Is. 66, 10-14
Sal. 130
Mt. 18, 1-4
Las palabras de Jesús van despertando la conciencia de los que le escuchan y eso hace que, en los interrogantes que se van produciendo en el corazón de cada uno de los que lo escucha o contemplan sus acciones, se acerquen a Jesús con preguntas sobre temas fundamentales sobre el Reino de Dios que Jesús está anunciando.
Hoy hemos contemplado que ‘los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos?’ Pero de la misma manera podemos contemplar a otros que también se acercan a Jesús con sus cuestiones.
El joven rico, se acerca a preguntarle: ‘Maestro bueno, ¿qué es lo que hay que hacer para heredar la vida eterna?’
Y también recordamos cómo Nicodemo fue de noche a ver a Jesús. Había inquietud en su corazón. ‘Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos; nadie, en efecto, puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él’. Y vendrán luego las preguntas ‘¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?... ¿Cómo puede ser esto de nacer del Espíritu?’
Y Jesús va respondiendo a todos. A todos va aclarando las dudas que se van planteando. Y habla de nacer de nuevo por el agua y el Espíritu; y de hacerse niño y pequeño; y de ser capaz de acoger a todos y acoger, entonces, también a un niño; y habla de ser fiel y dejarse guiar por Dios para darlo todo por El. Nos está enseñando Jesús a apoyarnos en Dios, como un niño que se apoya y recuesta en el regazo de una madre, porque es allí donde encuentra la verdadera seguridad.
Hacerse niño, nos viene a decir Jesús hoy. ‘El llamó a un niño, lo puso en medio, y dijo: Os digo que si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos’. Volver a nacer, que le había dicho a Nicodemo. Hacerse niño que es la respuesta que le da a los discípulos.
Hacerse niño es, entre otras cosas, dejarse conducir; hacerse pequeño y dejarse llevar de la mano; querer aprender y dejarse enseñar; no se cree sabio y entendido, sino siempre tiene los ojos abiertos y el corazón para aprender y para asimilar; ser sencillo y humilde para no dejar meter en el corazón el orgullo de que soy grande y nadie me tiene que decir ni enseñar; amar y dejarse amar. Un niño se fía y se confía. Un niño da cariño y se hace querer.
Dios ha preparado su Reino para los humildes y los sencillos, y los humildes y los sencillos podrán poseer el Reino de Dios. Recordemos las bienaventuranzas. Los pobres, los mansos, los humildes poseerán y verán a Dios. Recordemos cómo Jesús bendice y da gracias al Padre del cielo ‘porque ha revelado estas cosas a los pequeños y los sencillos y las ha ocultado a los sabios y entendidos’. Recordemos también el cántico de María. Los que se ponen al nivel de los pequeños son los que entenderán los valores del Reino de Dios y podrán vivirlos.
Estamos celebrando a santa Teresa del Niño Jesús: santa Teresita, como le decimos todos. La de la espiritualidad de la infancia espiritual. La que era pequeña aunque su corazón fuera grande porque su tarea era la del amor, como llegó a descubrir que Dios le pedía. Se dejó conducir por el Espíritu y alcanzó la senda de la santidad. Henchida de Dios fue capaz de poner a todo el mundo en su corazón, y con su humildad, sus sacrificios, su oración, el ofrecimiento de su vida y de su enfermedad, sin salir del convento, fue misionera por todo el mundo, de manera que la Iglesia la reconoce como Patrona de las misiones, junto a aquel otro gran misionero que recorrió el mundo conocido de entonces para llegar hasta el Japón.
Que así vivamos nuestro seguimiento de Jesús. No nos importe ser pequeños, humildes, quizá pasemos desapercibidos, pero en nuestro amor podemos realizar cosas grandes si de verdad nos llenamos de Dios. Como María, la humilde esclava del Señor, pero el Señor se había fijado en la pequeñez de su esclava, como cantaría en el Magnificat.
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