No
seamos tiniebla que rechaza la luz, dejemos que ilumine los más hondos
entresijos de nuestra alma y nos ponga el dedo en la llaga no rechazándola
porque nos duela
Sabiduría 2, 1a. 12-22; Salmo 33; Juan 7,
1-2. 10. 25-30
Forma parte de la naturaleza de la
vida, podríamos decirlo así, hay personas o hay situaciones con las que o en
las que nos sentimos cómodos, porque nos parece que hay una sintonía con
nosotros, y otras personas que no nos caen bien, no nos sentimos bien a su
lado, o situaciones por las que tenemos que pasar en las que no nos sentimos cómodos.
Y esto en distintos frentes. Porque nos
puede ser agradable una persona porque quizás es amable con nosotros, nos
entendemos cuando hablamos o compartimos cosas o momentos, pero quizá ha
situaciones en las que repelemos a la persona precisamente porque es buena,
porque es entregada, y es que está chocando con nuestra manera de ser, o con
las posturas que nosotros vamos tomando en la vida. Quizás nos hacen ver los
errores que cometemos, el desorden que hay en nuestra vida, o que hay otros
valores mejores que los que nosotros vivimos, y esto se convierte en un
repelente para nosotros, porque de alguna manera su rectitud está denunciando
el mal que hay en nosotros.
Siempre ha sucedido que el que obra con
rectitud se convierte en blanco de los demás, y al que siempre se le quiere
sacar algo, o acumularle algo en su vida que está bien lejos de su
comportamiento. La rectitud de sus vidas se convierte en denuncia de nuestro
mal obrar y por eso con tanta maldad quizá se trata de denigrarlo de la forma
que sea. ¿No es lo que le pasaba a los profetas?
Es lo que pasaba también con Jesús., Y
Jesús lo sabía. El Reino nuevo de Dios que anunciaba se convertía en una
denuncia de quienes querían vivir anquilosados en sus rutinas y viejas
costumbres, pero que no estaban obrando con la debida rectitud ni con la
necesaria apertura del corazón. Como los profetas habían sido rechazados, así
ahora es rechazado Jesús. Bien nos lo explica Jesús en la parábola de los
viñadores homicidas que no hace mucho hemos meditado, pero que no la podemos
leer solamente mirando a lo que era la situación de entonces del pueblo judío y
su historia, sino que también hemos de saberla leer en la realidad de nuestra
vida.
Cuántas veces nosotros también cuando
ha habido quien con visión verdaderamente profética nos ha presentado la
Palabra de Dios habremos sentido ese mismo rechazo dentro de nosotros; acaso lo
hemos querido disimular, porque miramos a otro lado y siempre queremos aplicar
las cosas a los demás y no a nosotros mismos, o tratamos de hacernos nuestras
rebajas, porque nos decimos que no hay que mirar las cosas con tanta
radicalidad.
Pero, ¿aceptamos o no aceptamos a Jesús
y su mensaje evangélico? Hemos escuchado
hoy que en principio Jesús no quiere dejarse ver por Jerusalén, porque aun no
ha llegado su hora, donde sabe que va a tener una fuerte oposición. Sin embargo
Jesús sube también a la ciudad santa para aquella fiesta, y los mismos judíos
se sorprenden de su presencia, pues el pueblo notaba el vacío que las
autoridades y gente principal querían hacerle a Jesús. Se preguntan si acaso ya
habrán aceptado la misión profética o mesiánica de Jesús.
¿De donde viene Jesús? ¿Cuál es
realmente su misión? ¿El hecho de ser galileo la resta posibilidad de que pueda
ser el Mesías, como en otro momento le dirán los sumos sacerdotes a Nicodemo,
que de Galilea nunca ha surgido un profeta?
Como hoy les dice Jesús ‘a mí me
conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta,
sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo
conozco, porque procedo de él y él me ha enviado…’ Jesús se siente como el
enviado del Padre. Nos recuerda lo que en otro momento del evangelio hemos
escuchado. El amor que Dios nos tiene es tan grande que ‘nos ha enviado a su
Hijo para que quien cree en El no perezca sino que tenga vida eterna’.
Es la maravilla y la grandeza de
nuestra fe en Jesús. Así lo reconocemos. La Palabra de Dios que planta su
tienda entre nosotros. La Palabra que nos ilumina para arrancarnos de nuestras
tinieblas y darnos vida. La Palabra que tenemos que escuchar. Podemos recordar
muchos momentos del evangelio. No seamos la tiniebla que rechaza la luz.
Dejemos que ilumine los más hondos entresijos de nuestra alma y nos ponga el
dedo en la llaga. No la rechacemos porque nos duela. La medicina nos arde en la
herida pero nos sana. Veamos en todo siempre y por encima de todo el amor de
Dios que nos salva.
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