Con Jesús no nos equivocamos, en El no haya falsedad ni engaño, es la coherencia plena porque es la Verdad, tenemos asegurado el Camino, tenemos asegurada la Vida
Éxodo 32, 7-14; Salmo 105; Juan 5, 31-47
Lo menos que le podemos pedir a una persona en su actuación pública, y más aún cuando ejerce algún tipo de responsabilidad o de liderazgo en la sociedad es que sea coherente; que haya verdadera congruencia entre lo que dice o le pide a los demás y lo que él hace con su propia vida; lo contrario sería falsedad, actuación desde unos intereses donde parece que para él lo importante es su dominio sobre los demás o lo que personalmente se pueda beneficiar antes que esos valores que trata de enseñar o lo que es el bien de esa sociedad a la que tendría que servir.
Desgraciadamente en el mundo que vivimos vemos demasiadas incongruencias, poca coherencia y realmente esta hace que muchas veces vayamos desencantados por la vida y nos sintamos sin estímulo para luchar por unos ideales. Cuánto daño se puede hacer. No son los buenos ejemplos los que arrastran, sino que más bien nos vemos como engullidos en un mundo de falsedad. Poco podemos caminar hacia una sociedad mejor.
‘Sabemos que eres veraz’, no les quedó más remedio que reconocer a los escribas y maestros de la ley ante Jesús, aunque sus palabras también iban con unas segundas intenciones porque a la larga lo que querían era coger a Jesús en sus propias palabras. Nosotros sí podemos decir de Jesús que sabemos que es veraz, porque El mismo se nos presentará en algún momento del Evangelio como ‘el Camino, y la Verdad, y la Vida’, y nos enseña que siguiéndole no perderemos el camino porque llenos de la Sabiduría de Dios nos llenaremos plenamente de su vida.
Es como se nos presenta hoy Jesús en el evangelio. En el tiempo litúrgico que nos resta de la Cuaresma iremos escuchando en el Evangelio y la Palabra de Dios una serie de textos que nos presentan aquellas diatribas que surgieron entre aquellos que quería quitarlo de en medio y Jesús. Hoy nos está planteando por qué no creemos en El. Nos habla del testimonio de Juan el Bautista que había preparado los caminos del Señor y que nos presentará a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Aunque como les dice, ellos tampoco creyeron a Juan, porque siempre estuvieron en desconfianza con él. Recordemos cómo le habían también enviado una embajada pidiéndole que diera razón de por qué bautizaba allá en el desierto.
Pero Jesús nos habla hoy más del testimonio del Padre a través de las obras que Jesús realiza. ¿Quién podía perdonar pecados sino Dios?, se preguntaban un día ante las palabras de Jesús ante el paralítico que habían descendido del techo hasta los pies de Jesús. Ante la incredulidad de aquellos que lo observaban entonces, de alguna manera Jesús les pregunta también ¿y quien es el que puede tener poder para sanar y para curar, para realizar los signos y milagros que Jesús realiza? Como nos dirá Jesús El no hace sino las obras que el Padre le mandó realizar.
Si Jesús nos va proponiendo un camino nuevo que ha de ser siempre por los derroteros del amor, del perdón, de la comprensión, del servicio, de la misericordia, es así cómo Jesús se nos manifiesta. Jesús es el rostro de la misericordia de Dios. Es el Dios que nos mira a los ojos y al corazón desde su mirada de amor y de misericordia. Ya lo vemos cómo no solo curará a todos aquellos que sufren, sino que se acerca a los más pequeños, acoge a los pecadores y para todos tiene palabras de perdón. ¿Qué es lo que dirá en el momento en que lo estén crucificando? ‘Padre, perdónales porque no saben lo que hacen’.
Es el camino, es la Verdad, es la Vida; con El no nos equivocamos, en El no haya falsedad ni engaño, es la coherencia plena porque es la Verdad, tenemos asegurado el camino, tenemos asegurada la Vida, porque le tenemos a El.
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