21, 33-43
‘Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a mi viña’. Es el canto de amor que la Palabra de Dios quiere cantarnos a nosotros también. ‘La viña del Señor es la casa de Israel’, hemos repetido en el salmo. Pero no sólo estamos refiriéndonos a Israel, sino que esa casa de Israel somos nosotros.
Por tercera vez, en tres domingos consecutivos la Palabra del Señor nos está hablando de la viña del Señor. Nos invitaba a ir a trabajar en su viña, en distintos momentos de la vida, como escuchamos hace un par de domingos. Nos mandaba como padre a trabajar a su viña, como escuchamos el domingo pasado. Pero hoy nos está diciendo más: somos nosotros esa viña del Señor y cuánto ha hecho el Señor por nosotros.
El evangelio dice que ‘dijo Jesús a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo’ y al final directamente a ellos les dijo ‘se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos’. Pero bien sabemos que la Palabra que Dios nos dirige no son historias pasadas y dicha para otras personas, sino que es Palabra que el Señor nos dirige en el hoy y el ahora concreto de nuestra vida. Por eso decía al principio que es el canto de amor que Dios quiere decirnos a nosotros también.
La historia de la viña, podemos decir, es la historia de la salvación. Jesús con la parábola está comparando la historia de la salvación que nos ha ofrecido con los trabajos que el agricultor concienzudamente realiza en su viña. ‘Plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda y la dio en arriendo a unos labradores’.
Historia de la salvación que ha llevado un proceso progresivo que ha culminado en Cristo Jesús. Miramos la historia de la salvación en la amplitud de toda la historia desde la creación hasta el momento de la historia de hoy, y recordamos cuantas intervenciones de Dios hasta enviarnos a su propio Hijo para nuestra redención, para nuestra salvación. No es necesario detenernos a hacer su recorrido ahora, que por formación bien o sabemos. Miremos la historia de la salvación y miremos nuestra propia historia, que es también historia de salvación, de amor de Dios en nuestra vida.
Bueno es recordar nuestra historia personal y descubrir en ella todas las intervenciones de Dios. ¡Cuánto amor nos ha regalado el Señor! Con ojos de fe hemos de saber descubrir ese actuar de Dios con su gracia en nosotros, desde esa fe que recibimos en el seno de nuestra familia y que luego se ha visto enriquecida en la acción de la Iglesia y en tantos momentos de gracia que cada uno de nosotros hemos vivido.
¡Cuántas veces hemos recibido esa llamada del Señor! ¡Cuántas veces nos hemos visto libre de tantos peligros o fortalecidos en tantos momentos difíciles o de tentación! Cada uno tenemos nuestra historia personal. ‘¿Qué más podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?’, nos pregunta el Señor con las palabras del profeta.
Una historia de luz, pero que está llena también de sombras. La historia de luz en todo el actuar de Dios, en todo el amor de Dios derrochado en nuestra vida. Es el rostro lleno de amor de Dios que nos ama, nos cuida, nos regala el don precioso de la vida y nos enriquece con su gracia. Es el Dios que a pesar de nuestras sombras sigue amándonos y, aún más, nos levanta de nuestra postración y nuestro pecado para hacernos la gracia de regalarnos su vida para hacernos hijos suyos.
Pero están nuestras sombras, las sombras de la humanidad. Porque junto a esa historia de salvación está nuestra historia de pecado, que, sin embargo, se ve siempre desbordado por la gracia del Señor. Como aquellos viñadores que se apoderaron de la viña y no quisieron rendir fruto, también nosotros queremos construir la vida a nuestra manera tantas veces al margen de Dios. Nos sentimos tan dueños de la viña que queremos olvidarnos de Dios, prescindir de Dios. Desechamos la piedra angular que es Cristo para construir con nuestros ladrillos de barro, de egoísmo y de maldad, olvidando todo lo que El nos ha dado y nos ha enseñado.
Busquemos esa piedra angular de nuestra vida que es Cristo, que es el que da fundamento de verdad a nuestra existencia. Aunque muchas sean las ambiciones que tengamos en nuestro corazón, aunque muchas sean las apetencias que cual cantos de sirena quieren distraernos para atraernos por otros caminos, busquemos a quien de verdad es el fundamento de nuestra vida y nos dará sentido y valor a todo lo somos y vivimos, Cristo el Señor.
Busquemos a Cristo para que con su gracia podamos dar los frutos que nos pide; para que hagamos de nuestro mundo, de nuestra sociedad, de nuestra iglesia la más hermosa viña que nos dé la más honda felicidad que es lo que el Señor quiere de nosotros.
Cuando logremos vivir en armonía todos juntos en esa viña en la que Dios nos ha colocado, viviendo una comunión de amor y de solidaridad entre unos y otros, porque todos caminemos juntos, porque todos nos ayudemos y porque todos miremos a quien es la meta de nuestra vida, estaremos dando las muestras, las señales verdaderas del Reino de Dios, vivo y presente en medio de nosotros.
Que podamos escuchar ese canto de amor de Dios a su viña lejos de toda sombra, y resplandecientes siempre de la más brillante luz.
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