Job, 3, 1-3.11-17.20-23
Sal. 87
Lc. 9, 51-56
¿Cómo reaccionamos ante el mal que tengamos que sufrir? Muchas cosas nos hacen sufrir, ya sean nuestras propias debilidades o enfermedades, y sean tantas limitaciones a las que nos vemos sometidos, o ya sea también en el sufrimiento que tengamos causado por los otros, porque nos hagan daño, nos contradigan en nuestros deseos, o por tantas otras cosas que surgen en nuestra relación con los otros. La vida no siempre es un camino de rosas y, aunque así fuera, esas rosas también tienen espinas que en determinados momentos nos pudieran herir.
La Palabra de Dios, el Evangelio, ilumina todas las situaciones de nuestra vida. Desde el Evangelio tendremos que saber encontrar esas actitudes nuevas con las que nos enfrentemos a esas situaciones y es escuela que nos enseña para nuestro actuar. Por eso, el creyente cristiano, el que cree en Cristo, tiene que saber leer la Palabra de Dios en esas situaciones de nuestra vida y dejar que nos ilumine y nos dé pautas para nuestro actuar.
La Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado nos presenta dos situaciones en este sentido y quiere ser esa luz para nuestra vida. Ayer comenzamos a leer el libro de Job, uno de los libros sapienciales del Antiguo Testamento (aunque ayer no lo tuvimos en la realidad, porque en la liturgia prevalecía la celebración de los Santos Arcángeles que tenía sus lecturas propias). Todos conocemos la situación de justo Job, proverbial en su paciencia y en su camino desde el dolor y el sufrimiento para encontrar en Dios esa respuesta que necesitaba en su situación.
Desposeído de sus hijos y de todas sus posesiones – es la prueba a la que quiere someterle el diablo, permitiéndolo Dios, para ver hasta donde llegaba su fidelidad al Señor – su reacción es la del hombre creyente que se somete a la voluntad de Dios. sus primeras palabras tras tanta desgracia que le sumía además en cruel enfermedad, fueron: ‘Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor’. Y concluye el texto sagrado: ‘A pesar de todo, Job no protestó contra Dios’.
Pero la situación se prolonga y se hace difícil. Hoy escuchamos el grito desesperanzado de Job que hubiera preferido no haber nacido. ‘¡Muera el día en que nací, la noche que dijo: se ha concebido un varón!... ¿Por qué dio a luz a un desgraciado y vida al que la pasa en amargura..?’ Es el llanto del que se ve en un callejón sin salida en medio de tinieblas. Seguiremos en los próximos días con el texto de Job e iremos escuchando las distintas respuestas que se le van dando con buena voluntad por parte de los amigos que le visitan. Al final vendrá la respuesta del Señor. Hoy sólo queda la súplica que expresamos en el salmo responsorial. ‘Llegue, Señor, hasta ti mi súplica... de noche grito en tu presencia... mi vida está al borde del abismo... tengo mi cama entre los muertos...’
Por su parte en el evangelio vemos otra situación, en este caso ya no producida por la enfermedad. Jesús sube Jerusalén, lo hace consciente de lo que significa esa subida porque es la subida a su Pascua, y lo hace atravesando Samaría, que no es el camino habitual en el que los galileos que se dirigen a Jerusalén utilizan.
Envía a sus discípulos a buscar alojamiento en una de aquellas aldeas, pero son rechazados ‘porque se dirigía a Jerusalén’. Ante el desaire allá están los dos hijos del Zebedeo, los hijos del trueno como los llama Jesús deseando que bajara fuego del cielo contra aquellas gentes que los han rechazado. ‘Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y acabe con ellos?’ Es la reacción de la violencia y de la venganza. Pero Jesús los regaña. ‘No sabéis de qué espíritu sois’.
No es ese el estilo de Jesús. El no ha venido para condenar, sino para salvar. En su corazón estará siempre la misericordia y el perdón. En una situación así – cuántas veces nos sentimos impulsados también a reacciones de violencia y de venganza cuando nos contradicen o las cosas no nos gustan – mejor es irse a otro lado. ‘Se marcharon a otra aldea’, dice el evangelista. La humildad y la mansedumbre son las actitudes que Jesús nos enseña. Es el mejor camino que nos conduce al amor y al perdón.
¿Cómo reaccionamos ante el mal que tenemos que sufrir? Nos preguntábamos al principio. Miremos, pues, cuales son las actitudes de Jesús. Dejémonos enseñar por Jesús.
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