1Cor. 8, 1-7.11-13
Sal. 138
Lc. 6, 27-38
Pareciera que andamos en la vida como en una espiral. Ya sabemos parte de un punto en una curva podíamos llamar ascendente que va haciendo que se arco se vaya haciendo cada vez mayor pero sin solución de vuelta a un punto de partida sino que más y más se aleja en la medida en que crece. O si queremos en sentido inverso de mayor a menor se va cerrando y cerrando cada vez hasta que el arco se consume en sí mismo en un solo punto.
Un camino y otro de la espiral creo que pueden reflejar muchas actitudes y actos de nuestra vida y de nuestra relación con los demás. Violencia que engendra violencia cada vez mayor; relaciones interesadas que cada vez nos van creando como más deuda de los unos con los otros sin visos de solución; egoísmo que nos encierra cada vez más en nosotros mismos llegando a aislarnos de los demás centrándonos todo en nuestro yo egoísta e insolidario.
Porque tú me dijiste, yo te digo, y porque yo te respondí, tú me contestate más fuerte y así se va generando y generando cada vez un enfrentamiento mayor. Porque tú ayudaste, yo te ayudo, pero tú te verás obligado a ayudarme después, y tendré que corresponderte, con lo que la ayuda no es desinteresada sino que más bien pareciera el pago de una deuda continuada. Como él no me hizo aquel favor, por qué tengo yo que prestarle ayuda ahora, y siempre estaremos esperando a que sea el otro el que comience. Y así podríamos pensar en tantas y cosas que hacemos y que simplemente generan una espiral o de violencia, o de deudas mutuas, o de egoísmos que me encierran.
Hay que romper esta espiral que no nos lleva a nada bueno. Aunque pensemos, es que todo el mundo actúa así, no nos podemos mover sólo por el interés, ni podemos estar siempre respondiendo con la misma moneda a lo que los otros puedan hacernos. Es a lo que Jesús nos invita. Es la Buena Nueva que nos trasmite Jesús. ¿Que todo el mundo lo hace así? Jesús viene a realizar un mundo nuevo, a enseñarnos a hacer las cosas de otra manera. ‘Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué meritos tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar ¿qué hacéis de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo’.
Al odio tenemos que responder con amor; a la violencia, con paz y perdón; al interés, con generosidad desinteresada; al mal, con el bien; al juicio y a la condena, con comprensión y perdón. Al enemigo y al que te odia, ámalo; al que te hace mal, hazle bien; al que te maldice, bendícelo; al que te injuria, reza por él; con el egoísta, sé generoso; con el violento, sé pacifico; con el interesado, sé altruista y desinteresado, enséñele lo que es la gratuidad; al que te debe, regálale; no juzgues, ni condenes; al que te ofrende, perdónalo siempre hasta setenta veces siete; que tu medida sea siempre la de la generosidad y el perdón.
‘A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te peque en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, dale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten’. Son las palabras de Jesús.
Y nos propone un modelo y un ideal. ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo... dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros’. Si alguna espiral tiene que permanecer es la del amor, para abrirnos siempre a los demás. O como decía san Pablo ‘lo constructivo es el amor mutuo’.
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