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martes, 9 de septiembre de 2008

Tres momentos: oración, elección y salvación

1Cor. 6, 1-11
Sal. 149
Lc. 6, 12-19

Tres momentos podemos destacar en el texto del Evangelio que comentamos. Un primer momento, la oración. ‘Subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios’.
Un segundo momento la elección de los apóstoles. ‘Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles’. Y el evangelista a continuación nos da la relación de todos sus nombres y algunas circunstancias en torno a su vida.
Un tercer momento, el encuentro con los discípulos y con toda la masa grande de la gente. ‘Bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón’. Ahora son todos los discípulos y todos aquellos que ‘venían a oírlo y a que Jesús los curara de sus enfermedades...’
¿Dónde estaba Jesús? ¿Dónde se sitúa este monte? Probablemente en Galilea, porque en el texto que sigue le veremos proclamar las Bienaventuranzas, en la versión que nos da san Lucas; pero nos habla de gente que ha venido de toda Palestina, nos habla de Judea y Jerusalén, pero nos habla de gentes de más al norte, en la costa de Tiro y Sidón.
Tres momentos, pues, importantes. Nos habla de la unión de Jesús con el Padre, ‘pasó la noche en oración’, en un momento importante porque elige a los doce Apóstoles a los que iba a confiar una misión especial en medio de la comunidad. Son los Apóstoles, los enviados, los que en su nombre han de ir a anunciar el Evangelio a toda la creación. Pero están también todos los discípulos y todos aquellos que se acercan a Jesús para escucharle y para experimentar en su vida la salvación que Jesús nos trae, que viene significada en los milagros que realiza.
Tres momentos importantes también para nosotros. Unidos a Dios en nuestra oración. Necesitamos de Dios, de nuestra unión íntima y profunda con el Señor, que nos llene de su vida, que nos haga sentir su predilección y su amor, que nos haga experimentar su salvación.
También nosotros queremos escucharle allá en lo más hondo de nuestro corazón. Y abrimos nuestra vida a Dios, abrimos nuestro corazón a un encuentro profundo y vivo con El. Es lo que tiene que ser la oración en nuestra vida, más allá de algo ritual que podamos hacer. Como Jesús, según hemos visto en el evangelio. Como lo hizo María; como lo han hecho los santos antes que nosotros y que nos sirven tanto de ejemplo y de modelo.
Y sentimos como Dios tiene un amor especial para cada uno. Nos sentimos llamados y elegidos. Porque su amor es una predilección del Señor por nosotros. A cada uno nos ama el Señor con un amor especial. Dios nos ama a cada uno por nuestro nombre. Recordemos cada uno nuestra historia personal y descubriremos como en ese día a día de nuestra vida el Señor nos ha ido manifestando su especial amor.
‘Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca’. El Señor nos ha llamado y elegido y ha derramado su gracia salvadora sobre nosotros. Como nos recordaba san Pablo, somos pecadores porque tantas veces hemos llenado nuestra vida de pecado, pero el Señor ha sido grande en su misericordia con nosotros. ‘Así erais antes... pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron invocando al Señor Jesucristo y al Espíritu de nuestro Dios’. Si así nos ha perdonado el Señor, nos ha lavado de nuestros pecados, así ahora nosotros tenemos que dar gloria a Dios dando frutos de santidad y de gracia en nuestra vida.

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