No
olvidemos nunca que es Dios el que primero nos ha amado y nos ha regalado su
gracia y su perdón, correspondamos a tanto amor
2Crónicas 36, 14-16. 19-23; Salmo 136;
Efesios 2, 4-10; Juan 3, 14-21
Si nosotros nos sentimos en deuda con
alguien, ¿hasta donde seríamos capaces de llegar para condonar esa deuda? Lo
que en principio estoy considerando es que soy yo el que estoy en deuda, no lo
que otros me deban a mí, ¿hasta donde llegamos? Buscaríamos medios, buscaríamos
personas que nos ayuden, influencias que podamos obtener quizás de otras
personas a las que acudimos para que quizás intercedan por nosotros…
Pero pensemos más, pensemos en que con
quien nos sentimos deudores es alguien con quien habíamos tenido una buena relación,
pero surgieron los problemas que surgieron, y ahora está por medio esa deuda,
sabiendo además que era o es un persona que nos amaba y quería mucho. ¿Qué
podemos hacer? ¿Qué podemos aportar por nuestra parte desde nuestra pobreza y
pequeñez?
Pero aquí está lo que es la maravilla
del amor. Estábamos comentando que era alguien que nos amaba, que nos quería,
que fuimos nosotros con nuestra miseria los que provocamos esa deuda. Y viene
el Dios generoso que mantiene su amor para con nosotros, no quiere nuestra
muerte aunque lo merezcamos por grande que sea nuestra deuda. Aparece el Dios
lleno de misericordia y compasión, que por gracia, o sea gratuitamente,
simplemente porque nos ama nos regala el perdón. Es más, para regalarnos ese perdón
y esa vida, nos entrega a su Hijo amado y preferido.
Como nos ha dicho hoy el evangelio ‘tanto
amó Dios al mundo, tanto nos amó Dios, que nos entregó a su propio Hijo, para
que todo el que cree en El no perezca sino que obtenga la vida eterna’.
Maravilla del amor de Dios. Como alguien ha escrito, ‘amar a alguien es
decirle tú no morirás jamás’. Eso nos está diciendo Dios, que nos ama y
quiere que tengamos vida, no quiere la muerte. ‘No vino Jesús para juzgar y
condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de El’. Nos lo
está repitiendo continuamente en el evangelio. Sí, ahí está, Dios nos
ama y quiere la vida para nosotros. Por eso ‘todo el que cree en el Hijo de
Dios no perece sino que obtiene la vida eterna’.
Ahí está la maravillosa reflexión que
nos hace san Pablo en la carta a los Efesios. ‘Dios, rico en misericordia,
por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos
ha hecho revivir con Cristo, estáis salvados por pura gracia’. Por pura
gracia; es un don gratuito. No es lo que nosotros hagamos, no son los méritos
que vayamos acumulando por otro lado al alcanzar la condenación de la deuda; es
un regalo de Dios, por eso decimos gracia.
Es algo que no consideramos lo
suficiente. Por eso luego seguimos
siendo tan mezquinos; no lo hemos asimilado bien, nos parece algo tan natural,
que nos hemos acostumbrado, y realmente no somos agradecidos lo suficiente.
Tendría que ser algo que se nos quedara como grabado a fuego en el alma para no
olvidarlo jamás. Pero somos reincidentes en nuestro pecado.
Nosotros seguimos prefiriendo la
tiniebla y rehusamos tantas veces la luz; es que la luz nos descubriría la
realidad de nuestras obras; nos queremos ocultar, pero es señal de que seguimos
en tinieblas y no nos dejamos iluminar. A veces nuestro pecado además puede ser
exceso de confianza, porque nos decimos, bueno, el Señor es bueno y siempre nos
perdona. Pero estamos jugando con el amor de Dios y no tendríamos que hacerlo.
Es lo que tenemos que vivir y es la vida que tenemos que repartir. Cuando así nos sentimos amados de Dios no podemos menos que nosotros comenzar a amar de la misma manera. Es ahí donde mostramos el amor que le tenemos a Dios, en esa nueva vida que comenzamos a vivir, en esa tarea de amor en la que nos vemos comprometidos para ir sembrando esas semillas de amor en el mundo.
Nos cuesta muchas veces porque se
entremezcla la cizaña en nuestros sentimientos y en nuestras actitudes. Ya nos
prevenía Jesús de que eso iba a suceder así, pero nos previene para que no nos
dejemos embaucar por el mal que se nos presenta con tantas apariencias
engañosas.
Ojalá nosotros de verdad podamos irle
diciendo a los que amamos que queremos que vivan, que tengan vida para siempre,
que no haya muerte en sus vidas. Pero eso no pueden ser solamente palabras
bonitas que les digamos; han de ser las actitudes profundas que nosotros
tengamos plantadas en nuestra vida que vayan creando vida allá por donde vamos.
Por eso tenemos que sobresalir en generosidad y desprendimiento por los demás, por eso nuestros gestos y nuestras palabras, cada cosa que hagamos han de estar siempre envueltas en la delicadeza y en la ternura.
Tenemos de una vez por todas que ir quitando acritud de la
manera como tenemos de comportarnos con los demás, una acritud que aparece en
palabras violentas y malsonantes, en gestos despectivos, en discriminaciones
que aparecen en nuestra manera de tratar según a quien, en desconfianzas que
algunas veces camuflamos en sonrisas forzadas, en tantas posturas con las que
creamos distanciamientos y ponemos barreras a pesar de nuestra buena cara. Algo
hondo tiene que cambiar dentro de nosotros para que afloren siempre esos buenos
sentimientos, para que dejemos a nuestro paso siempre el perfume de nuestro
amor.
Recordemos siempre, es Dios el que nos
ha amado y nos ha regalado su perdón, respondamos con nuestro amor.
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