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viernes, 15 de marzo de 2024

No seamos tiniebla que rechaza la luz, dejemos que ilumine los más hondos entresijos de nuestra alma y nos ponga el dedo en la llaga no rechazándola porque nos duela

 


No seamos tiniebla que rechaza la luz, dejemos que ilumine los más hondos entresijos de nuestra alma y nos ponga el dedo en la llaga no rechazándola porque nos duela

Sabiduría 2, 1a. 12-22; Salmo 33; Juan 7, 1-2. 10. 25-30

Forma parte de la naturaleza de la vida, podríamos decirlo así, hay personas o hay situaciones con las que o en las que nos sentimos cómodos, porque nos parece que hay una sintonía con nosotros, y otras personas que no nos caen bien, no nos sentimos bien a su lado, o situaciones por las que tenemos que pasar en las que no nos sentimos cómodos.

Y esto en distintos frentes. Porque nos puede ser agradable una persona porque quizás es amable con nosotros, nos entendemos cuando hablamos o compartimos cosas o momentos, pero quizá ha situaciones en las que repelemos a la persona precisamente porque es buena, porque es entregada, y es que está chocando con nuestra manera de ser, o con las posturas que nosotros vamos tomando en la vida. Quizás nos hacen ver los errores que cometemos, el desorden que hay en nuestra vida, o que hay otros valores mejores que los que nosotros vivimos, y esto se convierte en un repelente para nosotros, porque de alguna manera su rectitud está denunciando el mal que hay en nosotros.

Siempre ha sucedido que el que obra con rectitud se convierte en blanco de los demás, y al que siempre se le quiere sacar algo, o acumularle algo en su vida que está bien lejos de su comportamiento. La rectitud de sus vidas se convierte en denuncia de nuestro mal obrar y por eso con tanta maldad quizá se trata de denigrarlo de la forma que sea. ¿No es lo que le pasaba a los profetas?

Es lo que pasaba también con Jesús., Y Jesús lo sabía. El Reino nuevo de Dios que anunciaba se convertía en una denuncia de quienes querían vivir anquilosados en sus rutinas y viejas costumbres, pero que no estaban obrando con la debida rectitud ni con la necesaria apertura del corazón. Como los profetas habían sido rechazados, así ahora es rechazado Jesús. Bien nos lo explica Jesús en la parábola de los viñadores homicidas que no hace mucho hemos meditado, pero que no la podemos leer solamente mirando a lo que era la situación de entonces del pueblo judío y su historia, sino que también hemos de saberla leer en la realidad de nuestra vida.

Cuántas veces nosotros también cuando ha habido quien con visión verdaderamente profética nos ha presentado la Palabra de Dios habremos sentido ese mismo rechazo dentro de nosotros; acaso lo hemos querido disimular, porque miramos a otro lado y siempre queremos aplicar las cosas a los demás y no a nosotros mismos, o tratamos de hacernos nuestras rebajas, porque nos decimos que no hay que mirar las cosas con tanta radicalidad.

Pero, ¿aceptamos o no aceptamos a Jesús y su mensaje evangélico?  Hemos escuchado hoy que en principio Jesús no quiere dejarse ver por Jerusalén, porque aun no ha llegado su hora, donde sabe que va a tener una fuerte oposición. Sin embargo Jesús sube también a la ciudad santa para aquella fiesta, y los mismos judíos se sorprenden de su presencia, pues el pueblo notaba el vacío que las autoridades y gente principal querían hacerle a Jesús. Se preguntan si acaso ya habrán aceptado la misión profética o mesiánica de Jesús.

¿De donde viene Jesús? ¿Cuál es realmente su misión? ¿El hecho de ser galileo la resta posibilidad de que pueda ser el Mesías, como en otro momento le dirán los sumos sacerdotes a Nicodemo, que de Galilea nunca ha surgido un profeta?

Como hoy les dice Jesús ‘a mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado…’ Jesús se siente como el enviado del Padre. Nos recuerda lo que en otro momento del evangelio hemos escuchado. El amor que Dios nos tiene es tan grande que ‘nos ha enviado a su Hijo para que quien cree en El no perezca sino que tenga vida eterna’.

Es la maravilla y la grandeza de nuestra fe en Jesús. Así lo reconocemos. La Palabra de Dios que planta su tienda entre nosotros. La Palabra que nos ilumina para arrancarnos de nuestras tinieblas y darnos vida. La Palabra que tenemos que escuchar. Podemos recordar muchos momentos del evangelio. No seamos la tiniebla que rechaza la luz. Dejemos que ilumine los más hondos entresijos de nuestra alma y nos ponga el dedo en la llaga. No la rechacemos porque nos duela. La medicina nos arde en la herida pero nos sana. Veamos en todo siempre y por encima de todo el amor de Dios que  nos salva.

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