1Cor. 2, 10-16
Sal. 144
Lc. 4, 31-37
‘¿Qué tiene su palabra?’ Comentaban con estupefacción las gentes de Cafarnaún. ‘Se quedaban asombrados porque hablaba con autoridad... da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen...’
‘¿Qué tiene su palabra?’ Ellos lo reconocen. Habla con autoridad. Cómo no iba a hacerlo si El era la Palabra viva de Dios que se había hecho carne. ¿Quién mejor podía hablarnos de Dios? ¿Quién mejor podía revelarnos el misterio de Dios? No hablaba con palabras aprendidas. Era El la Palabra, la Palabra de vida y la Palabra de salvación. No sólo nos enseña, sino que además con su poder y autoridad realiza maravillas. Era un hablar nuevo.
Con ese mismo asombro tenemos que ponernos nosotros ante la Palabra. Con esa misma apertura de corazón, para dejar que esa Palabra ilumine y salve nuestra vida. Que no pongamos resistencias. ‘Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo y se puso a gritar a voces: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sí quién eres: el Santo de Dios’.
Nos cuesta muchas veces reconocer y aceptar esa Palabra de vida y salvación que nos llega. Preferimos nuestras palabras o nuestros caminos. Preferimos quedarnos como estábamos. Se nos hace difícil el cambio porque nos duele arrancarnos de aquello a lo que nos habíamos acostumbrado. Cuántos apegos en nuestro corazón. Nos resistimos.
Pidamos la fuerza del Espíritu de Dios. El Espíritu Santo que nos despierte a la fe y nos ayude a descubrir el misterio de Dios. Es que sin fe las cosas las veríamos de otra manera. Sin la luz del Espíritu Santo no podríamos descubrir todo ese misterio de amor que se nos manifiesta en Jesús. ‘El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios’, nos dice san Pablo.
Si no nos guía el Espíritu de Dios ni podríamos comprender ni ver con claridad. No nos valen para esto sabidurías humanas. ‘Lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es de este mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos’. Un acto de fe y de reconocimiento.
Sólo podremos conocer a Jesús si nos dejamos conducir por el Espíritu Santo. ‘Nos lo revelará todo’, nos había dicho Jesús mismo. Sin esa fe, no terminaríamos de comprender su misterio. No entenderíamos sus palabras. No significarían nada para nosotros sus obras. ‘A nivel humano uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una locura; no es capaz de percibirlo, porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu’.
Que su Espíritu nos ilumine y nos guíe. Que sintamos esa admiración por su Palabra, su autoridad y su poder. Es ‘el Santo de Dios’, que nos salva, que nos llena de vida, que nos arranca del mal y de la muerte, que nos pone en camino de salvación. Demos gracias a Dios.
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