Ez. 33, 7-9;
Sal. 94;
Rm. 13, 8-10;
Mt. 18, 15-20
De una forma u otra cada vez que comenzamos la celebración de la Eucaristía el sacerdote nos recuerda que estamos reunidos como hermanos, como comunidad de amor, como asamblea santa, como pueblo de Dios.
¿Serán palabras rituales o son expresión de algo que vivimos y que queremos celebrar? ¿O quizá venimos porque queremos que el Sacerdote nos celebre la Misa, y lo que menos nos importa es que estamos reunidos como comunidad de hermanos, como familia santa que nos amamos? Creo que este interrogante es muy importante que nos lo hagamos y que tengamos claro qué es lo que somos y qué buscamos cuando venimos a la celebración. No venimos simplemente para que nos digan la Misa, acaso para hacer yo mis oraciones y, bueno, que no se alargue mucho porque tengo luego otras cosas que hacer. La participación en la celebración litúrgica es mucho más.
No siempre tenemos una conciencia clara de que somos una comunidad de hermanos, que somos una familia todos los que nos decimos que creemos en Jesús y pertenecemos a la Iglesia. Tenemos el peligro y la tentación de que, aunque nos decimos creyentes y cristianos, vayamos cada uno por nuestro lado y no sintamos realmente ese calor de una comunidad de amor que tenemos que ser todos los que formamos la Iglesia.
Algo que hemos de tener muy claro. Repercute, por supuesto, en nuestra celebración, en nuestra manera de celebrar, en las actitudes y posturas que tomamos en la celebración, pero repercute en algo esencial de nuestra vida cristiana. Los que creemos en Jesús queremos a entrar a formar parte del Reino de Dios. Los que creemos en Jesús, y que nos hemos unido a El por el Bautismo, al mismo tiempo entramos a formar parte de la comunidad cristiana, de la Iglesia, de la familia de los hijos de Dios. Y esto ha de expresarse en el día a día de nuestra vida.
Formamos, pues, por la fe que tenemos en Jesús como nuestro Salvador, una comunidad de amor, una comunidad de hermanos. Y ser una comunidad de amor entraña muchas cosas en las relaciones mutuas entre los miembros de la comunidad. Somos una comunidad de amor porque nos amamos. No olvidemos que ha sido el principal mandamiento que nos ha dado Jesús. Y porque nos amamos, y nos sentimos unidos, como nos dice hoy en el evangelio, ahí está El en medio de nosotros. ‘Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’, nos ha dicho.
Y nos dice más Jesús en referencia a nuestra oración. Si oramos unidos, unidos en el amor, tenemos la garantía que nos ha dado Jesús de que nuestra oración será escuchada. ‘Os aseguro, además, que dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo’.
Decíamos que somos una comunidad de amor porque nos amamos. Como comunidad caminamos juntos, nos ayudamos mutuamente; como comunidad hemos de sentirnos siempre solidarios los unos con los otros; como comunidad de amor nos aceptamos y nos comprendemos, nos perdonamos y nos ayudamos los unos a los otros a ser mejores, corrigiendo nos defectos, fallos y pecados.
No son fáciles las relaciones humanas entre las personas en cualquier ámbito de la vida, en la familia, entre los vecinos, allí donde trabajamos, y, tenemos que decir también, en nuestro ámbito de Iglesia. Tenemos nuestros orgullos y nuestro amor propio; tenemos nuestra manera de pensar y de hacer las cosas; nos sentimos tentados al egoísmo o a la insolidaridad. Pero precisamente en esa familia que somos los que nos llamamos Iglesia tendríamos que aprender a hacer que nuestras relaciones y nuestro trato sean cada vez mejores y a ello en nombre del amor cristiano tenemos que ayudarnos mutuamente.
Es de lo que nos ha hablado hoy Jesús en el Evangelio, cuando nos habla de la corrección fraterna. Algo que nos cuesta hacer y nos cuesta aceptar. Nos cuesta hacer porque, por una parte, nos echamos para detrás porque decimos que no somos nadie para decirle nada a otra persona, o porque no sabemos hacerlo con la suficiente humildad y amor para no herir, para no dañar. Eso, nos falta amor, porque como nos decía san Pablo ‘uno que ama a su prójimo no le hace daño’. Nos hace falta la delicadeza del amor. Por eso nos decía también ‘a nadie le debáis nada, más que amor, porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley’.
Y nos cuesta aceptar la corrección también por nuestra falta de humildad y de amor. Falta de humildad porque no nos gusta que aparezcan nuestros fallos o errores y que el hermano me pueda decir algo. Falta de humildad y amor por eso mismo porque no nos sentimos esa comunidad que caminamos juntos y nos ayudamos desde el amor los unos a los otros en ese caminar.
Creo que a esto nos está invitando el Señor en este domingo. Seamos en verdad esa comunidad de amor, esa familia, ese pueblo de Dios que caminos juntos porque creemos en Jesús y nos amamos. Además una cosa más. Allí donde hay comunión y amor, allí está Dios.
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