Nunca podremos sentirnos abandonados ni olvidados de Dios, porque ahí está Jesús que con los signos y señales que realiza nos recuerda el amor de Dios
Isaías 49,8-15; Salmo 144; Juan 5, 17-30
No nos gusta ser los olvidados. Ni de la familia, ni de los amigos, ni de aquellas personas que apreciamos y, en cierto modo, tampoco de aquellos con los que nos relacionamos en la vida, ya sea por la convivencia, por las relaciones de vecindad, o por razones laborales.
¿No nos quedamos los vecinos de un lugar determinado, un barrio, un sector de la ciudad, que las autoridades se han olvidado de nosotros porque no atienden nuestras demandas o necesidades? ¿Cómo reaccionamos ante un amigo al que hace tiempo que no veíamos y que de alguna manera se había distanciado la relación? Ya te olvidaste de los amigos, es casi lo primero que le decimos cuando nos reencontramos de nuevo.
Y lo mismo nos sucede en nuestras relaciones familiares y suele ser la queja más común, o de los padres que dicen que sus hijos ya no se acuerdan de ellos, o los hijos por el contrario con la misma queja contra los padres, ya no te acuerdas de mí.
Ese recuerdo que queremos que se mantenga dice mucho de cómo nos sentimos y cómo nos sentimos necesitados los unos de los otros, de su cariño, su presencia, su valoración, el tenernos en cuenta y así mucho más. Y tenemos que decir en el ámbito religioso que es algo que aparece en nuestra relación con Dios, en nuestras prácticas religiosas. Dios no nos escucha, decimos con tanta facilidad tantas veces. Claro que también tendríamos que preguntarnos si nosotros escuchamos a Dios. ¿Nos sentiremos acaso en alguna ocasión olvidados de Dios? ¿O será más bien que Dios es el olvidado de nosotros porque somos nosotros los que realmente no le tenemos en cuenta?
Me estoy haciendo esta consideración que a la larga tendría que llevarme a analizar detenidamente nuestra relación con Dios, desde el texto maravilloso que nos ha ofrecido hoy el profeta. El profeta está hablando a un pueblo que no lo está pasando nada bien; probablemente se trate de la época del exilio a Babilonia y el profeta trata de levantar el animo a aquel pueblo desesperanzado porque se van a abrir caminos por el desierto para un nuevo éxodo, para una nueva vuelta a su tierra desde el lugar del destierro. ¿Se sentían abandonados de Dios? La situación que vivían no era fácil, pero el profeta viene a decirles que Dios no los olvida, que Dios no los abandona, y termina con ese maravilloso texto que nosotros también hemos de escuchar con corazón abierto y con corazón humilde y agradecido.
‘Exulta, cielo, romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados. Sion decía: Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado. ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré’.
Una madre nunca podrá olvidar al hijo de sus entrañas. Y eso de alguna manera nos viene a decir también hoy Jesús en el evangelio. Sea cual sea la situación que nosotros vivamos en nuestra vida, ahí está El. Nunca podremos sentirnos ni abandonados ni olvidados ¿Y qué significa su presencia? Recordarnos continuamente que Dios nos ama. Para eso ha venido. Cuando de verdad lo asumamos y lo recordemos siempre, en todo momento y situación, cualquiera que sean las circunstancias de nuestra vida, estaremos entrando en algo nuevo. El Reino de Dios lo llama Jesús. ‘Mi Padre sigue actuando y yo también actúo’, nos dice Jesús.
¿Qué son esos signos y señales que Jesús va realizando con su vida? Las muestras de que Dios nos ama, y porque nos ama irá transformando nuestra vida, y porque nos sentimos amados comenzamos nosotros a dejarnos transformar nuestra vida. ¿No nos ha pedido Jesús desde el principio que tengamos fe y que transformemos nuestro corazón? Acaso somos nosotros los que olvidamos esta invitación y esta llamada de Jesús. Pero aunque nosotros en la práctica tantas veces lo neguemos, como nos diría san Pablo, El no puede negarse a sí mismo, y siempre será fiel en el amor que nos tiene.
¿Qué más necesitamos nosotros para comenzar a dar respuesta a ese amor de Dios? Sigamos con nuestro programa de Cuaresma y podremos llegar de verdad a la Pascua.
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