Que
no sigan habiendo muletas que no nos dejan caminar por nuestras cobardías, ni
camillas en las que sigamos postrados porque nos quedan muchos miedos en el
alma
Ezequiel 47, 1-9. 12; Salmo 45; Juan 5, 1-16
Todos hemos presenciado, o acaso también
nos habremos visto envueltos en esa situación, una aglomeración de gente que
hace cola porque lo necesitan para conseguir algo que consideran muy importante
o vital para sus vidas; los empujones y los revolcones que se montan, sobre
todo cuando llega el momento de comenzar a moverse aquella cola, porque ha
llegado el momento del comienzo del reparto, se ha abierto la puerta, y ahora
todos, aunque hasta ahora quizás se habían mantenido en cola de una forma más o
menos ordenada, al empujón rompen filas, nadie tiene consideración con nadie y
todos pretenden saltar por donde sea para alcanzar aquello que esperaban. Nadie
mira a nadie ni siente compasión por la debilidad con que algunos se muestren
en su necesidad.
¿Algo así sucedería en aquella piscina
de las ovejas donde tantos enfermos y discapacitados en las más diversas
enfermedades y dolencias esperaban que al agua se removiera para poder entrar
el primero y curarse? Los que mejor podían valerse se adelantaban a todos y no
importaba que hubiera alguien que estuviera allí esperando (en la cola) desde
hacia 38 años y nadie le importaba nadie. Es la queja humilde y resignada de
aquel hombre a quien Jesús le pregunta si quiere curarse.
Más allá de esas colas que hacemos ante
una oficina o ante algún reparto benéfico, ¿este texto estará reflejando algo
de lo que vivimos cada día en la vida? Resignación no falta en muchos que se
ven envueltos en sus problemas sin saber como salir adelante y como solemos
decir no nos queda más remedio que aguantarnos; pero empujones bien que nos
damos en la vida cuando cada uno va buscando solo sus intereses; avariciosos
nos volvemos en tantas ocasiones que nos parece que con lo que tenemos no vamos
a alcanzar nuestros sueños y mercadeamos en lo que sea y por donde sea con tal
de conseguir influencias de quien en un momento dado nos pueda echar una mano,
situaciones de privilegio por los que todos soñamos porque así nos vemos como
por encima de los demás, insolidarios caminamos pensando solo en nosotros
mismos y a lo sumo le echamos una mano, pero las dos no que ya está bien, a
aquellos que pudiéramos considerar más cercanos a nosotros y un día también
podían hacer algo por nosotros. En muchas cosas podemos fijarnos.
Es Jesús el que ha venido al encuentro
de aquel hombre, como viene también a nuestro encuentro. Allí donde está el
dolor, donde hay algo que sufre, allí donde hay una situación de sombras, allí
donde hay unos corazones atormentados, allí donde parece que se agotado las
esperanzas y solo queda la resignación o una lucha desesperada que todo lo
puede convertir en violencia, allí donde se producen los peores desequilibrios
que muchas veces nos encierran o nos hacen insolidarios, allí siempre puede
aparecer una luz.
En aquel caso, en la piscina de Betesda
apareció esa luz para aquel hombre que pudo tomar su camilla, cargar con ella y
echar a andar para su casa. No todos van a reconocer esa luz, porque quizás
está haciendo resplandecer cosas que otros querían ocultar o de las que no
quieren saber nada. Incluso aquel pobre hombre que ahora se ha visto liberado
de su imposibilidad va a sufrir los zarpazos de esa lucha, porque habrá quien
no entienda que haya sido curado en sábado, o no querrán reconocer el poder y
la acción de Jesús. ¿No se siguen dando coletazos contra la Iglesia, contra la
obra de la Iglesia, contra la fe en Jesús en el mundo que hoy vivimos por
tantos a los que parece que les molesta la fe que podamos tener en Jesús?
¿No habrá incluso algunas ocasiones que
a los que decimos que tenemos fe en Jesús quizás nos cueste mostrar
abiertamente esa fe porque vamos a encontrarnos un mundo que está enfrente y no
lo soporta? Cuidado con nuestras cobardías, cuando con los brotes de
insolidaridad que nos pueden brotar dentro de nosotros, cuidado que entremos en
esas carreras del mundo y comencemos también nosotros a despreocuparnos de los
demás, simplemente para hacer lo que todos hacen.
¿Seguirá habiendo muletas que no nos
dejan caminar por nuestras cobardías, camillas en las que sigamos postrados
porque todavía nos quedan muchos miedos en el alma? Tenemos que aprender a
levantarnos, a dejar a un lado de una vez por todas esas muletas y camillas,
algo nuevo tiene que brotar en nosotros cuando en verdad reconocemos a Jesús.
Nos había preguntado Jesús también a nosotros si queríamos sanar, pero ahora
además nos dice: ‘Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te
ocurra algo peor’.
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