Job, 38, 1.12-21; 39, 33-35
Sal. 138
Lc. 10, 13-16
Recordamos al paciente Job sobre el que caían desgracias sin cuento, pero que no perdió nunca la calma ni la esperanza en medio de su adversidad. Esta semana ha sido el tema de la primera lectura, aunque por razón de las memorias que hemos tenido que celebrar, santos Arcángeles, Ángeles custodios y otros santos, no hemos podido seguir con detalle.
Decir que a casa de Job llegaron diversos amigos con palabras de consuelo, palabras que no satisfacían a nadie ni nada consolaban, y hasta el mismo Job se hace sus reflexiones buscando una respuesta a sus preguntas e interrogantes profundos de su alma.
Hoy, ya casi al final del libro de Job, es Dios quien le habla para dar a conocer su grandeza manifestada en la obra de la creación. Cuando el hombre con sus sabidurías humanas quiere dar respuesta a todos los interrogantes, Dios viene a decirle a Job que está por encima de todo eso, puesto que ¿ha sido capaz el hombre de realizar toda esa maravilla de la creación?
Con lenguaje y preguntas propias de su época, que hoy tendrían quizá otros planteamientos, el Señor le pregunta a Job si es el hombre el que ha creado la maravilla de un amanecer o un atardecer, o ha podido medir toda la profundidad y amplitud de la tierra y el universo. Aunque en nuestros avances científicos y conocimiento de la naturaleza y el universo podamos dar muchas respuestas, siempre detrás de todo eso sigue el interrogante del misterio, porque la inmensidad de todo lo creado y de su Creador va mucho más allá de lo que el hombre con su inteligencia pueda abarcar.
Hoy mismo tenemos esos experimentos científicos capaces quizá de decirnos que hubo en el momento del bing bang, pero siempre queda el misterio y la pregunta, ¿y antes? ¿y más allá? ¿y en el fondo de todo eso no hay un Creador? Preguntas y misterio que al creyente lo llevan a preguntarse por Dios.
Ante la inmensidad de la creación y de lo que Dios le plantea Job se queda mudo. ‘Me siento pequeño, dice, ¿qué replicaré? Me llevaré la mano a la boca; he hablado una vez, y no insistiré, dos veces, y no añadiré nada’.
Ante Dios ¿qué podemos decir? ¿Nos quedaremos mudos también? Con el salmo 138 nosotros decimos también: ‘¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo... si me acuesto en el abismo... si vuelo hasta el margen de la aurora... si emigro hasta el confín del mar... allí estás tú... allí te encuentro... allí me alcanzará tu izquierda... me agarrará tu derecha...’
¿Qué puedo decir? ¿Me quedaré mudo? Tendré que reconocer la grandeza de Dios y darle gracias. ‘Te doy gracias porque me has escogido portentosamente...’ Maravilloso es el mundo que has creado, pero más maravillosa es la obra más bella de todas tus criaturas. ‘¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, para hacerlo poco inferior a los ángeles?’ Grande nos has creado cuando nos has dado esa inteligencia y esa capacidad de conocimiento para poder descubrir y admirar tus maravillas. Lo has hecho el rey de la creación y todo lo has puesto en sus manos. Te doy gracias, Señor, porque te hayas fijado en mí, pequeño entre la inmensidad de tu creación, pero me amas con un amor tan especial.
‘Te doy gracias porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras...’
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