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miércoles, 3 de septiembre de 2008

La Buena Noticia a los pobres, a los cautivos la libertad

1Cor. 3, 1-9
Sal. 32
Lc. 4, 38-44

‘El Espíritu del Señor me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, a los cautivos la libertad’. Lo hemos escuchado hace pocos días y hoy nos ha servido para proclamar el Aleluya antes del Evangelio. Podíamos decir que es la clave de lo que se nos ha ido proclamando y hemos ido escuchando estos días en el Evangelio: proclamar la Buena Nueva a los pobres y la libertad a los cautivos.
En la sinagoga de Cafarnaún Jesús ha proclamado la Palabra y al salir lo llevan primero a casa de Pedro donde está la suegra con fiebre; Jesús ‘de pie a su lado, increpó la fiebre, y se le pasó; ella levantándose en seguida, se puso a servirles’. A continuación le traen enfermos ‘y poniendo las manos sobre cada uno los iba curando’. Los signos de esa libertad para los cautivos. Jesús que nos sana, nos cura, nos salva, nos levanta de nuestras esclavitudes y postraciones y nos da vida. Sigue tendiéndonos su mano para levantarnos. Sigue iluminándonos con la Buena Noticia de su Palabra.
Pero Jesús no se queda en Cafarnaún. ‘Intentaban retenerlo para que no se fuese’. Pero Jesús no se deja acaparar. Jesús tiene que llegar a todos los hombres y a todos los pueblos. ‘También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado’. Y comenta el evangelista que se fue a las sinagogas de Judea. Estaba en Galilea y se va también a Judea. A todos ha de anunciarse el Reino de Dios. Su misión es universal.
En la primera lectura, en la carta a los Corintios, se nos señalan situaciones vividas por aquella comunidad, pero que podemos trasladarnos a nuestras situaciones personales o de nuestras comunidades cristianas, en las que Jesús ha de llegar hasta nosotros igualmente para tomarnos de la mano y levantarnos, sanarnos y salvarnos.
Había problemas en la comunidad de Corinto. Andaban divididos y llenos de conflictos. Pablo les dice que son como niños que andan con envidias y rencillas. Pablo había allí anunciado el primero el evangelio; luego habían venido otros misioneros de la Palabra de Dios y se crearon divisiones. Ahora andaban que si de Pablo o que si Apolo. ‘Cuando uno dice yo estoy por Pablo y otro, yo por Apolo, ¿no sois como cualquiera?’ ¿No sois como niños? ‘Mientras haya entre vosotros envidias y contiendas, es que os guían los instintos carnales y procedéis como gente cualquiera’, les dice Pablo. Lo importante no es Pablo ni Apolo, sino Dios, el Reino de Dios que se anuncia. ‘Nosotros – Pablo, Apolo, o cualquier misionero - somos colaboradores de Dios, y vosotros el campo de Dios... el edificio de Dios... lo que cuenta es el que hace crecer, Dios, no el que planta o el que riega’.
Así andamos también nosotros con nuestras divisiones, envidias, contiendas... En un nivel personal, pero también en nuestras comunidades, muchas veces en nuestra Iglesia. Es la división grande de la Iglesia, católicos, ortodoxos, protestantes, anglicanos, ortodoxos, y mil ramas más. Pero es también lo que sucede en nuestras pequeñas comunidades muchas veces. Que si yo soy mejor, que si tú lo haces de otra manera, que si mi grupo, mi comunidad, los que trabajan en esto o en lo otro, que si aquella persona, que si el cura de aquella parroquia, que si tal movimiento... Muchos orgullos, mucho amor propio, muchos resentimientos, muchas envidias... pero ¿qué es lo que importa? ¿qué yo o los míos sobresalgamos porque hacemos las cosas mejor, o el Reino de Dios?
Pidamos al Espíritu que nos dé el don de la humildad, del amor, de la aceptación mutua, de la valoración de los otros, del respeto mutuo, de la colaboración para tendernos las manos, para caminar juntos, cada uno según sus cualidades y su carisma, pero todos construyendo la misma Iglesia de Dios, el mismo Reino de Dios.
Que el Señor nos sane de nuestras enfermedades, de la parálisis del espíritu, de nuestra ceguera espiritual; que el Señor nos libere de tantas ataduras y esclavitudes nacidas de nuestro amor propio y orgullos heridos; que sintamos en nuestra vida esa Buena Nueva de Salvación que nos hace hombres nuevos; que vivamos con madurez cristiana todas esas situaciones difíciles con las que nos vamos encontrando.

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