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sábado, 6 de septiembre de 2008

A nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los últimos

1Cor. 4, 6-15
Sal.144
Lc. 6, 1-5

El texto de la carta de san Pablo que comentamos yo diría que nos habla de la pasión y del dolor del corazón de Pablo y de su grandeza como Apóstol.
Dolor del corazón del apóstol por lo que le hace sufrir aquella comunidad a la que dirige su carta por sus problemas y divisiones internas. La situación es dura y se vuelve contra el apóstol que fue el primero que evangelizó aquellos lugares. Hay personas interesadas en desprestigiarle, todo se vuelve contra él y sufre ataques de todo tipo. ‘Parecemos condenados a muerte, dados en espectáculo público... considerado como loco, débil, despreciado... hemos pasado hambre y sed y falta de ropa... despreciados... nos agotamos trabajando con nuestras propias manos...’ Se siente como el último de todos. ‘Por lo que veo, a nosotros los apóstoles, Dios nos coloca los últimos... nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy’.
Pero ante todo esto que sufre el apóstol, tenemos que decir grande es la espiritualidad del apóstol. Sigue el camino de Jesús, que humillado se sometió a la muerte como un esclavo, pasando por uno de tantos. Parece que en su vida se está reflejando lo que había dicho Jesús de hacerse el último y el servidor de todos. En él se está realizando lo prometido en las bienaventuranzas. Se siente pobre, sufrido, y perseguido a causa del Evangelio. Siente que su fuerza está en el Señor. Él cumple con su misión. Su deseo es el Reino de Dios, el anuncio del Evangelio, y se siente orgulloso de considerarse padre en la fe para todos ellos, porque él fue el primero en anunciarles el Evangelio.
¿Cuál es su reacción? Hacer lo que dice Jesús en el evangelio sobre cómo tenemos que reaccionar ante quien nos humilla o nos ofende. ‘Nos insultan y les deseamos bendiciones; nos persiguen y aguantamos con paciencia; nos calumnian y respondemos con buenos modos...’ Nos recuerda efectivamente lo que Jesús enseña en el sermón del monte. ‘Yo os digo que no hagáis frente al que os hace mal; al contrario al que te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra; a que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto... da a quien te pide, y no vuelvas la espalda al que te pide prestado...’
En la figura del apóstol vemos también el dolor y sufrimiento de los pastores del pueblo de Dios de todos los tiempos. Bien conocemos que son el blanco de todas las miradas pero también de todas las críticas y persecuciones. Todos conocemos cómo los obispos y los sacerdotes, y también todos los que se dedican a un trabajo pastoral, son objeto de críticas, cómo se les mira mal, tantas veces son desprestigiados por muchos con acusaciones y calumnias; cómo se aprovecha cualquier debilidad humana, que es normal que tengan porque son tan humanos como todos los hombres, para acusarlos, criticarlos, condenarlos sin la más mínima misericordia. En medio del mundo el pastor que quiere seguir el modelo de Cristo se convierte siempre en signo de contradicción lo que provocará muchas reacciones adversas en aquellos a los que le molesta esa luz que brilla con el resplandor del Evangelio.
Por eso el pueblo cristiano tiene que saber estar al lado de sus pastores, para apoyarlos, animarlos, hacerles que se sientan fortalecidos con la gracia del Señor que es la única fortaleza que merece la pena. Ahí tiene que estar la oración del pueblo cristiano por sus pastores. Así se sienten confortados en el Señor con esa oración del pueblo fiel que sabe valorarlos y apoyarlos. Así, es cierto, los pastores tenemos que crecer en nuestra santidad, hacer crecer más y más una espiritualidad bien enraizada evangélicamente y tomemos el ejemplo de Pablo que hoy contemplamos en este trozo de la primera carta a los Corintios.Y a todos nos vale este ejemplo que nos ofrece Pablo, porque todos en la vida tenemos que sufrir muchas veces esas persecuciones y esos desprecios, en la convivencia de cada día muchas veces se nos hace difícil el trato mutuo y por eso hemos de saber reaccionar también según el espíritu del Evangelio de Jesús, con amor, con humildad, con paciencia, ‘con buenos modos’, como decía el apóstol.

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