Gal. 6, 14-18
Sal. 15
Mt. 11, 25-30
El corazón del que se siente cautivado por Cristo busca quizá cosas grandes y extraordinarias para manifestar su amor. Pero ¿qué nos pide Cristo? Las cosas pequeñas de cada día realizadas en la profundidad del amor. Lo que en cierto modo es más difícil, por la continuidad y la constancia nos cuesta más. Pero seremos capaces de hacer cosas extraordinarias si nos hemos entrenado bien en esa fidelidad a las cosas pequeñas de cada día.
Una cosa sí es necesaria. Que nos unamos de tal manera a Cristo que su vida sea nuestra vida. Y digo que su vida sea nuestra vida, no sólo porque El nos ha hecho el regalo maravilloso de hacernos partícipes de su vida divina, para que en El seamos también hijos de Dios. Eso ya es un regalo grande que El nos hace. Pero por nuestra parte tenemos que buscar la forma de asemejarnos en todo a El. Como hemos reflexionado no hace muchos días, que tengamos los mismos sentimientos de una vida en Cristo Jesús.
Asemejarnos a Cristo pasa por el camino del amor, de la humildad y de la sencillez, de la entrega y de la cruz, de la mansedumbre y de la paz. Es amar con su mismo amor; amar como El nos ama; amar a todos como a todos ama el Señor.
Por el camino de la humildad y sencillez; sólo los humildes se pueden llenar de Dios, podrán conocer a Dios. El da gracias porque el misterio de Dios no se rebela a los soberbios y a los engreídos que se creen sabios, sino a los sencillos y a los humildes. Lo hemos escuchado en el Evangelio y tantas veces repetido. ‘Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla’. Sólo los humildes podrán ser grandes, porque el que sabe ser el último podrá ser el primero.
Camino de la entrega y de la cruz. Es la consecuencia del amor. El se dio y se dio hasta el final. Y así la entrega y la cruz tiene que ser nuestra gloria. ‘Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo’. Así nos decía san Pablo. Por eso terminaba diciendo el apóstol, ‘llevo en mi carne las marcas de Cristo’. Que así seamos capaces nosotros de ser marcados por Cristo. No podemos olvidar que ya desde nuestro bautismo fuimos marcados con la señal de la cruz. Y la cruz es la señal del cristiano.
Camino de mansedumbre y de paz. ‘Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera’. Los mansos verán a Dios, nos dijo también en las bienaventuranzas. Que haya pues esa mansedumbre en nuestro corazón porque es una forma de parecernos a Dios, de asemejarnos a Jesús. Que desterremos todo signo de violencia en nosotros para que nos llenemos de su paz.
Todo esto lo vemos perfectamente reflejado en san Francisco de Asís a quien hoy estamos celebrando. Precisamente en la oración litúrgica lo hemos expresado. ‘Otorgaste a san Francisco de Asís la gracia de asemejarse a Cristo por la humildad y la pobreza’. Bien conocemos todos detalles de su vida, desde el momento en que se despojó de todo para vivir pobre como Jesús y entre los pobres y los humildes. Es el hombre de la mansedumbre total, de la humildad hasta lo más profundo, de la santidad de vida más sublime.
Se abrazó a la cruz de Cristo haciendo suyas las palabras de san Pablo que hemos mencionado, de tal manera que incluso en su propia carne llevaba los estigmas de la pasión de Cristo, en las heridas de sus manos, sus pies y su costado.
Que imitemos a san Francisco en ese asemejarnos en todo a Cristo. Que podamos en verdad seguir a Cristo y entregarnos con un amor jubiloso. La alegría del amor; la alegría de la humildad y de la mansedumbre; la alegría de la fe; la alegría de la entrega y de la cruz.
Nos falta muchas veces esa alegría. Quizá hacemos ofrenda de nuestras vidas al Señor, de nuestro amor, de nuestros sacrificios, de nuestros sufrimientos, pero no lo hagamos resignados, sino con alegría para que nuestra entrega y nuestra ofrenda sea más verdadera.
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